La devoción a la santísima Virgen es un medio privilegiado "para hallar perfectamente a Jesucristo, para amarlo con ternura y servirlo con fidelidad".
Este deseo central de "amarlo con ternura" se dilata enseguida en una ardiente oración a Jesús, pidiendo la gracia de participar en la indecible comunión de amor que existe entre él y su Madre. La orientación total de María a Cristo, y en él a la santísima Trinidad, se experimenta ante todo en esta observación: "Por último, siempre que piensas en María, Ella piensa por ti en Dios. Siempre que alabas y honras a María, Ella alaba y honra a Dios. Y yo me atrevo a llamarla 'la relación de Dios', pues sólo existe con relación a Él; o 'el eco de Dios', ya que no dice ni repite sino Dios. Si tú dices María, Ella dice Dios. Cuando Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, Ella -el eco fiel de Dios- exclamó: Proclama mi alma la grandeza del Señor (Lc 1,46). Lo que en esta ocasión hizo María, lo sigue realizando todos los días; cuando la alabamos, amamos, honramos o nos consagramos a Ella, alabamos, amamos, honramos y nos consagramos a Dios por María y en María".
También en la oración a la Madre del Señor san Luis María expresa la dimensión trinitaria de su relación con Dios:
"Dios te salve, María,
Hija predilecta del Padre eterno;
Dios te salve, María,
Madre admirable del Hijo;
Dios te salve, María,
Esposa fidelísima del Espíritu Santo".
Esta expresión tradicional, que ya usó san Francisco de Asís, aunque contiene niveles heterogéneos de analogía, es sin duda eficaz para expresar de algún modo la peculiar participación de la Virgen en la vida de la santísima Trinidad.