- Que no debe inquietarse el alma por las tentaciones interiores. -
Infinitos son los bienes que la amargura y sequedad espiritual causan en el alma, si se reciben con humildad y paciencia. Si los hombres entendiesen bien este secreto, no tendrían tanta inquietud y pena cuando padecen esta amargura y sequedad interior, porque la tomarían no como señal de aversión y odio que les muestre el Señor, sino como testimonio precioso de su amor y de su bondad, y la recibirían como una gracia muy singular con que los favorece su misericordia.
Para conocer esto, basta que adviertas y consideres, hijo mío, que semejantes cosas no suceden sino solamente á las personas que desean verdaderamente darse al servicio de Dios, y alejarse de todo lo que puede no solamente ofenderle, sino desagradarle. Ni esto les sucede, por lo común, en el principio de su conversión, sino después que han servido al Señor por algún tiempo, y que están resueltos a servirle con toda perfección, habiendo puesto, como solemos decir, la mano a la obra.
Y por lo contrario, no vemos jamás que los pecadores se lamenten de semejantes tentaciones, de donde se reconoce claramente, que esta es una vianda preciosa con que Dios convida a los que ama, y aunque sea insípida y desabrida a nuestro paladar, no obstante nos aprovecha mucho, aunque entonces no conozcamos este beneficio ni nos demos cuenta de él.
Porque cuando se halla el alma en esta sequedad, como en las tentaciones que padece en este estado son tan graves que solo el pensar en ellas le causa horror y escándalo, viene a adquirir de este modo la humildad, el temor y aquel odio santo y desprecio de si misma que Dios desea, aunque, como se ha dicho, ignorando por entonces el alma este secreto, lo aborrece y huye de andar por semejante camino; porque nunca quisiera estar sin deleite y gusto interior, juzgando equivocadamente que cualquier ejercicio sin este gusto es tiempo perdido y trabajo sin provecho.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com