Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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4.5.21

Bondad de Dios



"Oblicioni datas sum, tamquam mortuus a corde". (Psalm. XXX, 13).

Fui borrado de su corazón, y puesto en olvido como un muerto.



Dice Dios: "No quiero la muerte del impío, sino que se convierta de sus caminos y viva" (Ezequiel, XVIII, 23; XXXIII, 11).

"Seré tu muerte, oh muerte; seré tu mordedura, oh infierno". (Oseae, XIII, 14).

El Señor con su muerte, triunfó de la muerte y del infierno; de la muerte, resucitando glorioso; del infierno, sacando del seno de Abrahán las almas de los santos Padres.

3.5.21

Jesús enamorado de las almas



Fulcite me floribus, stipate me malis; quia amore tangueo. (Cant. II, 5).

Sostenadme con flores, cercadme de manzanas; porque desfallezco de amor.



¿De nuevo, Jesús mío, habéis querido hospedaros en el pobre y humilde pesebre de Belén? ¿De nuevo habéis querido bajar al Calvario, lugar de muertos y malhechores? Porque, ¿qué otra cosa, Señor, es mi corazón, sino un pesebre de bestias, un Calvario poblado de ladrones y asesinos, que os robarán dándoos muerte inhumana, cuantas veces llevado de vuestro amor vendréis a visitarlo? ¡Oh Salvador dulcísimo de mi alma! Perdonadme tantas ofensas como he cometido contra vuestra Majestad.

"Quid retribuam Domino, pro omnibus quae retribuit mihi?" (Ps. CXV, 12) ("¿Que retornaré al Señor, por todas las cosas que me ha dado?"). ¿Qué le he de retornar? Amor, mucho amor; gratitud, mucha gratitud; pues no hay nada en la tierra que se pueda comparar con los dones que he recibido de su liberalísima mano.

2.5.21

Vanidad de vanidades



Vidi cuncta quae fiunt sub fole, et ecce universa vanitas, et afflictio spiritus. (Eccles. I, 14).

Vi todo lo que se hace debajo del sol, y he aquí que todo es vanidad y aflicción de espíritu.



Vanos son, caducos y pasajeros todos los gustos de la tierra. Vanos los deseos, los cuidados, los pensamientos de los hombres. Vanidad de vanidades todo. Desdichado de aquel que, confiando en las vanas promesas de este mundo, vive entre tanto separado de Dios. Nada hay tan frágil y voluble como las cosas de la tierra. ¿Quién pensara que se habían de acabar tan presto aquellos grandes imperios de la antigüedad? ¿El de un Nabucodonosor, tan colosal a los ojos humanos, que parecía que el tiempo no había de tener jurisdicción sobre él? Y sin embargo, aquel Rey que presumía ser un dios, y que queriendo hacerse adorar como tal, mandó que lo representaran en una estatua de forma colosal, cuya cabeza era de oro, pero tenía una parte de los pies de hierro y la otra de barro, y con una piedrecita, que simbolizaba a Jesucristo, desprendida de lo alto de un monte, dio en tierra con la estatua, la cual quedó enteramente desmenuzada.

Poco tiempo después de lo dicho, Nabucodonosor perdida la razón se retiró a un monte solitario, donde por espacio de siete años estuvo comiendo heno, como un buey, mientras que su cuerpo era bañado con el rocío de lo alto, hasta que alzó los ojos al cielo, y bendiciendo al Altísimo le fue restituido el juicio y con él el trono.

1.5.21

Las almas del Purgatorio ruegan por nosotros



No he venido o llamar a los justos a penitencia, sino a los pecadores.
(Luc. v, 32).


Si quieres ir al cielo, menester es que pases el embravecido mar de este mundo con un bastimento bien pertrechado, y créeme que no hay bastimento más seguro que la cruz de Jesucristo, su humildad y mortificación. Las palabras del Concilio Arausicano, bien consideradas, debieran aterrarnos.

