Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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30.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: el alma debe tranquilizarse en las caídas y faltas



- Que el alma debe tranquilizarse en las caídas y faltas, sin perder el tiempo ni su aprovechamiento espiritual. -

Por último, hijo mío, quiero enseñarte una importante regla, que deberás observar en todas las culpas o faltas que cometieres. Siempre que hubieres caído en algún defecto grande o pequeño, aunque lo hayas cometido mil veces al día voluntariamente, y con advertencia, no te turbes o inquietes, ni te detengas en examinar tu caída; mas luego al punto, considerando tu fragilidad y miseria, recurre con humildad a Dios, y dile con una dulce y amorosa confianza: "Señor, yo he obrado como quien soy, de mí no podía esperarse otra cosa sino estos y otros mayores defectos, y no hubiera parado en estos solos mi fragilidad, si vuestra bondad, que siempre me ayuda, y nunca me desampara, no me hubiese socorrido. Yo os doy gracias, Señor, por el mal de que me habéis librado, y de todo corazón me duelo del que he cometido, no correspondiendo a vuestra gracia. Perdonadme y asistidme con vuestra gracia, para que yo no os ofenda más, y ninguna cosa me separe de Vos, a quien deseo servir, obedecer y agradar siempre".

Hecha esta breve oración, no pierdas el tiempo en inquietas reflexiones para saber si el Señor te ha perdonado, mas con confianza y tranquilidad de espíritu camina adelante sin pensar en lo que ha pasado, y prosigue tus ejercicios como si no hubieses caído en algún defecto. Y ejecutarás esto mismo no solamente una vez, sino cientos si fuere necesario, y con la misma confianza y quietud la última vez, que la primera.

29.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: no inquietarnos en nuestras caídas y flaquezas



- Del remedio que debemos tomar para no inquietarnos en nuestras caídas y flaquezas. -

Si alguna vez cayeres en alguna negligencia o culpa, o con las obras o con las palabras, o como si te turbases en alguna cosa que te sucediese, o si murmurases o si oyeses con gusto murmurar a otros, o si incurrieses en alguna altercación o movimiento de impaciencia, o en alguna vana curiosidad o mala sospecha de otros, o vinieses a caer por algún otro camino, no solo una, sino muchas veces, no debes por esto inquietarte y turbarte, o desconfiar y afligirte, pensando en lo que ha pasado, o confundiéndote dentro de ti mismo unas veces imaginándote que no podrás corregirte jamás de semejantes flaquezas, otras veces persuadiéndote a que tus imperfecciones y tus débiles propósitos son la causa de aquella caída, otras veces representándote que no caminas de veras en el espíritu y vía del Señor, y finalmente oprimiendo tu alma con otros mil vanos escrúpulos y temores, y llenándola de tristeza y pusilanimidad.

De donde se sigue que tienes empacho y vergüenza de presentarte á Dios, o si te presentas, lo haces tímido y desconfiado, como si no le hubieses guardado la fidelidad que le debes; por hallar el remedio pierdes el tiempo, pensando con escrupulosa prolijidad las circunstancias de tu falta, examinando cuánto te detuviste en ella de propósito, si consentiste, si quisiste o no, si procuraste evitar en tiempo aquel pensamiento... Y mientras más imaginas y piensas en estas cosas, apartándote del verdadero camino, menos te entiendes, y menos comprendes lo que deseas, y más crece y se aumenta en ti la molestia, la inquietud y congoja para confesarte, y vas a la confesión con un temor molesto, y después de haber perdido mucho tiempo en confesarte sientes todavía inquieto y turbado tu espíritu, porque siempre te parece que no lo has dicho todo al confesor.

