Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

16.8.18

El combate espiritual. Tratado segundo: De la paz interior y de la verdadera senda del paraíso


- Cuál es la naturaleza del corazón humano, y cómo debe ser gobernado. -

El corazón del hombre ha sido criado únicamente para ser amado y poseído de Dios, su Criador. Siendo, pues, tan alto y tan excelente el fin de su creación, se debe considerar como la principal y la mas noble de todas sus obras. De su gobierno depende la vida o la muerte espiritual.

El arte de gobernarlo no es difícil, porque siendo propiedad suya hacer todas las cosas por amor, y nada por fuerza, basta que veles dulcemente y sin violencia sobre sus movimientos, para que hagas de él cuanto quisieres. Por esta causa debes primeramente fundar y establecer de manera la intención de tu corazón, que de lo interior proceda lo exterior; porque si bien las penitencias corporales, y todos los ejercicios con que se castiga y aflige la carne, no dejan de ser loables, cuando son moderados, con discreción, y como conviene a la persona que los hace, no obstante no adquirirás jamás por solo su medio alguna virtud, sino ilusión y viento de vanagloria, con lo cual perderás enteramente tu trabajo si de lo interior no fueren animados y reglados semejantes ejercicios.




La vida del hombre no es otra cosa que guerra y tentación continua. Por esta causa has de velar siempre sobre ti misma, y guardar tu corazón, para que se conserve siempre pacífico y quieto; y cuando advirtieres que en tu alma se levanta algún movimiento de inquietud sensual, procurarás con toda diligencia reprimirlo luego, pacificando tu corazón, y no permitiéndole que se desvíe o tuerza a alguna de las cosas que lo perturban. Esto ejecutarás todas las veces que sintieres alguna inquietud, ya sea en la oración, ya en cualquier otro tiempo; pero advierte que todo esto se ha de hacer con suavidad y dulzura, y sin alguna fuerza ni violencia. En suma, el principal y continuo ejercicio de tu vida ha de ser pacificar tu corazón cuando se hallare inquieto y turbado; porque en este estado no podrás orar bien, si primero no lo sosiegas y restituyes á su primera tranquilidad.

Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com