Semana en el Oratorio

Mes de febrero, mes del Amor

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27.4.20

Deshacerse del hombre viejo




Así como un árbol silvestre no da fruto, o si lo da es ácido e indigesto; pero que injertándole una púa de superior calidad los da tan excelentes y suaves como los del árbol de que fue tomado el injerto, así el cristiano, que en el Bautismo recibió el divino injerto, Cristo, ya no debe vivir del viejo Adán, sino del nuevo que es Cristo, y decir con el Apóstol: "Vivo yo, mas no yo, sino que vive Cristo en mí" (Gál. 2, 20).



(Vida buena y mala.).

26.4.20

Todas las cosas existen en Dios




Dios nuestro Señor ha creado nuestra alma a imagen y semejanza suya; la ha creado para que le conozca, ame y sirva aquí en la tierra y después sea feliz por toda la eternidad en el cielo. Dios ha creado el alma y la ha unido a un cuerpo, y cuerpo y alma forman un ser completo que se llama hombre. Dios, creador del cielo y de la tierra, y de cuantas cosas hay en aquellos, es dueño de todas ellas por haberlas creado y conservado; en todas existe por esencia, por presencia y por potencia; en ellas tiene sus delicias, en las personas que se ejercitan en la vida contemplativa y activa.



(Templo y palacio).

20.4.20

Cristo siempre en mí




No le hacen falta a las almas que están unidas al Señor largos razonamientos para excitarse a la paciencia, a la humildad, a la caridad, al olvido de sí. Todo el programa del alma está condensado y concentrado en una idea principal, que es, al propio tiempo, un ideal magnífico: "Renúnciate a ti para dejar a Cristo vivir enteramente en ti. A cada hora, en cada acción, dite a ti misma: 'no quiero yo vivir esto, sino que Cristo lo viva en mí'" (Gal. 2,20). Esta sola idea abarca la práctica de todas las virtudes, práctica tanto más perfecta cuanto que añade, a cada acto de virtud, un acto de amor.

La sola conciencia de la presencia de su Amado en ella, su solo recuerdo le basta.



(de Identificación con Jesucristo).

19.4.20

Gozarse solo en Dios




Regocijarse con Jesucristo de la felicidad infinita de Dios o de la Santísima Virgen; consolarse en los sufrimientos y aún en las imperfecciones y faltas con el pensamiento de que valemos tan poco; decir: "Dios es feliz..., Dios es Dios, esto basta para mi felicidad". Buscar complacencias, no ya en sí o en las alabanzas de los hombres, sino en la gloria infinita que cada Persona de la Santísima Trinidad da a las otras; alegrarse con Jesucristo intensa y largamente de la belleza de nuestro Padre Celestial, de su amabilidad, de su poder, de su sabiduría..., etc., gozarse verdaderamente de cada una de las divinas perfecciones, amándolas como si fuesen nuestras.



(de Identificación con Jesucristo).

16.4.20

Todo el bien es de Dios




Su oración consiste ahora principalmente en contemplar amorosamente las perfecciones divinas y en deleitarse en ellas. Su amor no solamente le hace amar a Dios, sino que le hace amarlo como a su propio bien. Goza deleitosamente de Dios. Y ésta es la razón de por qué su felicidad consiste menos en servir y agradar a Dios -felicidad en cierto sentido demasiado subjetiva-, que en gozarse de la felicidad misma de Dios. Todo, en la vida y en la naturaleza, le alegra, porque todo le habla de la grandeza, belleza, sabiduría y felicidad divinas. Su humildad está toda hecha también de amor unitivo. Se desprecia con alegría y se tiene en nada porque Dios le es todo.



(de Identificación con Jesucristo).

15.4.20

No temer a los enemigos




Más temo yo mi propia acción y la de mis amigos que la de mis enemigos. No hay prudencia mayor que ésa de "no resistir al malvado" (Mt 5,39), y la de no hacerle más oposición que el simple abandono. Esto es ir adelante viento en popa, guardando el corazón siempre en paz.



(de El abandono en la divina Providencia).

