Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

30.4.21

Fanfarronada



Sed quia patiens Domonus est, in hoc ipso poeniteamus, et indulgentiam ejus fusis lacrymis postulemus.
(Judith, VIII, 14).

Mas por cuanto el Señor es sufrido, arrepintámonos de esto mismo, y bañados en lágrimas imploremos su indulgencia.



¡Buen Dios! ¡Qué cosas tan horribles y espantosas se ven en el mundo! Muchos de los antiguos pueblos, gente incivilizada, bárbara y cruel, tenían la costumbre de arrojar los muertos a las fieras para que los despedazaran, si hemos de creer a Agahias y otros. Esta misma costumbre era observada por los partos, cuyas sepulturas eran los vientres de las aves o de los perros, y de aquellos que consumían, o mejor, devoraban los difuntos entre los parientes, sin tener más sentimiento que verlos oprimidos con el peso de una larga enfermedad, por estar las carnes de estos enfermos peores que las de los que estaban poco tiempo malos.

Y según asegura Tertuliano, los habitantes del Ponto Euxino se comían los cadáveres de sus padres, y tenían por maldita la muerte de aquellos que morían de forma que no pudieran contentar su voracidad. Modestino nos dice que hubo quien dejara a uno por heredero, con tal que arrojase su cuerpo al mar. Y es conocida la barbaridad de aquel, que estando próximo a la muerte, después de haber hecho testamento, dijo que todos los que tenían legados, los habían de percibir con la condición de dividir su cuerpo en partes, y comérselo en presencia de todo el pueblo.




¡Y qué necesidad tenemos de ir a buscar ejemplos en los pueblos antiguos! En Septiembre u Octubre del año anterior, leímos lo siguiente poco más o menos, que publicaba un periódico de Madrid: "Un tal William Hayes, yankee rico, acaba de morir en la India. Dejó ordenado en el testamento, que sus exequias se celebrasen con la mayor alegría posible, para lo cual prescribió que se le enterrara, no en el cementerio, sino en un parque de su propiedad, engalanados los árboles con cintas de colores vivos, tocando música alegre numerosa orquesta en un pabellón alzado para la ocasión, y celebrándose después un verdadero festín de Baltasar, para lo cual se matarían cinco bueyes, veinte corderos y muchos cerdos y gallinas. Al banquete habría de seguir un baile, que se prolongase hasta la madrugada, bajo la verde arboleda, iluminada y engaladísima". Asistieron a esta fiesta dos mil personas, si tales pueden llamarse los concurrentes a semejante espectáculo propio de salvajes.

Pero compadezcamos a las víctimas de tales sucesos y a los que en ellos tomaron parte, y con esto cesen los comentarios. Entre los católicos si no se ven semejantes monstruosidades, en cambio hay en algunos funerales cosas dignas de censura.

Porque ¿qué utilidad resulta a las ánimas del Purgatorio de la vana ostentación que vemos en ciertos actos fúnebres? ¿Qué ventaja será para aliviarlas en sus penas la preciosidad del ataúd, la elegancia de la carroza a la "grand Dumont", de ocho caballos ricamente enjaezados, los pajes vestidos a la Federica, el coche conduciendo las coronas regaladas por los parientes, amigos y admiradores, los fúnebres acordes de la música, el gentío inmenso lleno de curiosos que acompaña al cortejo, la grandeza y suntuosidad del panteón, todo el lujo y esplendor del arte, y cuanto puede reunir el gusto más refinado de pompa, grandeza, atractivo y hermosura? ¿Qué ventaja habrá? Ninguna, absolutamente ninguna; ni la menor mejoría, ni el más mínimo provecho resulta de todo esto a favor del difunto, esté o no en el Purgatorio. Más le valiera una Ave María dicha con devoción, que todo el aparato referido.

Mal empleado dinero, que podía muy bien haber aliviado al alma del que vivió cristianamente, haciendo celebrar Misas, y dando limosnas a los pobres, a los hospitales y necesitados todos. Todo ello no es más que fomento de la vanidad; un gasto perjudicial tal vez a la familia, y privar a tantos desdichados de un socorro que tan beneficioso podría ser al difunto. ¡Pobres, pobres difuntos!

Empero no vaya alguno a pensar que censuramos todo aparato funeral, sino la vana ostentación, y el exceso de unos gastos superiores acaso a las fuerzas de los que los mandan hacer. Si es un consuelo para la pena que ocasiona la pérdida de las personas más queridas el hacer estos dispendios, ¿por qué no se procura mitigar con igual empeño los tormentos que quizá estará el alma sufriendo en el Purgatorio?

Lo mismo decimos de la espléndida comida que algunas familias, fuertemente asidas a las antiguas costumbres, suelen disponer para los parientes y amigos de la casa, el día de la sepultura de alguno, especialmente del jefe de la familia. Coman y beban enhorabuena, pero por Dios que no falten a la caridad cristiana, como lo previenen las Constituciones Apostólicas, por estas palabras: "Qui in exequiis mortuorum ad convivium funebre invitati estis, ordine, et cum timore Dei epulamini, ut positis preces adhibere Deo pro defunctis". Que quiere decir: "Los que fuereis invitados a comer en las exequias fúnebres, alimentaos con orden y temor de Dios, para que podáis orar por los difuntos". Si se observaran estas prevenciones, si los gastos no fueran superiores a las fuerzas de los que costean semejantes derroches, seguro es que conservaríamos una costumbre heredada de los primitivos cristianos, que en los ágapes o convites de caridad daban ejemplo a todos. Pero como generalmente nada de esto se observa, como muchos de los que asisten a estas funciones, después de haber comido opíparamente no sólo no están en disposición de pedir al Señor por el difunto, sino que quitan las pocas ganas de comer a los que están verdaderamente lastimados, se da por hecho muy bien en abandonar esta costumbre, dejándola solamente para algunos, muy pocos, apegados a lo antiguo.

Pero, ¿para qué tantos extremos en consolarse por la pérdida del cuerpo, mientras que se deja el alma abandonada? ¿Por qué tantas diligencias en las cosas materiales de la vida, y tanta morosidad en el cumplimiento de la última voluntad o del testamento del difunto? Pues qué, ¿son árbitros los cumplidores, para dejar que pasen meses y acaso años, sin proveer o poner en ejecución las Misas, limosnas y demás que se refieren al alma del finado? ¿Por ventura no saben que un hermano de hábito de Santo Tomás de Aquino fue detenido en el Purgatorio por espacio de quince días, por haber tardado otro tanto tiempo en cumplir con el testamento del Obispo de París? ¿Ignoran que otro fue castigado ocho días en el Purgatorio, por haber dilatado sólo este tiempo en poner también en ejecución un testamento?

Escarmentemos en cabeza ajena, tengamos juicio, que el tiempo vuela; no se nos diga aquello del Profeta: "En la tierra de los Santos hizo maldades, y no verá la gloria del Señor" (Isaías XXVI, 10), sino más bien nos sirva de enseñanza lo de Salomón, que dice: "Cualquier cosa que puede hacer tu mano, hazla con presura, porque ni obra, ni razón, ni sabiduría, ni ciencia habrá en el sepulcro, a donde caminas aprisa."

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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