- Que el alma debe tranquilizarse en las caídas y faltas, sin perder el tiempo ni su aprovechamiento espiritual. -
Por último, hijo mío, quiero enseñarte una importante regla, que deberás observar en todas las culpas o faltas que cometieres. Siempre que hubieres caído en algún defecto grande o pequeño, aunque lo hayas cometido mil veces al día voluntariamente, y con advertencia, no te turbes o inquietes, ni te detengas en examinar tu caída; mas luego al punto, considerando tu fragilidad y miseria, recurre con humildad a Dios, y dile con una dulce y amorosa confianza: "Señor, yo he obrado como quien soy, de mí no podía esperarse otra cosa sino estos y otros mayores defectos, y no hubiera parado en estos solos mi fragilidad, si vuestra bondad, que siempre me ayuda, y nunca me desampara, no me hubiese socorrido. Yo os doy gracias, Señor, por el mal de que me habéis librado, y de todo corazón me duelo del que he cometido, no correspondiendo a vuestra gracia. Perdonadme y asistidme con vuestra gracia, para que yo no os ofenda más, y ninguna cosa me separe de Vos, a quien deseo servir, obedecer y agradar siempre".
Hecha esta breve oración, no pierdas el tiempo en inquietas reflexiones para saber si el Señor te ha perdonado, mas con confianza y tranquilidad de espíritu camina adelante sin pensar en lo que ha pasado, y prosigue tus ejercicios como si no hubieses caído en algún defecto. Y ejecutarás esto mismo no solamente una vez, sino cientos si fuere necesario, y con la misma confianza y quietud la última vez, que la primera.