12.4.20

Lo mejor que te puede pasar: la voluntad de Dios




El Nombre que llena todos los tiempos y que atraviesa todos los siglos, ¡el Nombre que hace santificantes todas las cosas! Pero, ¿cómo es esto? ¿Será posible que eso que llamamos "voluntad de Dios" pueda hacerme algún mal? ¡De ningún modo! Más bien: a ningún sitio puedo ir yo para encontrar nada mejor, si soy capaz de captar la acción divina sobre mí, recibiendo el efecto de esa divina voluntad.



(de El abandono en la divina Providencia).

10.4.20

Lo único necesario




La voluntad de Dios es lo único necesario (Lc. 10,42). Y todo lo que ella no da es completamente inútil. No, no, queridas almas, no os falta nada. Todo eso que llamáis reveses, contratiempos, inoportunidades, sinrazones y contrariedades, si supiérais de verdad lo que son, quedaríais completamente avergonzados.



(de El abandono en la divina Providencia).

9.4.20

Santificar el nombre de Dios


Santificar el nombre de Dios, en la expresión de la Escritura, significa reconocer su santidad, adorarla y amarla en todas las cosas que proceden de la boca de Dios, como palabras suyas. Lo que Dios hace en cada momento es una palabra suya, que significa algo. Y así todas ellas, expresando entrelazadas su voluntad, no son sino nombres y palabras que nos revelan sus designios.

La voluntad divina es única en sí misma: no tiene más que un solo nombre misterioso e inefable. Pero, en cambio, se multiplica hasta el infinito en sus efectos, que son otros tantos nombres que ella toma. Y en este sentido, santificar el nombre de Dios, al mismo tiempo que es conocer, amar y adorar ese nombre inefable, que es su esencia, es también conocer, amar y adorar su adorable voluntad en todos los momentos, en todos sus efectos, mirándolo todo como velos, sombras y nombres diversos de esa voluntad eternamente santa: santa en todas sus obras, santa en todas sus palabras, santa en todas las maneras de presentarse, santa en todos los nombres que pueda llevar.

(de "El abandono en la divina Providencia").

7.4.20

Ofrenda sacrificial continua de nosotros mismos




"Ofreced sacrificios legísimos, y confiad en el Señor" (Sal. 4,6). En efecto, el grande y sólido fundamento de la vida espiritual es darse a Dios, y estar siempre sujeto a su voluntad en lo interior y en lo exterior, olvidándose de sí mismo, como de una cosa vendida y entregada, sobre la cual no se tiene ya derecho alguno.

Todo, pues, ha de ser para agradar a Dios, de modo que Él sea toda nuestra alegría, y que su felicidad y su gloria, su ser, venga a ser nuestro único bien. Solo poseer a Dios, no poseernos a nosotros mismos.

Apoyada sobre este fundamento, el alma ha de centrar toda su vida en alegrarse de que Dios sea Dios, dejando su propio ser de tal modo entregado a su voluntad que esté igualmente contenta con hacer esto, aquello o lo contrario, según disponga el beneplácito divino, sin andar cavilando sobre lo que su voluntad santísima ordena.


6.4.20

Todo redunda en bien para quien ama a Dios




Sirvámonos de esa enfermedad, de esas limitaciones y preocupaciones, de esas necesidades de alimentos, vestidos o muebles, de esas desgracias, de ese desprecio de algunos, de esos temores e incertidumbres, de todas esas turbaciones, para encontrar todo nuestro bien en el gozo de Dios que, a través de todas esas cosas, se nos da totalmente como nuestro único bien.



(de El abandono en la divina Providencia).

4.4.20

Solo importa la voluntad divina


Ante cualquier situación y en todo momento, debemos decir como San Pablo: "Señor, ¿qué quieres que haga?" (Hch. 22,10).

No esto o lo sino, sino lo que Tú quieras. El espíritu quiere esto, el cuerpo desea aquello, pero yo, Señor, sólo quiero tu santa voluntad. La contemplación o la acción, la oración vocal o mental, activa o silenciosa, de fe o de luz, con formas claras o en gracia general, todo, Señor, por sí mismo es nada, porque tu voluntad es lo único real y la única fuerza de todo eso. Ella sola es el centro de mi devoción, y no las cosas, por sublimes y elevadas que sean, pues el fin de la gracia no es la perfección de la mente, sino la del corazón.