Dice, pues, que de nuestra parte no somos más que mentira y pecado. Verdad es: somos mentira, porque lo que es mentira, no es; y de nosotros sólo tenemos el no ser. Quita de ti lo que has recibido, y verás que no te queda más que la nada; eso eres de ti mismo, nada. Y todo lo que sobre eso ha puesto tu Creador a El se lo debes, suyo es, y así no debes usarlo por tu antojo, sino por su gusto. Somos en segundo lugar pecado, pues no hay mal alguno que no venga del pecado, que voluntariamente cometemos.

30.4.21

Fanfarronada



Sed quia patiens Domonus est, in hoc ipso poeniteamus, et indulgentiam ejus fusis lacrymis postulemus.
(Judith, VIII, 14).

Mas por cuanto el Señor es sufrido, arrepintámonos de esto mismo, y bañados en lágrimas imploremos su indulgencia.



¡Buen Dios! ¡Qué cosas tan horribles y espantosas se ven en el mundo! Muchos de los antiguos pueblos, gente incivilizada, bárbara y cruel, tenían la costumbre de arrojar los muertos a las fieras para que los despedazaran, si hemos de creer a Agahias y otros. Esta misma costumbre era observada por los partos, cuyas sepulturas eran los vientres de las aves o de los perros, y de aquellos que consumían, o mejor, devoraban los difuntos entre los parientes, sin tener más sentimiento que verlos oprimidos con el peso de una larga enfermedad, por estar las carnes de estos enfermos peores que las de los que estaban poco tiempo malos.

Y según asegura Tertuliano, los habitantes del Ponto Euxino se comían los cadáveres de sus padres, y tenían por maldita la muerte de aquellos que morían de forma que no pudieran contentar su voracidad. Modestino nos dice que hubo quien dejara a uno por heredero, con tal que arrojase su cuerpo al mar. Y es conocida la barbaridad de aquel, que estando próximo a la muerte, después de haber hecho testamento, dijo que todos los que tenían legados, los habían de percibir con la condición de dividir su cuerpo en partes, y comérselo en presencia de todo el pueblo.

29.4.21

Dios es amor



Deus charitas est, et qui manet in charitate, in Deo manet, et Deus in eo. (I Joan, IV, 16).

Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él.



Cierta alma al tiempo de comulgar veía a nuestro Señor en diferentes pasos para que ninguno excusase, pues había allí materia abundante para contemplar toda la vida, y mucho más que durase.

Lo veía niño llorando, para el devoto; derribado a los pies de Judas, para el humilde; glorioso y con majestad, para el altivo y presuntuoso; manso, para el airado; amoroso, para el poco devoto; azotado y menospreciado, para el duro de corazón; y puesto en una cruz, esperando y convidando a que todos llegasen a participar de aquellos inefables bienes y dulzuras regaladas. ¡Oh caridad sempiterna! ¡Oh divino Enamorado! ¡Oh Jesús, vida de mi alma!

27.4.21

Creo en la comunión de los Santos



El artículo noveno del Símbolo de los Apóstoles termina de este modo: "Creo en la comunión de los Santos". "Todos los miembros de la Iglesia, así los que están en el cielo como los que se hallan en la tierra y en el Purgatorio, se encuentran unidos entre sí, y con las tres Personas de la Santísima Trinidad, de un modo íntimo, eficaz y permanente". (Gaume, "Catecismo de perseverancia", tom. III, pág. 307).

De aquí se deduce que los bienaventurados que forman parte de esta gran congregación, oran por las ánimas del Purgatorio. La razón de esto es la comunión que hemos dicho existe entre los Santos, tomada de la unidad del cuerpo de la Iglesia. Como ésta forma un cuerpo cuya cabeza es Jesucristo, necesario es que esta comunicación sea no sólo de la cabeza con los miembros, sino también de estos mismos miembros entre sí, pues según el Apóstol: "No ha de haber disensión en el cuerpo, sino que todos los miembros se ocupan entre sí a ayudarse unos a otros" (1 Corintios, XII, 25).

