Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

22.4.21

Consideraciones sacadas de las obras del reverendo Eusebio Níeremberg



Si bien puede ser que alguno haya cometido más pecados que yo, mas le sirve de descargo el haber recibido menos inspiraciones y que sus obligaciones no son tantas como las mías; bien puede ser que se halle otro más avisado y obligado de Dios, pero sírvele de descuento el haber pecado menos y respondido más. Y si acaso ha habido alguna criatura (que no me persuado) que haya ofendido más a Dios y tenido mayor conocimiento de sus obligaciones, todavía no he de confesar que es peor que yo, porque no me parece posible que se halle quien pueda conocer y tener mayores obligaciones, y cuando lo fuera, yo a lo menos no lo entiendo así.

Aunque los pecados del Anticristo sobrepujarán en el número a los míos, no excederá su conocimiento, ilustración y obligación, porque no ha de ser perdonado tantas veces como yo, ni solicitado y favorecido con tan eficaces y continuos beneficios e inspiraciones, ni preservado de las ocasiones de pecar. Lucifer, si bien recibió de Dios mayor luz, pero sólo un pecado le condenó, y no tuvo las obligaciones que yo, ni por él tomó naturaleza de Ángel el Hijo de Dios, ni derramó su sangre. Así y todo, con la confianza, Señor, que me da tu misericordia, quiero ser atrevido y aún importuno a toda la corte celestial, confesando mi vileza y mostrando mis llagas: no cesaré de clamar a todos y a cada uno de los bienaventurados, hasta serles tan molesto, que siquiera por la misma importunación, cuando otro título no pueda alegar, consiga mayor gracia y la misericordia de Jesús, para que no me desampare por el poco caudal que hago de sus gracias.

En su consecuencia pido, acepto y ofrezco en penitencia sacramental de mis pecados, todo el bien que hiciere y mal que padeciere durante mi vida.




Perdono todas las ofensas hechas contra mí, porque Tú, Señor, me perdones las que he hecho contra Ti. Y mi intención es ganar todas las indulgencias que puedo, y para este fin desde ahora ofrezco todas mis oraciones y obras pías de toda mi vida, por la intención a que los Sumos Pontífices Vicarios de Jesucristo tu Hijo obligan para ganar las tales indulgencias, y aplico las que puedo a las ánimas del Purgatorio según el orden de caridad y justicia, o conforme a la elección y beneplácito de Cristo.

Como delincuente me presento delante del tribunal de justicia, y confieso mis pecados, que son más que las arenas del mar y más que sus gotas de agua: yo me juzgo por digno de castigos eternos, yo consiento la sentencia, yo me allano a todo, pues conozco que merezco mil infiernos, cuánto más el Purgatorio. Pero si se permite apelar de este tribunal tan riguroso de justicia y suplicar ante el de misericordia y al mismo Juez Supremo, yo apelo y suplico a mi Creador y Padre de misericordias para su mismo tribunal de gracia. Tomo por mi abogado a Jesucristo su Hijo, que por las leyes de su infinita misericordia y de su gracia, me defienda.

Represento sus méritos, su Vida, su Pasión y su Muerte, su ejemplo, sus acciones y cuanto hizo en el espacio de treinta y tres años, no por sí, que no tuvo necesidad, sino por mi remedio y salvación, y aun por librarme del Purgatorio.

Y Tú, Reina del cielo, vida, dulzura y esperanza nuestra, y Madre de misericordia, sé mi abogada.

Nombro por mi procurador al Ángel de mi guarda, que sabe todos mis pasos y necesidades.

Sean mis valedores los Santos a quienes tengo devoción, que son: San Francisco de Asís, mi Padre, con todos los Santos y Santas de sus tres Ordenes, inclusos los Cordígeros; San José, mi Santo, San Miguel, príncipe de la celestial milicia, y muchísimos más, y arrodillado ante la Majestad divina, Señor mío y Dios mío, movido de la fe, alentado de la esperanza y fiado de la caridad, te suplico que mires con ojos de piedad que soy hechura de tus manos, no me condenes ni me destruyas, pues que no me criaste para tan desastrados fines, sino para gozarte y alabarte en el cielo.

No, no me condenes ni desampares ahora que te busco, pues que Tú me llamabas y rogabas aún cuando yo te ofendía. Y si acaso algún tiempo, con flaqueza o enfermedad mía o con astucia y maña del demonio, dijere o imaginare cosa contraria a lo que aquí confieso y determino, desde luego lo irrito y doy por nulo. Y quiero que lo que aquí propongo, sea firme y valedero para siempre, y desde ahora para entonces me remito a esta protestación católica en que es mi voluntad vivir y morir, con deseo de alcanzar el cielo, donde conozca, sirva y alabe a mi Dios, mi Creador y Redentor, sin defectos y sin pecados, en compañía de los Santos, por todos los siglos. Amén.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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