28.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: las tentaciones se convierten en bien



- Que Dios nos envía estas tentaciones para nuestro bien. -

Para entender más particularmente que las tentaciones nos vienen de Dios para nuestro bien, se debe considerar que el hombre por la depravada inclinación de la naturaleza corrompida es soberbio, ambicioso y amigo de su propio parecer, presumiendo siempre de sí mas de lo que verdaderamente es. Esta presunción es tan peligrosa para el progreso espiritual, que solamente el olor es suficiente para no dejarnos llegar a la perfección. Por esta causa Dios con la providencia y paternal cuidado que tiene de cada uno de nosotros, y particularmente de los que se han entregado de veras a su servicio, toma por su cuenta el ponerse en estado en que podamos salir de tan peligrosa ilusión, y vengamos como forzados a tener verdadero conocimiento de nosotros mismos, como hizo con el apóstol san Pedro, cuando permitió que lo negase (Matth. XXVI), para que de este modo se conociese a sí mismo, y perdiese esta peligrosa presunción, y no se fiase en adelante en sus propias fuerzas. Y con el apóstol san Pablo, cuando por preservativo de esta peste del alma, y del abuso que podía hacer de las altas revelaciones con que lo había favorecido, le dio una molestísima tentación (I Corinth., c. XII, 7), que le hiciese conocer la fragilidad y flaqueza natural, y lo tuviese sujeto y humilde. Dios, pues, compadeciéndose de nuestra miseria y perversa inclinación, permite que nos vengan estas tentaciones, y que tal vez sean horribles y formidables, para que nos humillemos y nos conozcamos bien, aunque nos parezca que nos son inútiles y de ningún provecho.

En esto se descubre su bondad y sabiduría infinita, pues con lo mismo que a nosotros nos parece mas nocivo, más nos aprovecha, ya que venimos a humillarnos y a confundirnos, que es lo que principalmente ha menester nuestra alma. Pues ordinariamente sucede, que el siervo de Dios que se halla en tal estado, juzga que las tentaciones, la indevoción, la tibieza y sequedad de espíritu que siente en sí, proceden únicamente de sus imperfecciones, y de que no puede haber persona alguna tan imperfecta y defectuosa como él, ni que sirva a Dios con tan grande tibieza y flojedad; y se persuade por tanto a que las imaginaciones y pensamientos que le combaten no vienen sino a las almas perdidas y desamparadas de Dios, y que por esta causa merece también la suya ser tratada con el mismo rigor y desamparo. De donde resulta, que el que antes presumía ser algo, después con esta amarga medicina que le ha venido del cielo se tiene por el peor hombre del mundo, y se considera indigno aun del nombre de cristiano; y no hubiera venido jamás a tan baja estimación o sentimiento de sí mismo, ni a tan profunda humildad, sin el remedio de estas amarguras y tentaciones extraordinarias, lo cual es una gracia muy singular que Dios hace en esta vida a las almas que se ponen y resignan enteramente en sus manos para que las cure de sus dolencias y enfermedades, como sea de su agrado, y con la medicina que solamente su Majestad conoce perfectamente que las es conveniente y necesaria para su salud y bien.

27.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: no inquietarse por las tentaciones interiores



- Que no debe inquietarse el alma por las tentaciones interiores. -

Infinitos son los bienes que la amargura y sequedad espiritual causan en el alma, si se reciben con humildad y paciencia. Si los hombres entendiesen bien este secreto, no tendrían tanta inquietud y pena cuando padecen esta amargura y sequedad interior, porque la tomarían no como señal de aversión y odio que les muestre el Señor, sino como testimonio precioso de su amor y de su bondad, y la recibirían como una gracia muy singular con que los favorece su misericordia.

Para conocer esto, basta que adviertas y consideres, hijo mío, que semejantes cosas no suceden sino solamente á las personas que desean verdaderamente darse al servicio de Dios, y alejarse de todo lo que puede no solamente ofenderle, sino desagradarle. Ni esto les sucede, por lo común, en el principio de su conversión, sino después que han servido al Señor por algún tiempo, y que están resueltos a servirle con toda perfección, habiendo puesto, como solemos decir, la mano a la obra.