26.4.21

La caridad de Dios



"Ama, pues, al Señor Dios tuyo, y observa en todo tiempo sus preceptos". (Deuter, XI, 1).

"Con amor perpetuo te amé; por eso te atraje teniendo misericordia". (Jerem. XXXI, 3).

"Yo amo a los que me aman". (Prov. VIII, 17).

"Quien ama el peligro, perecerá en él". (Eccle. III, 27).

"Ama a Dios toda tu vida, e invócale para tu salud". (Eccle, XIII, 18).

"Muchas aguas no pudieron apagar la caridad". (Cantar, VIII, 7).

"Perdonas todas las cosas porque tuyas son, Señor, que amas las almas". (Sap. XI, 27).

"El que ama a padre o a madre más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que ama a hijo o a hija más que a Mí, no es digno de Mí". (Matth. X, 37).

"Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todo tu entendimiento". (Matth. XXII, 37).

"De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo". (Joan, III, 16).

"Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él". (Joan, IV, 16).

"Si me amáis, guardad mis mandamientos". (Joan, X, 14, 15).

"Como el Padre me amó, así también Yo os he amado". (Joan, XV, 9).

"Este es mi mandamiento, que os améis los unos á los otros como Yo os amé". (Joan, XV, 12).

"No queráis amar al mundo, ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama el mundo, la caridad del Padre no está en El". (I Joan, II, 15).

"Considerad cuál caridad nos ha dado el Padre, queriendo que tengamos el nombre de hijos de Dios y lo seamos". (III Joan. 1).

"El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad". (I Joan, IV, 8).

"En la caridad no hay temor; mas la caridad perfecta echa fuera el temor, porque el temor tiene pena, y así el que teme, no es perfecto en la caridad". (I Joan, IV, 18).

"Pues ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación ? ¿O angustia?¿O hambre? ¿O desnudez? ¿O peligro? ¿O persecución? ¿O espada?... Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni Angeles, ni principados, ni virtudes, ni cosas presentes, ni venideras,
ni fortaleza, ni altura, ni profundidad, ni otra criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Jesucristo Señor nuestro". (Rom. VIII, 35, 38, 39).

"Si alguno no ama a Nuestro Señor Jesucristo, sea excomulgado, perpetuamente execrable". (I ad Cor. XVI, 22).

"El amor de Cristo nos estrecha... Y Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó". (II Cor. V, 14, 15).

"Yo a los que amo reprendo y castigo". (Apocal. ni, 19).

Estos y otros muchos textos de la Sagrada Escritura, que no reproducimos por juzgarlo innecesario, nos dan a conocer el amor inmenso que Dios nos tiene, infinitamente superior a toda dilección.

El amor lo hizo bajar del cielo á la tierra; tomar la naturaleza humana, lo mismo que la nuestra, fuera del pecado original, y morir por nosotros en una cruz, después de habernos dejado el Santísimo Sacramento del altar. ¿Quién, sabiendo esto, no se estudiará á sí mismo para evitar todas las faltas, y subir al cielo sin tocar en el Purgatorio?

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24.4.21

Estragos de la sensualidad



Poco mas o menos se expresa así el P. Nieremberg en las "Obras espirituales", tomo 2.°, página 463:

Considera los daños gravísimos que trae consigo la pestilencia del pecado de la carne, pues derrama la hacienda, pierde la fama, quita la salud, acorta la vida, apresura la vejez, embota la memoria, oscurece el entendimiento, estraga la voluntad, destierra la quietud del alma, es seminario de enemistades, muertes, violencias, inficiona la república y la entrega a sus enemigos, y priva a los que posee de su libertad, los hace esclavos y sujetos a sus antojos y desvarios. ¿Qué hacienda hay tan gruesa, qué tesoro tan rico que la sensualidad en poco tiempo no lo consuma? Pues la fama, ¡cuan presto se amancilla y ensucia! ¿Hay vicio que así avergüence y salga al rostro como la deshonestidad? Por eso los libidinosos, cuando quieren cometer su maldad, se esconden y buscan lugares secretos y solitarios, y las tinieblas y obscuridad de la noche.

