En las vidas de los Padres se cuenta de un monje que, caminando por el yermo en dirección a la ciudad, se encontró con el cadáver todo destrozado de otro muy santo monje, a quien un león le había quitado la vida.
Una vez hubo llegado a la ciudad, tropezó con la solemnidad y pompa de un lujosísimo funeral, con que el cuerpo de un rico malvado era conducido a la sepultura. Lleno con esto de tristeza el monje, dijo consigo: "No pasaré de aquí hasta que Dios me diga, por qué en la muerte fueron este rico y aquel piadoso varón tan diferentemente honrados de lo que parecía justo".
En esto se le apareció un Ángel, el cual le dijo: "El rico con esta honra queda satisfecho de algún bien que tenía hecho, y fuese por sus culpas a pagarlas en el infierno. El monje con aquella muerte fue purificado, y subió sin más purgatorio al cielo. Y tú, no te metas más a juzgar las obras de Dios".
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