26.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la diligencia que usa el demonio para turbar esta paz




- De la diligencia que usa el demonio para turbar esta paz, y cómo debemos guardarnos de sus engaños. -

Siendo costumbre del enemigo de nuestra salud emplearse con todo estudio en la ruina de nuestras almas, procura principalmente que se aparten de la humildad y simplicidad cristiana, y que atribuyan a sí mismo y a su esfuerzo y diligencia propia alguna cosa, y no miren o atiendan al don de la gracia, sin el cual no pueden ni aun pronunciar el nombre de Jesús (I ad Cor. XII, 3).

Porque aunque verdaderamente podemos resistir a la gracia con nuestro libre albedrío, no obstante no podemos recibirla en nosotros sin el auxilio y socorro de la misma gracia, de manera, que si alguno no la admite, esto se ha de imputar a culpa suya, pero si la admite y recibe, esto no lo hace ni lo puede hacer sin la misma gracia, la cual se ofrece suficientemente a todos.

25.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: no debe acobardarse ni perder el ánimo el siervo de Dios


- Que no debe acobardarse ni perder el ánimo el siervo de Dios, aunque sienta en sí repugnancia, perturbación y dificultad para esta paz interior. -

Advierte, hijo mío, que muchas veces te hallarás inquieto y privado de esta santa y dulce soledad y libertad interior; porque de los internos movimientos de tu corazón se levantará tal vez un polvo, que le causará gran fastidio en este camino. Esto permite Dios para mayor bien tuyo.

Acuérdate que esta es la guerra de donde los Santos sacaron las coronas de sus merecimientos.

24.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: No se deben buscar delicias ni cosas que den gusto


- Que no se deben buscar delicias ni cosas que den gusto, sino solamente a Dios. -

Elige siempre y ten complacencia y gusto de carecer de los consuelos, de amistades particulares y de favores que no causan alguna utilidad al alma; desea vivir siempre sujeto a la voluntad de otro y depender de ella. Todas las cosas han de servirte de motivo para ir a Dios, y ninguna ha de divertirte o detenerte en el camino.

Esta, hijo mío, ha de ser siempre tu alegría y consuelo, que todo sea amargura para ti, y solamente Dios sea tu descanso. Dirige todas tus aflicciones y trabajos a tu Señor, ámalo y comunícale todo tu corazón sin algún temor, pues su divina Majestad hallará el camino de resolver todas tus dudas y dificultades, y te levantará cuando cayeres. Finalmente, en una palabra, si amares a Dios tendrás todos los bienes.

23.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la fe que se debe tener en el santísimo Sacramento del altar


- De la fe que se debe tener en el santísimo Sacramento del altar, y del modo con que debemos ofrecernos al Señor. -

Procura aumentar cada día en tu alma la fe al santísimo Sacramento, y no ceses de admirarte de tan incomprensible misterio, y de alegrarle y complacerte, considerando cómo se muestra Dios debajo de aquellas humildes y puras especies para hacerte más digno. No desees que se te muestre en esta vida debajo de otra apariencia, acordándole que el mismo Señor ha dicho, que son los bienaventurados los que no le ven y le creen. (Joan. XX, 29). Procura que tu voluntad se encienda y se inflame en su amor, y que seas cada día más pronto en hacer en todas las cosas su santísima voluntad.

Cuando te ofrezcas a Dios en este Sacramento, has de estar dispuesto y aparejado a padecer por su amor todas las aflicciones, penas, injurias y trabajos que puedan sucederte, como también todas las flaquezas, disgustos, tibiezas y sequedades, así en la oración como fuera de ella, persuadiéndote de que las has de padecer muchas veces, y que te conviene aceptarlas por buenas, y trabajar en no ser tú mismo la causa de ellas. Y así toda tu alegría y contento ha de ser sufrir y padecer con tu amable Jesús por su amor.