¿Qué diré de la salud que se pierde? ¿Qué de la vida que se acaba? ¿Qué de la vejez que llega antes de tiempo a los torpes y deshonestos ? Por estos y otros estragos que causa este vicio en las potencias del alma, ¿quién no ve cuan acertadamente se compara el lujurioso al perro por su desvergüenza; al puerco, porque se revuelca en el cieno de sus inmundicias; al escarabajo, que vive en los muladares, y su contento y gusto es en la suciedad y en la basura; al ratón, que roe y consume todo lo precioso; a la serpiente, que escupe ponzoña y anda pecho por tierra? Y a otros viles animales.

22.4.21

Consideraciones sacadas de las obras del reverendo Eusebio Níeremberg



Si bien puede ser que alguno haya cometido más pecados que yo, mas le sirve de descargo el haber recibido menos inspiraciones y que sus obligaciones no son tantas como las mías; bien puede ser que se halle otro más avisado y obligado de Dios, pero sírvele de descuento el haber pecado menos y respondido más. Y si acaso ha habido alguna criatura (que no me persuado) que haya ofendido más a Dios y tenido mayor conocimiento de sus obligaciones, todavía no he de confesar que es peor que yo, porque no me parece posible que se halle quien pueda conocer y tener mayores obligaciones, y cuando lo fuera, yo a lo menos no lo entiendo así.

Aunque los pecados del Anticristo sobrepujarán en el número a los míos, no excederá su conocimiento, ilustración y obligación, porque no ha de ser perdonado tantas veces como yo, ni solicitado y favorecido con tan eficaces y continuos beneficios e inspiraciones, ni preservado de las ocasiones de pecar. Lucifer, si bien recibió de Dios mayor luz, pero sólo un pecado le condenó, y no tuvo las obligaciones que yo, ni por él tomó naturaleza de Ángel el Hijo de Dios, ni derramó su sangre. Así y todo, con la confianza, Señor, que me da tu misericordia, quiero ser atrevido y aún importuno a toda la corte celestial, confesando mi vileza y mostrando mis llagas: no cesaré de clamar a todos y a cada uno de los bienaventurados, hasta serles tan molesto, que siquiera por la misma importunación, cuando otro título no pueda alegar, consiga mayor gracia y la misericordia de Jesús, para que no me desampare por el poco caudal que hago de sus gracias.

En su consecuencia pido, acepto y ofrezco en penitencia sacramental de mis pecados, todo el bien que hiciere y mal que padeciere durante mi vida.

21.4.21

Todo viene de Dios. Testimonio



En las vidas de los Padres se cuenta de un monje que, caminando por el yermo en dirección a la ciudad, se encontró con el cadáver todo destrozado de otro muy santo monje, a quien un león le había quitado la vida.

Una vez hubo llegado a la ciudad, tropezó con la solemnidad y pompa de un lujosísimo funeral, con que el cuerpo de un rico malvado era conducido a la sepultura. Lleno con esto de tristeza el monje, dijo consigo: "No pasaré de aquí hasta que Dios me diga, por qué en la muerte fueron este rico y aquel piadoso varón tan diferentemente honrados de lo que parecía justo".

En esto se le apareció un Ángel, el cual le dijo: "El rico con esta honra queda satisfecho de algún bien que tenía hecho, y fuese por sus culpas a pagarlas en el infierno. El monje con aquella muerte fue purificado, y subió sin más purgatorio al cielo. Y tú, no te metas más a juzgar las obras de Dios".

