Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

29.4.21

Dios es amor



Deus charitas est, et qui manet in charitate, in Deo manet, et Deus in eo. (I Joan, IV, 16).

Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él.



Cierta alma al tiempo de comulgar veía a nuestro Señor en diferentes pasos para que ninguno excusase, pues había allí materia abundante para contemplar toda la vida, y mucho más que durase.

Lo veía niño llorando, para el devoto; derribado a los pies de Judas, para el humilde; glorioso y con majestad, para el altivo y presuntuoso; manso, para el airado; amoroso, para el poco devoto; azotado y menospreciado, para el duro de corazón; y puesto en una cruz, esperando y convidando a que todos llegasen a participar de aquellos inefables bienes y dulzuras regaladas. ¡Oh caridad sempiterna! ¡Oh divino Enamorado! ¡Oh Jesús, vida de mi alma!




Dios es amor, y quien le ama, come el amor; y quien come el amor, queda siempre con deseo de más, y quien le bebe, queda siempre con más sed..., hambre y sed que a un tiempo piden amor y más amor. Porque, ¿qué cosa puede engendrar el amor, si no es amor? ¿Si no es un deseo ardiente, y un hambre de amar y de comer de aquel regalado manjar, con el cual por más hartura que tenga siempre se ansia más y más?

Si David dice: "Que los juicios de Dios son más de codiciar que el oro y que las muchas piedras preciosas, y que son más dulces que la miel y que el panal", ¿qué será la Carne y Sangre de Jesucristo, juntamente con la Divinidad, que aquel Rey no pudo adivinar, porque nadie era capaz de prever tan extremado amor como nos muestra Su Majestad en el Santísimo Sacramento del altar? Y sin embargo, si solas las palabras de Dios le parecían al real Profeta más codiciables que él oro y las piedras preciosas, y más dulces que la miel y que el panal, ¿qué diría ahora viendo a Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, encerrado día y noche en los tabernáculos de nuestros altares, hecho un incendio de amor, un sol divino de amor, amor de los amores, entrarse en los pechos muchas veces sucios, asquerosos y abominables de los pecadores? Quien da este regalo a todas las almas que lo piden, aunque quiera, por más que sea Omnipotente, ya no puede dar más: "Cum esset Omnipotens, plus dare non potuit" ("Con ser Omnipotente, no se puede dar más").

Y durante su vida, como si no nos tuviera reservada cosa alguna, nos dice a todos: "Hasta aquí no habéis pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido". ¿Sí? Pues por mi parte una sola cosa os tengo de pedir: amor, mucho amor a Vos, Jesús mío, inconmensurable amor a Vos; arroyos de amor, ríos de amor, mares de amor, diluvios de amor, amor eterno, amor incomparable, amor que exceda al de los Serafines, amor no conocido, amor delirante, amor sobre todo amor. Amarte, y amarte, y amarte, y no piense más que en amarte, o de lo contrario muera de amor. Y perdóname, Jesús mío, que no te sé pedir; haz, en fin, que sólo busque tu gloria, tu servicio y tu amor.

Pero ya es tiempo de decirlo: los enemigos de la Iglesia que ciegos no admiten el Purgatorio, sacan la consecuencia falsa, diciendo: "Ciertos pecados engendran la muerte; luego todos los pecados engendran la muerte". Esto no es cierto; se dan pecados veniales, y éstos no merecen el infierno, sino el Purgatorio. Basta que demos un ligero repaso a la Biblia para saber lo que nos advierte: "Confesaré, contra mí al Señor mi injusticia, y Tú perdonaste la impiedad de mi pecado". Esto decía David justificado ya de su pecado máximo, y la injusticia que confesaba al Señor "non nisi levis erat", "no era sino leve", escribe Gotti en "ln vera Ecclesia Christi", tom. III, pág. 346.

"Siete veces caerá el justo, y se levantará". Luego si es justo, dicho se está que los pecados que comete sólo son veniales. San Pedro llegándose a Jesucristo, le pregunta: "Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí, y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?". Y Jesús le contesta: "No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete". Y dice el P. Scío en el comentario correspondiente: "Son cuatrocientas y noventa veces, tomando un número determinado por el indeterminado, para enseñarnos, que jamás nos hemos de cansar de perdonar a los que nos ofenden".

Otra vez dijo Jesucristo a sus discípulos: "Si pecare tu hermano contra ti, corrígele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si pecare contra ti siete veces al día, y siete veces al día se volviere a ti, diciendo: 'Me pesa', perdónale". Esta facilidad de perdonar tantos pecados, prueba que se trata sólo de los veniales. En cierta ocasión dijo el apóstol San Juan: "El que sabe que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida, y será dada vida a aquel que peca no de muerte" (I Juan, v. 16). Y la misma oración dominical nos dice bien claramente que hay pecados veniales, con aquellas palabras: "Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores", como lo explica San Agustín en la epístola XXIX "ad Hieron." n.° 172.

Y en fin, cualesquiera que sean los pecados, lo que conviene es amar mucho al Señor. En el santo Evangelio se nos dice que Jesús perdonó a la Magdalena sus muchos pecados, porque amó mucho. Son estas las mismas palabras dichas por el Señor al fariseo: "Perdonados le son sus muchos pecados, porque amó mucho". Pues si así es, reclamo yo mi derecho; porque si se me permite, preguntaré a guisa del Apóstol: ¿Quién me separará del amor de Jesucristo? ¿El mundo? ¿El demonio? ¿La carne? No; cierto estoy que no han de poder conseguirlo, porque, como me enseña la Iglesia, son esos los tres enemigos del alma.

¿Sí? Pues al amor; sólo al amor he de dedicar todo el resto de mi vida. Séame lícito repetir con el Rey Sabio: "Fulcite me floribus, stipate me malis, quia amore langueo" ("Sostenedme con flores, cercadme de manzanas, porque desfallezco de amor".

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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