22.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: Cuan desnuda de amor propio debe presentarse el alma delante de Dios


Debes, hijo mío, empezar poco a poco y con suavidad, confiando enteramente en el Señor que te llama y dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados, y yo os confortaré. Todos los que tenéis sed, venid a la fuente". (Matth. XI, 28. – Isai. LV, 1).

Deberás seguir siempre este movimiento y vocación divina, esperando con ella el impulso del Espíritu Santo, para que resueltamente puedas arrojarte en el mar de la Providencia divina y del eterno beneplácito, pidiendo que este se haga y cumpla enteramente en ti; pues de esta suerte serás llevado de las poderosas ondas de la divina misericordia, sin que tú puedas resistirlas, al puerto de tu particular perfección y salud.

21.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la prudencia con que se debe amar al prójimo


-De la prudencia con que se debe amar al prójimo para que no se pierda o turbe esta paz.-

La misma experiencia te mostrará que el camino de la caridad y del amor de Dios y del prójimo es muy dilatado y claro para conseguir el fin de la vida eterna. Jesucristo dijo (Luc. XII, 49) que había venido a poner fuego en la tierra, y que quería que se encendiese y ardiese; y aunque el amor de Dios no admite límite (Deut. c. VI, 5. – Luc. X, 27. – D. Bernard. de diligendo Deo, cap. 1 ), el amor del prójimo debe tener límite y medida. No puede haber exceso en amar a Dios, pero puede haberlo en amar al prójimo; porque si en este amor no guardas la debida moderación, podrás perderte, y por edificar a otros, venir a destruirte a ti mismo.

Debes, pues, hijo mio, amar a tu prójimo; pero de suerte que tu alma no reciba algún daño.

20.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: Que el alma debe conservarse sola y desasida


- Que el alma debe conservarse sola y desasida para que Dios obre en ella. -

Ten en grande estimación a tu alma, considerando su dignidad, pues el Padre de los padres, y el Señor de los señores, la ha criado para templo y morada suya. Tenla en tan alto precio, que no la permitas que se abaje y se incline a otra cosa. Tus deseos y tus esperanzas sean siempre de la venida del Señor, el cual, si no hallare tu alma sola y desasida, no querrá visitarla.

No pienses que en presencia de otros le dirá alguna palabra, si no es amenazándola o huyendo de ella.

19.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: el alma debe negarse a toda consolación y contento


- Que el alma debe negarse a toda consolación y contento, porque en esto consiste la verdadera humildad y pobreza de espíritu con que se adquiere esta paz interior. -

Si deseas entrar por esta puerta de la humildad, que es la única que existe, debes trabajar con todo el esfuerzo y diligencia posible, principalmente al principio, en abrazar las tribulaciones y cosas adversas como a tus mas queridas hermanas, deseando ser despreciado de todos, y que no haya alguno que te favorezca o te consuele, sino solamente tu Dios. Procura fijar y establecer en tu corazón esta máxima: que solo Dios es tu bien, tu esperanza y tu único refugio, y que todas las demás cosas son para ti espinas que si las acercas al corazón, no podrán dejar de herirte y lastimarte. Cuando recibas alguna afrenta, súfrela con alegría, y gloríate en ella, teniendo por cierto que entonces está Dios contigo. No desees o busques jamás otra honra que padecer por su amor y por su gloria. Pon toda la atención posible en alegrarte cuando alguno te dijere palabras injuriosas, o te reprendiere o te despreciare, porque es grande y muy precioso el tesoro que se halla escondido en este polvo, y si lo tomas con gusto te hallarás rico en breve tiempo, sin que lo advierta el mismo que te hace este presente. No procures ni quieras jamás ser conocido y estimado de alguno en esta vida, para que todos te dejen solo padecer con Cristo crucificado, sin que alguno te lo impida.