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20.4.21

Todo viene de Dios



Todo cuanto en el mundo se contiene, de Dios es. "Mía es toda la tierra" (Exod. XIX, 5) ha dicho el Excelso. "Mía es la plata y mío es el oro" (Ageo, II, 9), dijo igualmente por un Profeta. Y como haciéndose eco de estos oráculos, repite el Salmista: "Del Señor es la tierra, y su plenitud; la redondez del orbe, y todos sus habitantes". En una palabra, la Sagrada Escritura nos ofrece diversos testimonios de que Dios, Creador del universo, es Señor absoluto de cuantos bienes y riquezas hay en El. Por eso en otro de los libros del Antiguo Testamento se lee: "Tuya es, Señor, la grandeza, y el poder, y la gloria, y la victoria; y a Ti la alabanza (es debida), porque todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra, tuyas son. Tuyo es el reino,y Tú eres sobre todos los príncipes".

Como arbitro que es Dios de las obras de sus manos, distribuye los bienes temporales para su gloria; ora sean riquezas, nobleza, salud, talentos, hermosura y demás, como lo declaró la madre del profeta Samuel, con estas palabras: "El Señor es el que quita y da la vida. El que empobrece y enriquece, abate y ensalza". Esta misma contestación debiera darse a aquellos que, descontentos de su suerte, se lamentan al ver que otros abundan de los bienes que ellos no tienen: Dios lo quiere; Dios lo ha dispuesto así por sus ocultos y sapientísimos juicios.

18.4.21

Los sufragios: El ayuno



El cuarto y último de los sufragios en el orden numérico es el ayuno, del cual todos los Santos hacen los mayores encomios, tanto por los bienes que nos reporta, cuanto por los males de que nos libra. La Sagrada Escritura nos dice que este género de mortificación fue muy usado de los antiguos. Para persuadirse de ello, basta conocer el ejemplo de los ninivitas, los cuales deseosos de aplacar a Dios, no hallaron otro medio más adecuado que el decretar un ayuno general, que ordenó el Rey con estas palabras: "Hombres y jumentos, bueyes y ganados, no gusten cosa alguna, ni pazcan ni beban agua". Y sucedió lo que era de esperar del carácter y condición de Dios, esto es, que enternecidas sus entrañas con aquel generoso rasgo de penitencia, al que se unían los lamentos de tantos niños inocentes, levantó la mano al castigo.

Entre los hebreos existía la costumbre de acompañar los duelos mortuorios, y también en otros sucesos con el ayuno, que por lo común duraba siete días, como lo leemos en el libro I de los Reyes, donde se dice que los moradores de Jabes de Galaad ayunaron aquel tiempo por la muerte de Saúl y de sus hijos. Y por lo visto, en el siglo VIII de la era cristiana aún se observaba aquel ayuno de siete días, porque hablando de los fieles difuntos uno de aquellos contemporáneos, el Venerable Beda, dice: "Ut ad requiem pervenire valeant, septem diebus ieiunatur" ("Para que puedan llegar al descanso, se ayuna siete días").

17.4.21

Los sufragios: La limosna. Testimonio



En la vida de San Juan el Limosnero, que Leoncio, obispo de Chipre, nos dejó escrita, se lee que en aquella isla vivía un hombre no menos rico que avaro. Cierto día que llegaba éste a su casa en ocasión en que le traían el pan, un pobre le pidió limosna con tan reiteradas instancias, que montando en cólera aquel rico lo llenó de injurias, concluyendo por arrojarle con furia a la cara uno de aquellos panes.

