Poco mas o menos se expresa así el P. Nieremberg en las "Obras espirituales", tomo 2.°, página 463:
Considera los daños gravísimos que trae consigo la pestilencia del pecado de la carne, pues derrama la hacienda, pierde la fama, quita la salud, acorta la vida, apresura la vejez, embota la memoria, oscurece el entendimiento, estraga la voluntad, destierra la quietud del alma, es seminario de enemistades, muertes, violencias, inficiona la república y la entrega a sus enemigos, y priva a los que posee de su libertad, los hace esclavos y sujetos a sus antojos y desvarios. ¿Qué hacienda hay tan gruesa, qué tesoro tan rico que la sensualidad en poco tiempo no lo consuma? Pues la fama, ¡cuan presto se amancilla y ensucia! ¿Hay vicio que así avergüence y salga al rostro como la deshonestidad? Por eso los libidinosos, cuando quieren cometer su maldad, se esconden y buscan lugares secretos y solitarios, y las tinieblas y obscuridad de la noche.
¿Qué diré de la salud que se pierde? ¿Qué de la vida que se acaba? ¿Qué de la vejez que llega antes de tiempo a los torpes y deshonestos ? Por estos y otros estragos que causa este vicio en las potencias del alma, ¿quién no ve cuan acertadamente se compara el lujurioso al perro por su desvergüenza; al puerco, porque se revuelca en el cieno de sus inmundicias; al escarabajo, que vive en los muladares, y su contento y gusto es en la suciedad y en la basura; al ratón, que roe y consume todo lo precioso; a la serpiente, que escupe ponzoña y anda pecho por tierra? Y a otros viles animales.
"El lujurioso padece hambre canina y fuego abrasador, que cuanto más leña se le echa mayores fuerzas cobra; y una hidropesía, que cuanto más se bebe tanto causa mayor sed. Y como el infierno que nunca dice basta, así el deshonesto en medio de las aguas de sus torpes deleites, como otro Tántalo siempre tiene sed, hambre y más hambre, confusión y más confusión, sin jamás sentir hartura, ni satisfacción alguna, sino siempre nueva inquietud, y mayor ansia y ardor. No el Purgatorio, el infierno espera a los lujuriosos.
Considera como, al contrario, la castidad es un don divino, lleno de otros innumerables dones de Dios: es un jardín de flores suaves y olorosas; una fuente de bálsamo y un bien en que se cifran muchos bienes, porque guarda la hacienda, conserva la honra, acrecienta la salud, alarga la vida, hace robusta la vejez, aviva la memoria, despierta el entendimiento, inclina la voluntad a las obras de virtud y a los estudios y ejercicios honestos y generosos, compone el hombre interior, y con la modestia y compostura exterior gana las voluntades de los hombres con quienes trata. Da, finalmente, alegría y libertad al corazón, al cual levanta de la tierra al cielo y le hace vivir vida de Angeles, y en la carne triunfar de la carne y ser semejante al Hijo de Dios.
Arrójate con confianza, dice San Agustín en el tomo 2.° de sus Confesiones, cap. XI, en los brazos del Señor y no temas, que no se apartará para dejarte caer. Arrójate seguro y confiado, que El te recibirá en sus brazos y te sanará de todos tus males.
Dice el Sabio: "Et ut scivi quoniam aliter non possem esse continens, nisi Deus det" ("Y como llegué a entender que de otra suerte no podía ser continente, si Dios no me lo daba"). De lo cual se ve, que la castidad es un don de Dios, y que sin su gracia y especial favor ninguno puede alcanzarlo.
Señor, antes muera que cometer un solo pecado mortal. Ni venial, a ser posible, quisiera cometerlo, para huir del Purgatorio; pero ya que esto no es posible sin una especial gracia vuestra, haced a lo menos que arrepentido llore mis extravíos antes que la vida se acabe.
Todavía más. Sí, sí; lo diremos, ¿por qué no? En el libro de las Colaciones de Casiano, colación X, cap. X, se lee entre otras cosas: "Si deseas conservar la memoria de Dios, medio excelente para vencer toda clase de tentaciones, usarás día y noche esta devoción de decir o meditar: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'". Este verso con que se da principio a todas las Horas canónicas, es muy a propósito para inflamar nuestros corazones en torrentes de devoción. Tiene humildad de confesión pía, temor de Dios, consideración de la propia fragilidad y esperanza de ser oído. Es este verso de la Escritura un muro inexpugnable, un coselete impenetrable, un escudo en defensa de todos los que son perseguidos del diablo.
Sin el auxilio de Dios estamos ciertos de que nos perderemos sin remedio. Cuando veo que necesito ayunar con rigor para el socorro de las tentaciones sensuales, y me quiero excusar con la flaqueza de estómago; para que cumpla yo con mi obligación he de orar, diciendo: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si llegando la hora ordinaria de comer me enfada el pan, u otra cualquier cosa que me ponen delante, he de acudir al Señor invocándole con estas palabras: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si me inquietan las tentaciones de lujuria, de ira, de avaricia, de tristeza y otras, invocaré el auxilio del Altísimo, diciendo: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si fuere acometido de vanagloria y soberbia, y me parece que hago mucho en comparación de la negligencia y tibieza de otros, para que no me venza esta tentación del enemigo, diré con verdadera contrición: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si no puedo dormir, y las noches que duermo me hallo fatigado con sueños e ilusiones del demonio, he de pronunciar con suspiros: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si ando distraído con innumerables y diferentes evagaciones del alma, no puedo refrenar la mudanza de pensamiento, ni tener oración sin estorbo y fantasmas de figuras vanas, y memoria de palabras y obras inútiles, y tengo tal esterilidad de espíritu que no puedo mover en mí ningún afecto devoto, con gemidos y suspiros acudiré al Señor, diciendo: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Si veo que en la pelea de los vicios me halagan los deleites de la deshonestidad, y al tiempo que estoy dormido me provocan con sueños engañosos a consentir después en pecado, para que los ardores de la carne no marchiten las flores de la castidad, heme de valer diciendo: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Conozco que con el favor del Espíritu Santo, poseo ya la quietud de mi alma, constancia en buenos pensamientos, alegría de corazón y olvido de cosas temporales, con abundancia de afectos buenos, para que me dure mucho este estado, he de decir con cuidado y muy a menudo: 'Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina', que quiere decir: 'Dios mío, atiende a mi socorro. Señor, apresúrate a favorecerme'.
Sí; Deus, in adjutorium meum intende. Domine, ad adjuvandum me festina. Medita en este verso continuamente, para que cuando te vayas a dormir, aun en el sueño vengas a decirlo.
Ocúpate en él en despertándote, y sea este pensamiento el primero de todos que tú admitas, el cual esté siempre en tu boca, y más aún en el corazón, como dice Moisés del amor de Dios, al cual se debe amar cuando estuviere sentado en su casa, andando por el camino, al irse a dormir y al levantarse de la cama, en una palabra: siempre y a todas horas.
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