- Que no se deben buscar delicias ni cosas que den gusto, sino solamente a Dios. -
Elige siempre y ten complacencia y gusto de carecer de los consuelos, de amistades particulares y de favores que no causan alguna utilidad al alma; desea vivir siempre sujeto a la voluntad de otro y depender de ella. Todas las cosas han de servirte de motivo para ir a Dios, y ninguna ha de divertirte o detenerte en el camino.
Esta, hijo mío, ha de ser siempre tu alegría y consuelo, que todo sea amargura para ti, y solamente Dios sea tu descanso. Dirige todas tus aflicciones y trabajos a tu Señor, ámalo y comunícale todo tu corazón sin algún temor, pues su divina Majestad hallará el camino de resolver todas tus dudas y dificultades, y te levantará cuando cayeres. Finalmente, en una palabra, si amares a Dios tendrás todos los bienes.
Ofrécete a Dios en sacrificio, en paz y quietud de espíritu, pero para que puedas seguir mejor este camino y continuarlo sin fatiga y sin turbación alguna, conviene que a cada paso dispongas tu alma extendiendo tu voluntad a la de Dios, y cuanto mas la supeditares, tantos mayores bienes recibirás. Tu voluntad debe estar dispuesta de tal suerte, que solamente quiera y no quiera lo que quiere y no quiere Dios. Renueva a cada paso tu intención y propósito de querer agradar a Dios.
Procura tener el alma tan libre de deseos, que se halle toda entera y presente a lo que hace y lo que piensa, sin permitir que el cuidado de lo que ha de hacer o ha de pensar fuera del instante de su operación la tenga dividida. Pero no por esto se prohíba a alguno el aplicarse a sus negocios temporales con una solicitud prudente y avisada según la necesidad de su estado, pues estas ocupaciones si se toman como conviene, son según el orden y voluntad de Dios, y no impiden la paz interior y el verdadero aprovechamiento espiritual.
En todas las cosas has de proponerte hacer lo que puedes y lo que debes, y conservándote indiferente y resignado en cuanto ocurre y sucede fuera de ti. Lo que en estos casos puedes hacer siempre, es ofrecer a Dios tu voluntad y no querer o desear ninguna otra cosa, porque siempre que tuvieres esta libertad y te hallares desasido de todas partes, lo cual podrás conseguir en cualquier tiempo y lugar, ocupado y sin ocupación, gozarás verdaderamente de la tranquilidad y paz interior. En esta libertad de espíritu consiste todo el bien que deseas y buscas, porque esta libertad no es otra cosa que perseverar el hombre interior en sí mismo, sin derramarse a querer, desear o buscar alguna cosa fuera de sí, todo el tiempo que vivieres libre de esta suerte gozarás de aquella servidumbre y sujeción divina, que es aquel gran reino que está dentro de nosotros. (Luc. c. XVII, 21).
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com