Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

15.4.21

La oración



Hemos dicho que el primero y principal de los sufragios es la Santa Misa; a éste sigue inmediatamente la oración, por la cual rendimos a Dios el culto y adoración que por infinitos títulos le debemos. Valorando los autores místicos la importancia de la oración, dicen que tan necesaria como es al cuerpo la comida, lo es al alma la oración.

La consecuencia que hemos de sacar de esto es que si ningún día se nos pasa sin comer, a fortiori tampoco se nos debe pasar sin orar.




Tan poderosa es la oración para alcanzar de Dios toda suerte de bienes que, según Suárez, supera en algún modo a los mismos Sacramentos, porque éstos tienen un efecto determinado y restringido a ciertos límites, al paso que la oración no conoce términos ni confines, extendiéndose a cuanto abarca la Divina Omnipotencia. Así que, a sola la oración le es concedida la perseverancia final, gracia que no se lee en todas las Escrituras haya sido prometida a ninguna otra obra de piedad.

En el Antiguo Testamento tenemos un testimonio evidente de lo mucho que aprovecha a los difuntos la oración, pues en uno de sus libros se lee: "Santa y saludable es la obra de rogar por los muertos, para que sean libres de sus pecados" (II Macaveos). En el Nuevo Testamento, además de otras muchas autoridades que no es del caso citar, tenemos la liturgia instituida por Santiago el Menor, lo mismo que la de San Mateo y la de San Marcos, en todas las cuales se menciona especialmente la oración por los difuntos. Apoyados en la firmeza de esta verdad católica de que dan igualmente fe los Concilios Florentino y Tridentino, diremos sin temor de que se nos desmienta, que es grande la eficacia de la oración por los difuntos.

La oración, como es sabido, se divide principalmente en vocal y mental. La primera es muy usada en la Iglesia de Dios, a cuyo efecto aparte de los responsos y otras preces destinadas "ad hoc", se incluyen en el Breviario el Oficio de difuntos, así como en el Misal se contienen cuatro Misas diferentes, que responden a todas las necesidades propiamente llamadas fúnebres. De manera que la oración vocal por los muertos se ejercita constantemente en todo el ámbito de la Iglesia católica.

La dificultad pudiera en todo caso existir con respecto a la oración mental, merced a la cuestión que hay entre los teólogos sobre si para que una obra sea satisfactoria haya de ser precisamente penal, asegurando muchos que, si no lo es, no puede ser satisfactoria. Será sin duda por esto, que en la confesión el sacerdote impone generalmente por penitencia la oración vocal, porque en ella, por más que no lo parezca, se da siempre alguna dificultad o molestia.

Nuestro Seráfico Doctor San Buenaventura dice terminantemente que toda oración para que sea satisfactoria ha de tener algo de penal; en virtud de lo cual pregunta cuál será la que contenga aquella condición. "Creo" - dice -, "que todas; porque no hay ninguna oración que no cueste algún trabajo, y cuanto es mayor el deleite del espíritu, tanto más sufre y se debilita la carne, por lo que entiendo que la oración más satisfactoria será la más fervorosa, toda vez que es la que más agrada a Dios". Y concluye diciendo: "En suma: toda oración hecha en caridad y con fin recto es penal, y puede por consiguiente ser satisfactoria, supuesto que nunca llegará a ser tan deleitable, que a la vez no lleve consigo la nota de penalidad, antecedente, concomitante o subsiguiente, y aquélla es principalmente satisfactoria, que es más dolorosa y gemebunda, aquella que con más ardiente deseo clama el corazón a Dios pidiéndole perdón por los pecados".

El ser tan escabrosa la oración, sobre todo la mental, proviene de nuestra naturaleza viciada y enferma, que tan refractaria se muestra a los ejercicios espirituales y a todo aquello que es contrario a la sensualidad, y también de la envidia del demonio, que no puede sufrir al alma que ora. Por eso solía decir Santa Teresa, que el hacer meditación es como quien saca agua a fuerza de brazos de un pozo profundo. Y el B. Fr. Gil, compañero de nuestro Padre San Francisco, dejó escrita en sus Colaciones esta sentencia: "Nunca está el demonio ni más solícito ni más furioso que cuando el alma se levanta a Dios por la oración: son entonces más frecuentes que en ningún otro tiempo las flechas de sus sugestiones".

Superfluo nos parece el acumular otras pruebas para dejar demostrado lo muy satisfactoria que es la oración, bien sea la vocal, o bien la mental, por la notoria penalidad que en una y en otra se encuentra. Lo que importa es que sean muchos los que hagan experiencia de ello. Y si las ocupaciones u otra cualquier razón les impidiere el prolongar la oración, procuren compensar la brevedad con la frecuencia de las aspiraciones, diciendo, v. gr.:

"Agnus Dei qui tollis pecccata mundi, dona eis requiem sempiternam" ("Cordero de Dios que quitáis los pecados del mundo, dadles el descanso sempiterno").

"Réquiem aeternam dona eis, Domine" ("Dadles, Señor, el descanso eterno"), "Et lux perpetua luceat eis" ("Y que brille para ellos la luz inextinguible".

"Requiescant in pace" ("Descansen en paz").

Esta paz y eterno descanso es por lo que las almas suspiran sin cesar.

Escribe Cantímprato que oyendo Misa un monje muy virtuoso de la Orden del Cister, fue arrebatado en éxtasis, y vio innumerables almas que se llegaban al altar a recibir la. paz, y que después de recibirla se retiraban clamando a las que quedaban: "Festinate, festínate pacem suscipere; quia iam Missa propinquat ad finem": ("Daos prisa, apresuraos a recibir la paz; que la Misa ya se acerca al fin". Y habiendo aquel monje manifestado por obediencia a su abad lo que Dios le había revelado, a los pocos días murió santamente.

Se comprende sin duda alguna el referido monje era devotísimo de las almas del Purgatorio: después de aquella Misa, que oiría por ellas, algunas de las que vinieron a recibir la paz subirían al cielo, y dada su gratitud, lo demás se adivina.

Ya, pues, que no podamos dedicar mucho tiempo a la oración por las almas, siquiera de tanto en tanto recemos por ellas un "De profundis", un "Pater noster", un "Requiescant in pace", u otra breve deprecación. ¡Les es tan provechosa, y ellas son tan dignas de nuestros obsequios y plegarias!

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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