Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

26.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la diligencia que usa el demonio para turbar esta paz




- De la diligencia que usa el demonio para turbar esta paz, y cómo debemos guardarnos de sus engaños. -

Siendo costumbre del enemigo de nuestra salud emplearse con todo estudio en la ruina de nuestras almas, procura principalmente que se aparten de la humildad y simplicidad cristiana, y que atribuyan a sí mismo y a su esfuerzo y diligencia propia alguna cosa, y no miren o atiendan al don de la gracia, sin el cual no pueden ni aun pronunciar el nombre de Jesús (I ad Cor. XII, 3).

Porque aunque verdaderamente podemos resistir a la gracia con nuestro libre albedrío, no obstante no podemos recibirla en nosotros sin el auxilio y socorro de la misma gracia, de manera, que si alguno no la admite, esto se ha de imputar a culpa suya, pero si la admite y recibe, esto no lo hace ni lo puede hacer sin la misma gracia, la cual se ofrece suficientemente a todos.




Procura, pues, nuestro común enemigo persuadir a cada uno a que se presuma y se crea mas diligente que los otros, y que se dispone mejor a recibir en sí los dones de Dios, y asimismo le induce a que ejecute este acto interior con soberbia, no considerando la insuficiencia de sí mismo, si no fuese ayudado de la gracia, y a que pase a despreciar a los otros con su pensamiento, imaginándose que no hacen las buenas obras que él hace.

Y así, hijo mío, si no estás muy advertido, y no vuelves pronta y diligentemente a tu propia confusión, y al conocimiento de tu miseria y de tu nada, te hará precipitar en la soberbia, como el fariseo del Evangelio, que se gloriaba de sus bienes y juzgaba malos a los otros (Luc. XVIII, 11 ; y si una vez llega a ganar y poseer tu voluntad por este camino, reinará en ella como tirano, y hará reinar en ti todos los vicios, y será grande tu daño y tu peligro.

Por esta causa nos encargó el Señor que velásemos y orásemos. (Matlh. XXVI, 41). Es, pues, necesario que pongas tu atención y cuidado en que el enemigo no te prive de un tesoro tan grande como es la paz y tranquilidad del alma, porque no hay artificio ni diligencia que no emplee para quitarle este reposo y hacer que tu alma viva inquieta y turbada, en lo cual sabe muy bien que consiste toda tu perdición y daño; porque así como un alma si se halla quieta y tranquila obra con facilidad, y las cosas que hace las hace perfectamente, y persevera sin repugnancia en el bien, y resiste sin dificultad a cualquiera contradicción, así al contrario: si se halla inquieta y turbada, obra poco y con mucha imperfección, se cansa luego, y finalmente vive en un martirio infructuoso.

Tú, pues, si quieres salir con victoria y que no se logren las artes y diligencias de tu enemigo, en nada has de velar con tanto cuidado como en no permitir que entre alguna turbación en tu alma, y en no consentir que esté inquieta ni un breve instante. Y para que sepas mejor guardarte de sus engaños, toma por regla cierta en este caso, que cualquiera pensamiento que te distrae y aparta del amor de Dios y de su confianza, es un mensajero del infierno, y como tal debes repelerlo luego y no admitirlo ni escucharlo, porque el oficio del Espíritu Santo no es sino de unir siempre las almas más estrechamente a Dios, encendiéndolas en su dulcísimo amor, y asimismo inspirando en ellas nueva confianza en su bondad y misericordia infinita. Pero al contrario, el oficio del demonio es introducir en las almas temores y desconfianzas, dándoles a entender que sus faltas ordinarias son más graves de lo que son, que nunca hacen lo que deben, que jamás se confiesan bien, que reciben tibiamente la Comunión, que sus operaciones están llenas de defectos, y con estos escrúpulos y aprensiones procura tenerlas siempre inquietas, temerosas y desconfiadas.

La falta de la devoción sensible, y de los gustos en la oración y en los demás ejercicios, hace que la reciban y sufran con una impaciente tristeza, dándolas a entender que en aquella forma todo es perdido, y que sería mejor dejar tantos ejercicios. Y finalmente las induce a tanta inquietud y desconfianza, que se persuaden a que cuanto hacen es inútil y sin algún fruto, con lo cual viene a crecer tanto en ellas el temor y congoja que piensan que Dios las ha olvidado. Pero en la verdad, hijo mío, no es así, porque son innumerables los bienes que resultarían de la sequedad y falta de la devoción sensible, siempre que el alma entendiese lo que Dios pretende de ella en este estado, y procurase solamente de su parle tener paciencia y perseverancia en obrar bien. Y para que el fruto y provecho que Dios pretende no redunde, por no entenderlo tú, en daño y perjuicio tuyo, pondré aquí brevemente los bienes que proceden de la humilde perseverancia en estos áridos ejercicios, a fin de que sabiéndolos no pierdas la paz, cuando te hallares en semejante sequedad de mente y opresión de corazón acerca del sentimiento y gusto de la devoción, o en cualquiera otra tentación, aunque sea muy horrible.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com