Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.5.21

Jesús enamorado de las almas



Fulcite me floribus, stipate me malis; quia amore tangueo. (Cant. II, 5).

Sostenadme con flores, cercadme de manzanas; porque desfallezco de amor.



¿De nuevo, Jesús mío, habéis querido hospedaros en el pobre y humilde pesebre de Belén? ¿De nuevo habéis querido bajar al Calvario, lugar de muertos y malhechores? Porque, ¿qué otra cosa, Señor, es mi corazón, sino un pesebre de bestias, un Calvario poblado de ladrones y asesinos, que os robarán dándoos muerte inhumana, cuantas veces llevado de vuestro amor vendréis a visitarlo? ¡Oh Salvador dulcísimo de mi alma! Perdonadme tantas ofensas como he cometido contra vuestra Majestad.

"Quid retribuam Domino, pro omnibus quae retribuit mihi?" (Ps. CXV, 12) ("¿Que retornaré al Señor, por todas las cosas que me ha dado?"). ¿Qué le he de retornar? Amor, mucho amor; gratitud, mucha gratitud; pues no hay nada en la tierra que se pueda comparar con los dones que he recibido de su liberalísima mano.




Es tan grande la generosidad de Jesucristo, que no estima en nada todo cuanto nos da, si no se nos da a sí mismo, como lo hace en el Santísimo Sacramento del altar. ¡Oh estupenda maravilla! Después que el Hijo de Dios se hizo hombre y no Ángel, parece que el sacerdocio les correspondía a ellos, a los Angeles; pero nuestro Redentor quiso honrar también a los hombres, de modo que ni San Miguel Arcángel puede hacer los portentos que hace el sacerdote, y que tanto se multiplican en el mundo.

Por manera que bien considerado, no puede menos el hombre que decir: "Quid enim mihi est in caelot et a te quid volui super terram?" (Ps. LXXII, 25); ("porque ¿qué hay para mí en el cielo? ¿Y fuera de Ti, qué he querido sobre la tierra?"). Es decir, ¿qué hay en el cielo de riqueza y delicia, sino sólo Dios? ¡Oh, sí! Sólo Dios es capaz de colmar todos mis deseos; Dios solamente, que ha formado este corazón tan grande, que nada le satisface sino sólo El. ¡Oh Dios de mi corazón! "Satiabor cum apparuerit gloria tua! (Ps. XVI, 15) ("Me saciaré cuando apareciere tu gloria"), dice David.

Tan admirable es el beneficio que Dios dispensó a los hombres dejándoles el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y son tantas las almas del Purgatorio que han salido de penas, gracias a una Comunión bien hecha que les ha sido aplicada, que no podemos dispensarnos de hablar de este inefable misterio. Dice Jesucristo: "Todas las cosas me son entregadas de mi Padre". Quiere decir, que Él es el único medio para alcanzar la salvación eterna. Ahora, pues, habla Su Majestad: "Mis delicias son el estar con los hijos de los hombres". Lo cual se vio más claramente después que la segunda Persona de la Santísima Trinidad se hizo hombre. No dice que sus delicias son el estar con los Angeles, que tan hermosos son y le alaban sin cesar; sino con los hombres o los hijos de los hombres, que somos lo más desagradecido que se puede decir ni pensar. La ingratitud es aborrecible sobre todo vicio, y de desagradecidos e ingratos suele decirse que está lleno el infierno. Ése debiera ser nuestro paradero.

Fuera hacerme mucho favor que un Ángel se dignara admitirme por su esclavo, ¿cuan grande, pues, no deberá ser mi gratitud hacia Dios, sabiendo que los Angeles me asisten de su orden, sin perderme de vista de noche ni de día, y me sirven como si fueran mis esclavos, con santas inspiraciones de que yo poco o ningún caso hago? Dice David: "Porque él mandó a sus Angeles que cuidasen de ti, los cuales te guardarán en cuantos pasos dieres". ¡Oh bondad sobre toda bondad la de Dios! ¡Oh ceguedad la más necia, la más insipiente de la criatura!.

Altamente sensible fue que Adán matase a todo el género humano con su pecado, pero mucho más sensible fue que Jesucristo muriera por darle vida.