15.3.20

No temas, pon tu confianza en el Señor


No, alma fiel, no temas nada. En tu camino, bajo la guía solícita de Dios, no hay nada más seguro e infalible que las tinieblas de la fe. ¿Pero hacia qué lado ir, cuando la fe se hace tan oscura? Camina por donde buenamente puedas. Cuando uno no tiene camino y avanza en una oscuridad total, no se puede extraviar. No es posible dirigirse a ninguna meta y no hay objeto alguno ante los ojos.

Jean Pierre de Caussade. "El abandono en la divina Providencia"

11.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II (y5)


Vale la pena citar un testimonio que demuestra cómo Santa María estuvo presente desde el comienzo del camino sacerdotal del Papa. Un pequeño libro de san Luis María Grignion de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, publicado en lengua polaca en 1927, en Poznan, desempeñó una gran función en su formación espiritual en los años 1940-1944 cundo era operario, primero en una cantera de piedras y después en la fábrica de Solvay. Cuando iba a trabajar, al regreso por la tarde y en el turno por la noche (en el turno de la mañana no había intervalo), llevaba consigo el libro con un pedazo de pan. En los momentos libres leía y meditaba. Lo releyó tantas veces que el libro quedó todo manchado de bicarbonato de sodio, no sólo en la pasta sino también en las páginas interiores. De este libro, que aún se conserva, aprendió la esencia de la devoción a la Madre de Dios. Tal devoción era presente en él desde niño y creció enseguida como estudiante en el colegio y luego en la universidad Jaghellonica, pero el contenido y la profundidad de esta devoción le derivaron de este libro recibido del padre espiritual poco después de haber entrado en el seminario clandestino de Cracovia.

En uno de los encuentros con los sacerdotes de su arquidiócesis, el 20 de mayo de 1965, el Arzobispo Karol Wojtyla recordando el primer período de su formación en el seminario, confesaba entre otras cosas: "Cuando me preparaba al sacerdocio –y me preparaba trabajando como obrero durante algunos años– recibí de mi padre espiritual de entonces un libro conocido hoy y famoso (entonces no muy famoso) del santo (entonces no santo, sino beato), Luis Grignion de Montfort, Tratado de la Verdadera devoción a la Virgen María".

10.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II (4)


En la homilía del 16 de mayo de 1993, pronunciada en la Basílica de San Pedro en el Vaticano para la beatificación de María Luisa Trichet, Juan Pablo II hizo en francés un elogio de la nueva Beata.

"El Evangelio nos hizo escuchar las palabras de Jesús: 'Si uno me ama cumplirá mi palabra' (Jn 14,23). Cumplir la palabra de Cristo, Sabiduría eterna de Dios, permanecer fieles a sus mandamientos, quiere decir aprender, como lo hizo la Madre María Luis Trichet en la escuela de san Luis María Grignion de Montfort, a meditar la riqueza infinita de su presencia y de su acción en el mundo".

9.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II (3)


Hace ciento sesenta años se publicaba una obra destinada a convertirse en un clásico de la espiritualidad mariana. San Luis María Grignion de Montfort compuso el Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen a comienzos del año 1700, pero el manuscrito permaneció prácticamente desconocido durante más de un siglo.

Finalmente, en 1842 fue descubierto casi por casualidad, y en 1843, cuando se publicó, tuvo un éxito inmediato, revelándose como una obra de extraordinaria eficacia en la difusión de la "verdadera devoción" a la Virgen santísima. A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro, en el que "encontré la respuesta a mis dudas", debidas al temor de que el culto a María, "si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo". Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico de este santo "está basado en el misterio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de Dios".

8.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II (2)


La devoción a la santísima Virgen es un medio privilegiado "para hallar perfectamente a Jesucristo, para amarlo con ternura y servirlo con fidelidad".

