- Que el alma debe conservarse sola y desasida para que Dios obre en ella. -
Ten en grande estimación a tu alma, considerando su dignidad, pues el Padre de los padres, y el Señor de los señores, la ha criado para templo y morada suya. Tenla en tan alto precio, que no la permitas que se abaje y se incline a otra cosa. Tus deseos y tus esperanzas sean siempre de la venida del Señor, el cual, si no hallare tu alma sola y desasida, no querrá visitarla.
No pienses que en presencia de otros le dirá alguna palabra, si no es amenazándola o huyendo de ella.
Dios la quiere sola; sola y desnuda, cuanto fuere posible, de pensamientos. Sola y desnuda de deseos, y sobre todo de propia voluntad. Por esta causa no debes jamás abrazar por ti mismo y por tu propia elección las mortificaciones y penitencias, ni buscar las ocasiones de padecer por amor de Dios, sino solamente con la dirección y consejo de tu padre espiritual, y de los superiores que te gobiernan, para que por su medio disponga y haga Dios de tu voluntad lo que su divina Majestad quiere, y en el modo que quiere. Nunca hagas tú lo que quisieras, mas haga Dios en ti siempre lo que quiere.
Procura que tu voluntad esté siempre tan desasida de ti mismo, que nada quieras o desees; pero cuando quisieres alguna cosa, sea de tal suerte, que si no sucediere o no se hiciere lo que deseas, sino lo contrario, no te duelas o le contristes. Persevera siempre tan quieto y tan tranquilo como si no hubieses querido o deseado nada. La verdadera libertad del alma consiste en no aficionarse o asirse a cosa alguna. Dios la quiere libre, desasida y sola para obrar en ella sus maravillas, y glorificarla aun en esta vida. ¡Oh soledad amable, cámara secreta del Altísimo, donde solamente gusta el Señor de dar audiencia (Osee, II, v. 14), y de hablar al corazón del alma! ¡Oh desierto glorioso, transformado en paraíso, pues en él solo permite Dios ser visto y que se le hable! "Vadam, et videbo visionem hanc magnam" (Exod. II) -"Iré y registraré esta admirable visión"-.
Pero si quieres llegar a esta felicidad, entra con los pies descalzos en esta tierra, porque es santa; esto es, entra desnudo y libre de todos sus afectos, no lleves contigo cosa alguna de este mundo en este camino, ni te detengas en él a saludar a alguna persona, porque has de ocupar todos tus afectos y pensamientos únicamente en Dios, y no en las criaturas. Deja que los muertos sepulten sus muertos (Luc. IX, 60): camina tú solamente a la tierra de los vivos (Psalm. CXLIV), y no tenga en ti parte alguna la muerte.
Lorenzo Scúpoli C. R. | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com