Dos días después, cayó el rico gravemente enfermo, y en un sueño que tuvo le pareció que era presentado al tribunal divino, y que en una balanza pesaban los demonios sus malas obras. Los Angeles quisieron contrapesarlas cargando en la otra las buenas, pero no hallaron otra cosa más que aquel pan arrojado al pobre, que pesaba muy poco. A pesar de ello le dijeron aquellos bienaventurados espíritus que por haber dado aquel pan, aunque de tan mala gana, Dios le permitía volver a la vida. Resucitó, ó mejor despertó de aquel sueño, e hizo tal cambio de vida que empleó toda su hacienda en obras de misericordia, llegando hasta la heroicidad de venderse a sí mismo por esclavo, para socorrer con el precio a los pobres, con lo que alcanzó una santidad esclarecida.

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16.4.21

Los sufragios. La limosna



Siguiendo el orden que hemos establecido al principio de estos sufragios, que es el mismo adoptado por la Iglesia, el tercero de ellos es la limosna. Una de las ignorancias más perniciosas que hay en el mundo es el creer que la limosna sea simplemente de supererogación y dé consejo, o lo que es lo mismo, que no es necesaria para alcanzar la salvación. Error funesto que trae engañados a los mundanos, a los cuales impele con fiera saña hacia el abismo.

La limosna, sépase, es un precepto impuesto por la ley natural, la escrita y la evangélica. Cierto es que aquella primera ley grabó en el corazón del hombre el amor a sus semejantes, y que este sentimiento de la naturaleza nos dicta a todos que no basta amar al prójimo con una afección estéril y puramente interior, es necesario que esta dilección salga afuera y se muestre en la acción; por eso dice el Discípulo amado en una de sus Epístolas: "Hijitos míos, no amemos de palabra, ni de lengua, sino de obra y de verdad".

15.4.21

La oración



Hemos dicho que el primero y principal de los sufragios es la Santa Misa; a éste sigue inmediatamente la oración, por la cual rendimos a Dios el culto y adoración que por infinitos títulos le debemos. Valorando los autores místicos la importancia de la oración, dicen que tan necesaria como es al cuerpo la comida, lo es al alma la oración.

La consecuencia que hemos de sacar de esto es que si ningún día se nos pasa sin comer, a fortiori tampoco se nos debe pasar sin orar.

13.4.21

El número de sufragios. La santa Misa



San Agustín reduce el número de los sufragios a tres solamente, en cambio el Beato Alberto Magno los eleva hasta siete, y si hubiésemos de dar crédito a ciertas revelaciones, aún hay quien se alarga a mayor cifra. Pero el Venerable Beda, San Gregorio el Grande y San Isidoro han estado acordes en fijar el número de cuatro, y éstos son los que definitivamente ha admitido la Iglesia. Tales son: la Misa, la oración, la limosna y el ayuno, y en ellos se comprenden las indulgencias, mortificaciones y demás.

La Misa.
El Concilio de Trento, en el capítulo 2.°, de la sesión XXII, declara que este Sacrificio se ofrece con justa razón no sólo por los pecados de los fieles, mas también, según la tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo sin estar plenamente purificados. Y en el principio de la sesión XXV del mismo Concilio, se define que hay Purgatorio y que las almas allí detenidas reciben alivio con nuestros sufragios, especialmente con el aceptable Sacrificio del Altar, lo que equivale a decir que la enseñanza de que nuestros sufragios aprovechan a las almas es tan cierta como la existencia del Purgatorio.

12.4.21

La liturgia fúnebre



No sin razón, decía el Crisóstomo, ordenaron los Apóstoles que en la celebración de los misterios principales se hiciese memoria de los difuntos; porque sabían de cuánta utilidad y provecho les era.

Veamos lo que dicen las liturgias, empezando por la de los nestorianos del Malabar: "Acordémonos de nuestros padres, de nuestros hermanos, y de los fieles que han salido de este mundo en la fe ortodoxa; roguemos al Señor que los absuelva, y que les remita sus pecados, sus prevaricaciones, y que los haga dignos de que dividan la felicidad eterna con los justos que se han conformado con la voluntad divina".

La liturgia de los nestorianos caldeos: "Perdonad los delitos y pecados de los que han muerto; os lo pedimos por vuestra gracia y vuestras eternas misericordias".