Este deseo central de "amarlo con ternura" se dilata enseguida en una ardiente oración a Jesús, pidiendo la gracia de participar en la indecible comunión de amor que existe entre él y su Madre. La orientación total de María a Cristo, y en él a la santísima Trinidad, se experimenta ante todo en esta observación: "Por último, siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios. Y yo me atrevo a llamarla 'la relación de Dios', pues sólo existe con relación a Él; o 'el eco de Dios', ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios. Cuando Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella -el eco fiel de Dios- exclamó: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1,46). Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días; cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María".

También en la oración a la Madre del Señor san Luis María expresa la dimensión trinitaria de su relación con Dios:

"Dios te salve, María,
Hija predilecta del Padre eterno;
Dios te salve, María,
Madre admirable del Hijo;
Dios te salve, María,
Esposa fidelísima del Espíritu Santo".

Esta expresión tradicional, que ya usó san Francisco de Asís, aunque contiene niveles heterogéneos de analogía, es sin duda eficaz para expresar de algún modo la peculiar participación de la Virgen en la vida de la santísima Trinidad.

7.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II


Como san Juan de la Cruz, san Luis María insiste sobre todo en la pureza de la fe, y en su esencial y a menudo dolorosa oscuridad (ver El Secreto de María, 51-52). Es la fe contemplativa la que, renunciando a las cosas sensibles o extraordinarias, penetra en las misteriosas profundidades de Cristo. Así, en su oración, san Luis María se dirige a la Madre del Señor, diciendo:

"No te pido visiones ni revelaciones,
ni gustos ni contentos, incluso espirituales.
Para ti el ver claro y sin tinieblas;
... Para mí, en este mundo
sólo quiero gozarme en tu alegría:
creer a secas, sin ver ni gustar nada".


La cruz es el momento culminante de la fe de María, como escribí en la encíclica Madre del Redentor: "Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento. Es esta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad".

San Juan Pablo II

6.1.20

Pensamientos y propósitos de San Juan Berchmans


San Juan Berchmans escribió un cuadernillo de pensamientos, propósitos y notas que se puede encontrar en la Editorial Apostolado Mariano. De él se extractan estas resoluciones:

1.- Tendré buen cuidado en alimentar mi amor al Santísimo Sacramento; lo visitaré al menos cinco veces al día, y cada jueves haré con esta intención alguna penitencia en el refectorio o en otra parte.

2.- Cada sábado introduciré en mi conversación alguna cosa que se refiera a la Santísima Virgen, y cada domingo haré otro tanto para el Santísimo Sacramento.

3.- Todos los sábados en honor a la Santísima Virgen, iré a lavar los vasos a la cocina (o practicaré algún acto de humildad).

4.- No quiero preocuparme jamás de lo que me sucederá, sino confiarme y abandonarme por completo a Dios.

5.- Viviré día a día y hora a hora, sin preocuparme de las contingencias futuras, confiando el cuidado de todo lo que me concierne a la Providencia divina y a mis superiores.

5.1.20

A Jesús, por María


"Ad Iesum per Mariam": A Jesús por María.

San Luis María Grignion de Montfort propone con singular eficacia la contemplación amorosa del misterio de la Encarnación. La verdadera devoción mariana es cristocéntrica. En efecto, como recordó el concilio Vaticano II, "la Iglesia, meditando sobre ella (María) con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación".

El amor a Dios mediante la unión con Jesucristo es la finalidad de toda devoción auténtica, "porque – como escribe San Luis María Grignion de Montfort en su "Tratado de la verdadera devoción" (que podéis descargar de nuestra biblioteca gratuitamente)– Cristo:

es el único Maestro que debe enseñarnos,
el único Señor de quien debemos depender,
la única Cabeza a la que debemos estar unidos,
el único Modelo a quien debemos asemejarnos,
el único Médico que debe curarnos,
el único Pastor que debe apacentarnos,
el único Camino que debe conducirnos,
la única Verdad que debemos creer,
la única Vida que debe vivificarnos
y el único Todo que en todo debe bastarnos
.