Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

22.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: Cuan desnuda de amor propio debe presentarse el alma delante de Dios


Debes, hijo mío, empezar poco a poco y con suavidad, confiando enteramente en el Señor que te llama y dice: "Venid a mí todos los que estáis trabajados, y yo os confortaré. Todos los que tenéis sed, venid a la fuente". (Matth. XI, 28. – Isai. LV, 1).

Deberás seguir siempre este movimiento y vocación divina, esperando con ella el impulso del Espíritu Santo, para que resueltamente puedas arrojarte en el mar de la Providencia divina y del eterno beneplácito, pidiendo que este se haga y cumpla enteramente en ti; pues de esta suerte serás llevado de las poderosas ondas de la divina misericordia, sin que tú puedas resistirlas, al puerto de tu particular perfección y salud.




Ejecutado este acto que procurarás repetir muchas veces al día, has de trabajar con cuanta seguridad te fuere posible, así interior como exteriormente, en llegarle con todas las potencias de tu alma a las cosas que te excitan y mueven, y hacen a Dios loable, amable y deseable. Pero todos estos actos se han de hacer sin alguna fuerza o violencia de tu corazón, porque si fuesen importunos e indiscretos podrían debilitarlo, y por ventura endurecerlo, dejándolo inhábil para otros ejercicios.

Toma el consejo de los que son prácticos y experimentados, y procura acostumbrar dulcemente tu espíritu a que no piense en otra cosa que en la bondad, amor y beneficios de Dios con sus criaturas, y a que se sustente y recree con el delicioso maná que la frecuencia de esta meditación hará llover en tu alma con dulzuras inefables. Guárdate de procurar por fuerza las lágrimas y sentimientos de devoción, y sea tu principal cuidado estar tranquilo en esta soledad interior, esperando que en ti se cumpla la voluntad de Dios; pues cuando su divina Majestad te concediere estas lágrimas, entonces serán dulces, humildes, amorosas y tranquilas, sin alguna industria o diligencia tuya; y conociendo tú por estas señales el origen de donde nacen, las recibirás como rocío del cielo con suavidad y serenidad, y sobre todo con reverencia y profundísima humildad.

La llave con que se abren los más secretos tesoros espirituales, es saber negarte a ti mismo en todos tiempos y en todas las cosas; y con esta misma llave se cierra la puerta al desabrimiento y sequedad del alma, cuando procede de culpa nuestra. Porque cuando procede de Dios, se junta con los demás tesoros del alma. Deléitate siempre de estar con María Santísima a los pies de Jesucristo, y escucha con atención lo que el Señor te dice. Procura que tus enemigos, de los cuales tú eres el mayor y mas peligroso, no te impidan quedarte en este santo silencio, y advierte que cuando buscas a Dios con tu entendimiento para descansar y reposar en Él como en tu centro, no debes formar término ni comparación con tu débil y corta imaginación, porque sin alguna comparación es infinito, y en todas partes se halla, y todas las cosas están en Él. Tú mismo lo hallarás dentro de tu alma todas las veces que lo busques en verdad, esto es, todas las veces que lo busques para hallarlo, mas no para hallarte a ti mismo, porque sus delicias son estar y morar con los hijos de los hombres (Prov. VIII) para hacerlos dignos de sí, porque es sabido que no tiene necesidad alguna de nosotros.

En las meditaciones no te ciñas ni te ates jamás a algunos puntos, de manera que no quieras meditar otros fuera de los que le has propuesto, mas donde hallares quietud y reposo, procura detenerte y goza del Señor en cualquiera paso en que quiera comunicarse a tu alma, y aunque omitas y dejes lo que tenias premeditado y te habías propuesto, no formes algún escrúpulo ni te turbes, porque todo el fin de estos ejercicios es gustar y gozar del Señor, bien que con intención de no buscar como fin principal esta fruición o gusto sino solamente de enamorarnos mejor de sus obras con propósito de imitarlo en lo que fuere posible a nuestra cortedad; y una vez que lleguemos a conseguir el fin, no debemos cuidar de los medios que se ordenan al mismo fin.

Uno de los impedimentos de la verdadera paz y quietud, es el afán y demasiada solicitud que ponemos en semejantes operaciones, porque queremos fijar precisamente nuestro espíritu en esta o en aquella cosa, y obligar de esta suerte a Dios a que lo lleve y guíe por donde queremos, procurando en esto sin advertirlo hacer mas bien nuestra voluntad, que la del Señor, lo cual no es otra cosa que buscar a Dios huyendo de Dios, y querer contentarle y agradarle sin hacer su voluntad. Si quieres, pues, hijo mío, hacer progresos en este camino y llegar al deseado término, no has de tener otra intención o deseo que el de hallar a Dios; y cuando se te manifestare, deja y abandona todas las cosas, y no pases adelante mientras no se te diere licencia, olvidándote entonces de todo lo criado, y reposando en el seno de tu Señor; y cuando su divina Majestad gustare de retirarse no manifestándose mas en aquel modo, entonces podrás volver de nuevo a buscarlo continuando tus ejercicios, y siempre con la misma intención y deseo de hallar con ellos tu amor, y cuando le hayas hallado, de hacer lo mismo que queda dicho, dejando todas las demás cosas, y conociendo que entonces se ha cumplido el deseo del Señor. Este punto es de suma importancia y digno de muy particular reflexión, porque muchas personas espirituales pierden el fruto y la quietud interior por la fatiga y solicitud que ponen en sus ejercicios, pareciéndoles que nada hacen si no los acaban leídos, poniendo en esto toda la perfección, haciéndose propietarios de su voluntad, por cuya causa viven siempre afligidos, como quien se fatiga y trabaja sin mas fin que el de acabar alguna obra, sin llegar jamás al verdadero reposo y quietud interior, donde verdaderamente habita y reposa el Señor.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com