11.4.21

Caridad ejercitada con las almas del Purgatorio. Testimonio



En la iglesia de Santa Cecilia de Roma se apareció la Virgen María, acompañada de Santa Cecilia, Santa Inés y Santa Águeda, y una multitud de Angeles y Bienaventurados que le hacían la corte; y en medio de todos una viejecita toda cubierta de andrajos, que tenía sobre sus espaldas un riquísimo manto. Y acercándose con las rodillas en tierra y llorando al trono donde estaba la Reina del cielo, comenzó a conjurarla diciéndole que tuviese piedad del alma de Juan Patrizi, su bienhechor, el cual muerto pocos días antes, estaba en el Purgatorio sufriendo rigurosos tormentos. Al llanto y a la plegaria de la viejecita parece que la Virgen no se conmovió. No obstante, la viejcita tornó segunda y tercera vez a hacer la misma petición. Pero en vano.

Entonces desatándose en un llanto conmovedor dijo: "Yo era una pobre mendiga; nos hallábamos en medio del invierno, llovía copiosamente, y entorpecida por el frío pedía caridad a la puerta de vuestra basílica en Rom. Entraba entonces en la iglesia Juan Patrizi; yo le pedí limosna en nombre vuestro y él, generoso, quitándoselo de encima me dio este manto. Suplico, pues, que tanta caridad hecha a nombre de Vuestra Majestad, merezca al infeliz compasión".

A estas palabras la Virgen dirigiéndole una amorosa mirada, la dijo: "El alma por el cual me ruegas, ha sido condenada a duras penas y por largo tiempo, a causa de sus numerosas culpas, mas con el beneplácito de mi Hijo voy a usar de misericordia con ella, porque practicó la caridad hacia los pobres y la devoción á Mí". Dicho esto, manda que le traigan a su presencia a Juan Patrizi, el cual compareció con una infinidad de demonios que le tenían sujeto con cadenas, maltratándolo del modo más cruel. Mas a una señal de la Madre de Dios se dispersaron todos, Juan tomó asiento entre los bienaventurados, y todo desapareció.

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9.4.21

Caridad ejercitada con las almas del Purgatorio



En la página 165 de la Vida de la sierva de Dios sor Francisca del Santísimo Sacramento, carmelita descalza de la ciudad de Pamplona, escrita por D. Miguel Bautista de Lanuza, se lee:

"La Venerable Francisca tenía dadas a las almas del Purgatorio todas sus satisfacciones, las penalidades que padecía, y lo que trabajaba corporalmente, en que fue incansable. Rezaba a todas horas por ellas el Santo Rosario, repetía en las cuentas algunas devociones enseñadas de su propio afecto, como decir: 'Jesús, ayúdalas'. Y otras veces: 'Requiescant in pace' ('Descansen en paz'). Andaba llena de cuentas y medallas de indulgencias que procuraba ganar en las cinco Estaciones, y los días de Comunión les aplicaba estos sufragios. No daba paso que no fuese por ellas, y en siendo treinta y tres, los ofrecía en reverencia de la vida de Cristo, y cuando eran en mayor número a la de nuestra Señora, y si doce a los Santos Apóstoles, porque iba siempre con el rosario en las manos y podía llevar cabal esta cuenta. Los días de fiesta les rezaba muchos Oficios de difuntos, procuraba con los más devotos sacerdotes que celebrasen por esta intención, y que otras personas ricas les hiciesen decir Misas y aplicasen Bulas".

"Ayunaba los más días del año a pan y agua, tomaba recias disciplinas en horas enteras, y traía rigurosos cilicios. Era tan continuo el llanto en que se deshacía su corazón viéndolas padecer, que dijo en sus relaciones: 'como veo tan de ordinario las grandes penas que padecen las santas almas del Purgatorio, es tanto lo que lloro, sin ser en mi mano, que me parece he de cegar".