"En cualquier día que comieres del fruto que te prohibimos, morirás", le dijo Dios a Adán. Y a nosotros nos dice Jesucristo: "El que come este Pan, vivirá eternamente". Pero, ¿cómo es que a los Angeles no les quiso Dios sufrir un solo pecado de pensamiento, y a nosotros nos sufre uno, ciento, mil y millones de millones de pecados de pensamiento, palabra y obra; y no a uno, dos o más, sino a casi todos los descendientes de Adán? ¿Qué es el tolerar tantos infieles, deístas, herejes, judíos, moros, gentiles, materialistas, ateos, racionalistas, etc., etc.; y tantos otros por ventura católicos, que blasfeman de Dios y han hecho pedazos las imágenes de Jesucristo, y hasta el Santísimo Sacramento del altar le han quemado o arrojado por el suelo, y hecho otros gravísimos desprecios, afrentas y deshonras? Mas hace Dios en disimular las faltas del hombre que en criarle; más es el perdonar al hombre que el formarle, porque cuando le crió sólo le aventajó a las criaturas materiales, pero sufriéndole le constituye y pone por cima de las espirituales. En el criar al hombre hizo más que con el sol, la luna, las estrellas, y todo el mundo elemental; y en el sufrirlo hace mucho más que con los Querubines y Serafines, pues como hemos dicho, a éstos no les disimuló un solo pecado, y a los hombres los deja en amplia libertad para que obren según su libre albedrío.

Dice la Escritura: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo". Que no le dio un Ángel; no le dio los cielos, ni un mundo de Angeles y de hombres, sino a su mismo Hijo, que vale infinitamente más que millares de millares de Angeles y de hombres, de mundos y de cielos. Si tuviera Dios muchos hijos, como el mentido dios Júpiter que tenía treinta y nueve, aun fuera mucho el dar uno solo al mundo, pero no teniendo más que uno, y amándole sobre todo encarecimiento, es un prodigio de amor al hombre del todo inexplicable.

Después de todo, Jesucristo no se encarnó por los Angeles, sino por los hombres; no instituyó por ellos el Santísimo Sacramento del altar, sino por nosotros; no dio a los Angeles potestad para absolver de los pecados, sino a los hombres; no padeció y murió en cuanto hombre por los Angeles, sino por nosotros. Ved cuánto nos amó Jesucristo: Éxtasis de amor de Dios, misericordias de Dios, obra del brazo de Dios, gracia de las gracias, antídoto contra la muerte; proezas, invenciones, extremos, primores, altezas, suavidades, dulzuras, prenda de la felicidad eterna, bondad invencible, ápice de las finezas, abismo de caridad, maravilla de las maravillas, excesos de amor, árbol de la vida, pan de Angeles, maná celestial, vida de las almas, fuente de todos los bienes, banquete divino, manjar de los cielos, gloria del mismo Hacedor..., y memorial del amor inmenso de Dios es el Santísimo Sacramento del altar.

Y aunque sólo el Hijo de Dios haya tomado nuestra naturaleza, y padecido cruelísima muerte por nosotros, mas no por ello fue menor la caridad que el Padre Eterno y el Espíritu Santo nos tuvieron y nos tienen. Que por eso dice Jesucristo: "En verdad, en verdad os digo, que el Padre os dará todo lo que le pidiereis en mi nombre". Y dice San Pablo: "El mismo Espíritu Santo pide por nosotros con gemidos inenarrables". Es decir, nos hace pedir, nos enseña a pedir, nos incita y mueve a que oremos, y nos ejercitemos en obras de virtud.

Dice Blosio en el "Joyel espiritual", pág. 100, que en cierta ocasión dijo Jesucristo a Santa Brígida: "Como mis deleites son estar con los hijos de los hombres, y Yo por mi infinito amor me he quedado el Sacramento del altar para que los fieles lo reciban acordándose de Mí, y por él quise también quedarme con ellos hasta el fin del mundo, cualquiera que con palabras o con otra persuasión, a los que están fuera de pecado mortal, les impide para que no se lleguen a este Sacramento, ese en alguna manera me impide y corta el hilo a los deleites y regalos que podría tener en ellos". Y el mismo autor dice en el lugar citado: "El alma de cierto difunto apareció a un amigo de Dios, en una llama de un ardor inmenso, y le dijo que por haber sido descuidado en acudir a la sagrada Comunión, era tan terriblemente atormentada. Y añadió, que sería luego libre si aquel siervo de Dios con quien hablaba, quisiera recibir siquiera una vez con devoción por ella el Sacramento de la Eucaristía. Lo hizo como el alma se lo pidió, y el día siguiente le apareció mucho más clara y resplandeciente que el sol, porque había sido librada de aquellas penas intolerables por la sola Comunión de aquel amigo de Dios, y llevada a la eterna bienaventuranza".