Guárdate de ti mismo como del mayor enemigo que tienes en este mundo. No sigas tu voluntad, tu parecer o tu capricho, si no quieres perderte. Por esta causa necesitas precisamente de armas para defenderte de tí mismo; y así todas las veces que tu voluntad se inclinare a alguna cosa, aunque sea no solamente lícita, sino santa, la pondrás primeramente sola y desnuda delante de Dios con profunda humildad, diciéndole que en ella se haga y cumpla, no tu voluntad, sino la suya, y ejecutarás esto con fervientes y encendidos deseos, sin alguna mezcla de amor propio, conociendo siempre que de ti nada tienes y nada puedes. Guárdate de todas aquellas opiniones y sentimientos propios que llevan consigo apariencia y especie de santidad y celo indiscreto, del cual dice el Señor: "Guardaos de los falsos profetas que vienen en traje de corderos, y son lobos voraces; por sus frutos los conoceréis" (Matthæi, VII, 15, 16); sus frutos son dejar en el alma ansia, inquietud y afán.

18.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: Que esta habitación pacífica del corazón se ha de edificar poco a poco


Pondrás todo el desvelo y cuidado posible, como se te ha dicho, en no dejar que se turbe tu corazón, o que se mezcle en cosa que lo inquiete; y así trabajarás siempre en conservarlo pacífico y quieto. Porque de esta suerte el Señor edificará en tu alma una ciudad de paz, y tu corazón será verdaderamente una casa de placeres y delicias.

Solamente quiere y desea de ti, que cuando se altere o turbe tu espíritu, procures calmarlo y pacificarte en todas tus operaciones y pensamientos. Pero así como no se edifica en un solo día una ciudad, así no pienses que en un solo día podrás adquirir esta paz interior. Porque todo esto no es otra cosa que edificar una casa al Señor, y un tabernáculo al Altísimo, haciéndolo templo suyo; y el mismo Señor es el que lo ha de edificar, pues de otra suerte sería vano y sin fruto tu trabajo. (Psalm. CXXVI). Considera que el principal fundamento de este ejercicio ha de ser la humildad.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

17.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: Del cuidado que debe tener el alma de pacificarse y adquirir una perfecta tranquilidad


Esta atención o centinela de paz sobre tu corazón te llevará a cosas grandes sin alguna dificultad ni trabajo. Porque con ella velarás de tal suerte sobre ti misma, que te acostumbres a orar, a obedecer, a humillarte y a sufrir sin inquietud las injurias y menosprecios.

No es dudable que, antes que llegues a conseguir esta paz interior, padecerás mucha pena y trabajo, por no estar ejercitado; pero quedará siempre tu alma muy consolada en cualquier contradicción que le suceda, y de día en día aprenderás mejor este ejercicio de sosegar y pacificar tu espíritu.

16.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la paz interior y de la verdadera senda del paraíso


- Cuál es la naturaleza del corazón humano, y cómo debe ser gobernado. -

El corazón del hombre ha sido criado únicamente para ser amado y poseído de Dios, su Criador. Siendo, pues, tan alto y tan excelente el fin de su creación, se debe considerar como la principal y la mas noble de todas sus obras. De su gobierno depende la vida o la muerte espiritual.

El arte de gobernarlo no es difícil, porque siendo propiedad suya hacer todas las cosas por amor, y nada por fuerza, basta que veles dulcemente y sin violencia sobre sus movimientos, para que hagas de él cuanto quisieres. Por esta causa debes primeramente fundar y establecer de manera la intención de tu corazón, que de lo interior proceda lo exterior; porque si bien las penitencias corporales, y todos los ejercicios con que se castiga y aflige la carne, no dejan de ser loables, cuando son moderados, con discreción, y como conviene a la persona que los hace, no obstante no adquirirás jamás por solo su medio alguna virtud, sino ilusión y viento de vanagloria, con lo cual perderás enteramente tu trabajo si de lo interior no fueren animados y reglados semejantes ejercicios.