Cuenta nuestro P. Cornejo en la vida de San Buenaventura, la cual es de ver en las Crónicas de la Orden, lo siguiente: "El bajísimo concepto que Buenaventura tenía de sí mismo ya antes de ser sacerdote, le hacía retirarse de la sagrada Comunión. Luchaban - dice -, en su candido pecho los dos poderosos afectos del temor reverencial, y amor ferviente, y estando un día casi por la parte del temor declarada la victoria, se la quitó de las manos el amor con el siguiente milagro. Estaba el Santo oyendo Misa, con deseos ardentísimos de comulgar, pero embargaban los vuelos de su espíritu las pihuelas del temor. Conocía que de su tibieza (en este juicio le tenía puesto su humildad), sólo podía deshacer los hielos aquel fuego abrasador de los corazones, y que era conveniente acercarse el calor para desechar su frío; pero también sabía que la nobleza de sus llamas alumbran y calientan donde hallan pureza, y que sin ésta es temeridad, porque de las luces se forjan rayos vengadores de sus injurias. En esta lucha se hallaba oprimido su corazón, dando testimonio de la congoja el copioso llanto que vertían sus ojos. Pero no quiso Dios que durasen mucho sus escrúpulos. Dispuso, pues, Su Majestad, que de la Hostia consagrada que tenía en el altar el sacerdote, tomase mano invisible (claro está que sería de algún Ángel), una partícula, y se la pusiese en la boca, premiando con favor tan estupendo los desvíos que ocasionaba su humildad". Aunque es bueno abstenerse por reverencia, mucho mejor es recibir a Jesús por amor.

De Santa Clara, hija espiritual de nuestro Padre San Francisco, enamorada del Santísimo Sacramento del altar, dice el P. Cornejo en su vida: "Luchaban en su candido pecho los dos nobles afectos de temor reverencial y amor al Sacramento. El amor la impelía con dulce fuerza para que llegase; el temor la detenía para que se abstuviese. En la lucha de ambos tenía materia para crecer el mérito, pero quedaba por el amor la victoria, porque vencían a los encogimientos del temor humilde, las osadías santas de la caridad ardiente".

Y, ¿qué diremos de nuestro Padre San Francisco? ¡Ah! Su devoción al Santísimo Sacramento no tenía límites; era un río desbordado, una llama ardentísima que lo abrasaba todo, hasta perder enteramente la vista del mucho llorar la Pasión del Señor, y el considerarlo tan abatido y solitario en el estrecho recinto de nuestros templos. Sin duda alguna eso le quitó la vida, dejándonos huérfanos de su presencia, aunque su amparo no nos falta. Hostia sacrosanta, augusto Sacramento, mesa Sagrada, divina ambrosía, Pan de vida; ¡oh quién te amase como te amó Francisco!

Y dice Nieremberg en el tomo 2.° de sus "Obras espirituales", pág. 172 vuelta, hablando de la devoción a la Virgen, y del deber que tenemos de imitar a Jesucristo: "Esta obligación de imitar a Jesús, es muy propia de los que comulgan a menudo, los cuales se pueden tener por más hijos de la Virgen, porque en cierta manera se hacen sus hijos naturales. Los demás son hijos de esta Señora por adopción y afecto, mas los que llegan a comulgar, pueden preciarse de ser más que esto, como si fueran hijos por naturaleza. La razón es porque se hacen un cuerpo y sangre con el cuerpo y sangre de Jesús, a quien dio a luz María de sus entrañas, y como se hacen una carne con la del Hijo natural de María, son también como hijos naturales suyos, y Ella les mira como a su cuerpo y sangre, y trata como tales, como si Ella los diera a luz, que al fin dio a luz a Aquel con quien se hacen uno con unión real y substancial. Y no es mucho que la Virgen les mire así, pues el mismo Jesús les mira como su mismo cuerpo. Por lo cual los que comulgamos muchas veces, principalmente los sacerdotes, hemos de mirar a María como a Madre natural, nuestra". Y en la pág. 236 continúa diciendo: "Fuera de la gracia habitual común a otros Sacramentos, da este soberano bocado de la Eucaristía, luz para conocer lo bueno y lo malo, y fuerzas para huir de esto y seguir aquello, y vida de gracia al que pensando que está en ella, no estándolo, se llega a comulgar teniendo atrición. Hace cobarde al demonio, y lo ahuyenta para que no aflija, ni tiente tanto como a otros, a los que comulgan a menudo".

Refrena la sensualidad y movimientos lascivos; modera la ira y cólera y las demás pasiones. Da favor especial para huir de las ocasiones de pecado, y los excusa en ellas cuando no se pueden huir. Alienta la devoción para que con más prontitud y suavidad se proceda en el divino servicio, y pega gusto de las cosas espirituales. Preserva de muchos pecados mortales, dando particular auxilio para estar en gracia de Dios. Aviva la esperanza, confirma en la fe, enciende en amor de Dios y del prójimo. Da salud, alarga la vida, prospera la honra y acrecienta la hacienda.