15.8.18

El combate espiritual: no dejarse llevar por los deseos


- Dos reglas para vivir en paz. -

Aunque el que vive conforme a las indicaciones que se han propuesto está siempre en paz, todavía quiero en este último capítulo darte dos reglas, que si las observas, vivirás quieta cuanto es posible en esta miserable vida.

La una es que atiendas, con todo el cuidado que te fuere posible, a cerrar la puerta de tu corazón a todos los deseos; porque has de advertir que el deseo es el leño largo de la cruz y de la inquietud, el cual será grave y pesado según la grandeza del deseo. Y así, si el deseo fuere de muchas cosas, también serán mayores, más graves y en mayor número los leños preparados para muchas cruces.

14.8.18

El combate espiritual: ser conscientes cada jornada de nuestra debilidad para seguir el camino de las virtudes


- Del examen de la conciencia. -

Este examen suelen hacerlo las almas diligentes tres veces al día: la primera antes de comer, la segunda después de vísperas, y la tercera antes de acostarse. Pero si esto no se pudiere, a lo menos no deberá omitirse el de la tarde; porque si Dios miró dos veces la obra que hizo para el hombre (Genes. I), muy razonable será que el hombre mire a lo menos una vez al día las obras que hace para Dios, de las cuales ha de dar cuenta muy estrecha a su Majestad.

El examen se ha de hacer en esta forma: lo primero has de pedir luz a Dios, para que puedas conocer bien todo lo interior de tus obras. Después considerarás si has estado recogida y encerrada en tu corazón, y lo has guardado de cualquier desorden.

13.8.18

El combate espiritual: cómo cumplir el precepto de amar a quien nos hace daño


- Del amor para con los enemigos. -

Aunque la perfección cristiana consiste en la perfecta obediencia a los preceptos de Dios, no obstante, procede principalmente del precepto de amar a los enemigos, por ser este precepto muy conforme a la costumbre del Señor, y a lo que Él practicó en la tierra, y practica en el cielo.

Y así si pretendes adquirir en breve la perfección, debes procurar cumplir exactamente cuanto Cristo manda en este precepto de amar a los enemigos, amándolos, haciéndoles bien y rogando por ellos (Matth. V), no tibia y lentamente, sino con tanto afecto que casi olvidada de ti misma te entregues de todo corazón a su amor, y a rogar por ellos.

12.8.18

El combate espiritual: evitar errar en el camino de perfección cristiana


- De algunas razones por que los hombres viven descuidados, sin llorar las ofensas de Dios, y sin aspirar a la virtud ni a la perfección cristiana. -

Las razones por qué el hombre duerme profundamente en su tibieza, y no se levanta del pecado, ni se da a la virtud como debe, son diversas y, entre otras, las siguientes:

La primera es, porque no habita dentro de sí, ni ve lo que se hace en su casa, ni sabe quién la posee; mas, vago y curioso pasa sus días en divertimientos y vanidades, y aunque se ocupe en cosas lícitas y buenas en sí mismas, no obstante, de las que pertenecen a la virtud y conducen a la perfección cristiana ni se acuerda ni tiene pensamiento alguno.

Y si tal vez se acuerda y conoce su necesidad, y es inspirado por Dios a mudar de vida, responde "¡bah, bah!", "después, después", y nunca dice con resolución "hoy" ni "ahora".

11.8.18

El combate espiritual: suplicar el perdón


- Del modo de procurar la conversión y el llanto por la ofensa a Dios. -

El mejor modo de procurar el llanto por la ofensa a Dios, es la meditación de su grandeza y bondad, y de la caridad que ha mostrado al hombre.

Porque quien considera que pecando ha ofendido al sumo Bien y a la inefable Bondad (que no sabe sino hacer beneficios, ni jamás ha hecho ni hace otra cosa que derramar sus gracias, y comunicar su luz a amigos y enemigos), y considera que lo ha ofendido por un leve gusto y por un falso deleite, no puede dejar de llorar amargamente.