Sí; en el Santísimo Sacramento del altar tenemos todos estos bienes y muchos más, porque está en él el mismo Jesucristo, tan hermoso como en el cielo, y las especies sacramentales de pan y vino son como muestra a los hombres su infinita humildad y el infinito amor con que los ama, pues para comunicarse con ellos se vistió de estas especies que tanto le hermosean. El profeta Zacarías, anterior a Jesucristo, describe expresamente el nacimiento de este Señor, juntamente con su Pasión y muerte, y sobre todo el Santísimo Sacramento del altar, del cual dice: "¿Cuál es el bien de él, y cuál es su hermosura, sino el trigo de los escogidos y el vino que engendra vírgenes?". El Padre Scío en la nota correspondiente de la Biblia habla de este modo: "Entre los tesoros celestiales, ¿qué bien mayor ni más hermoso tiene Dios que dar a los hombres cada día, que el trigo o pan de los escogidos, esto es, la Santísima Eucaristía, con que les da fuerzas, prontitud y alegría para emplearse en todo lo bueno, y para resistir y vencer todas las tentaciones? Y aquel vino que engendra vírgenes, esto es, su sangre, que a los que la reciben dignamente los hace puros, castos, incorruptibles e inmutables". Y concluye Jesucristo en el Evangelio de San Juan diciendo: "Si no comiereis la Carne del Hijo del hombre, y bebiereis su Sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré en el último día. Porque mi Carne verdaderamente es comida, y mi Sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne y bebe mi Sangre, en Mí mora y Yo en él".

Es tan grande el amor que Jesucristo muestra a las almas en la Sagrada Eucaristía, que es imposible al hombre mortal el comprenderlo. Se unen entre sí dos extremos, tan distantes el uno del otro cuales son, el uno tan pequeño y bajo como es el accidente de pan y vino, y el otro tan grande como es Hombre y Dios, siendo el mismo en el Sacramento que en el cielo, tan digno de ser reverenciado en la bajeza y poquedad de lo uno, como en la alteza y sublimidad de lo otro, por estar encubierta la grandeza de su resplandor con el velo de tan vil criatura. Ya en el Antiguo Testamento nos decía Dios: "Comed, amigos, y bebed, embriagaos, los muy amados". Sí, comeré y beberé, y me embriagaré todo de amor, pensando en Vos, Jesús mío, que sois mi manjar, mi bebida y mi salvación.

Oigo y atiendo a las dulces inspiraciones que me comunicáis, para obedecerlas con presteza; y percibo el olor y fragancia del divino Cordero, que sois Vos, para aniquilar el mal olor de todos los pecadores del mundo. Que sea yo todo vuestro, eso es lo que importa, y que me deis muchas almas del Purgatorio, para que puedan unirse a los coros celestiales y cantar vuestras alabanzas por eternidad de eternidades.

¿Pero es que decimos ya en el presente capítulo la última palabra? ¡Ah, no! Todavía no, que es imponderable el beneficio que Dios nos dispensó con hacerse hombre; inmenso y sobre todo énfasis grande fue el favor de haber muerto como tal por librarnos del infierno, y después de todo quedarse con nosotros en el Santísimo Sacramento del altar, poniendo en práctica la unión no sólo espiritual, sino temporal, cuya amorosa contemplación maravilla al hombre y pasma a los mismos Serafines.

Quien da este don a las almas, si fuera menester muriera infinitas veces por ellas. ¡Oh caridad sempiterna! ¡Oh divino enamorado! Yo os miro, como dice un autor, Niño llorando para consuelo del devoto; derribado a los pies de Judas para el humilde; glorioso y con majestad para el altivo y presuntuoso; manso para el airado; amoroso para el poco devoto; azotado y menospreciado para el duro de corazón; y puesto en una cruz, esperando y convidando a que todos lleguen a participar de aquellos inefables bienes y dulzuras regaladas. Dice la Escritura: "Los que me comen, aún tendrán hambre, y los que me beben, aún tendrán sed". Sí; los que aman a Dios, cuanto más le aman más descubren que merece ser amado, y así nunca se sacian de amarle. "No hay cosa más dulce que el amor; nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más lleno, ni mejor en el cielo ni en la tierra, porque el amor nació de Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino en el mismo Dios". (Kempis, lib. I I I , pág. 174).

Pero no subamos tan alto. ¡Ay de mí!, que mi morada en tierra ajena se ha prolongado. "Heu mihi! Quia incolatus meus prolongatus est". Sí, se ha prolongado; porque yo si deseo morir, es por evitar las ocasiones del pecado, y por veros y gozaros para siempre, Dios mío, sin temor de volver a perderos. ¡Oh Fuente de amor!, no os contentasteis naciendo, dándoos por hermano, viviendo por compañero, muriendo por precio y resucitando por premio, sino que tal ha sido la fineza del amor que nos tenéis, que os habéis dado en manjar y bebida. ¡Oh gracias, gracias, Señor! Vos veíais la falta de agradecimiento en los hombres a los beneficios que les habíais hecho, los cuales por ser infinitos no podían ser agradecidos por pura criatura, y así queréis agradecerlos por nosotros en este Santísimo Sacramento. ¡Gracias, gracias otra vez!

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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