Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

1.5.21

Las almas del Purgatorio ruegan por nosotros



No he venido o llamar a los justos a penitencia, sino a los pecadores.
(Luc. v, 32).


Si quieres ir al cielo, menester es que pases el embravecido mar de este mundo con un bastimento bien pertrechado, y créeme que no hay bastimento más seguro que la cruz de Jesucristo, su humildad y mortificación. Las palabras del Concilio Arausicano, bien consideradas, debieran aterrarnos.

Dice, pues, que de nuestra parte no somos más que mentira y pecado. Verdad es: somos mentira, porque lo que es mentira, no es; y de nosotros sólo tenemos el no ser. Quita de ti lo que has recibido, y verás que no te queda más que la nada; eso eres de ti mismo, nada. Y todo lo que sobre eso ha puesto tu Creador a El se lo debes, suyo es, y así no debes usarlo por tu antojo, sino por su gusto. Somos en segundo lugar pecado, pues no hay mal alguno que no venga del pecado, que voluntariamente cometemos.




Considera cuántas penas ha habido y puede haber en el mundo; mucho más que eso: imagínate las penas todas del infierno, ¡qué horror! Pues es mayor calamidad un solo pecado mortal, es decir, la culpa que va aneja al pecado mortal, que toda aquella pena no obstante ser eterna. Luego pecar, ofender a Dios, es el mayor mal de los males.

Seamos siquiera devotos de las almas del Purgatorio, y no cometeremos de seguro tantos desatinos.

"Porque aquellas almas" - dice Palafox en su obra 'Luz a los vivos', tomo 8.°, pág. 129 -, "pueden ayudar de muchas maneras a las de esta vida, ya con oraciones, ya librándonos de muchos peligros, ya enseñándonos, ya dando consejos y luces, y con otros muchos beneficios, cuando Dios se lo permite".

"Y es muy verosímil, que aunque no merecen las almas en el Purgatorio, ni tampoco impetran para sí, pero deben de impetrar para sus devotos, siquiera por medio de sus Angeles. Porque el pedir por medio de ellos, o por sí mismas, no les está prohibido; y si piden a Dios por sí o por sus Angeles, aunque no merezcan, pueden impetrar y alcanzar grandes misericordias para los que bien las hacen, pues al fin están en gracia".

El demonio nos aborrece más de lo que se puede decir ni pensar. Es tan rabioso enemigo nuestro, que cuando no puede hacernos caer en culpas, por lo menos nos procura toda la pena que puede. Esto respecto de nosotros los que vivimos acá en la tierra.

A las almas del Purgatorio:

- 1.° Las odia igualmente, y hace todo cuanto puede por dilatarles la entrada en la gloria.

- 2.° Le pesa mucho que aquellas almas vayan a gozar de Dios, por ser tormento para él lo que es gloria para el alma, pues van a llenar las sillas que él perdió por su soberbia.

- 3.° Porque van a alabar a Dios eternamente, y el demonio aborrece a Dios, y siempre querría aumentar el número de los quejosos y blasfemos, y no el de los agradecidos y santos.

- 4. º Le duele sobre todo encarecimiento el acto excelente de caridad de los que son devotos de las ánimas, pues los mira ya como a predestinados, viéndolos adornados de un afecto tan pío y agradable a Dios.

Y bien, después de esto, ¿pensará tal vez alguno que es tiempo mal aprovechado el que se emplea en fomentar los intereses del Purgatorio? Opinion fue, es verdad, casi común de los teólogos antiguos, que las almas del Purgatorio no podían orar por los que estamos en este mundo, porque están allí como en una cárcel y entre un diluvio de penas. Sin embargo, muchos de los más recientes publicistas enseñan lo contrario, cuales son: Gabriel, lección t58, en el "Canon de la Misa"; Medina, "Cod. de oratione", q. 4; Belarmino, lib. II "de Purgatorio", cap. XV; Gregorio de Valencia, tom. III, disp. 6, q. 2, p. 6; Suárez, "Venetiii", 4145, tom. XIII, lib. I, cap. X y XI, y otros. No es, pues, increíble que las almas del Purgatorio oran por nosotros y nos impetran beneficios, no porque sepan ellas lo que aquí en el mundo pasa, sino porque sus Angeles custodios o los nuestros, o unos y otros les manifiestan aquello que les conviene saber. Esto no es contrario en manera alguna al estado de las mismas, al paso que es un acto conforme con la custodia angélica, ya por el bien de los que vivimos acá en la tierra, ya también por el consuelo accidental de aquellos que se están purificando en el Purgatorio.

En fin, nos baste tener presente el estado de penalidad de las almas. Por consiguiente, si fuere preciso debemos padecer todo mal en la batalla por aliviarlas. Peleemos, pues, denodadamente, "tamquam in agone", luchemos sin cesar, dispuestos a morir una y mil veces antes que dejarnos llevar de las concupiscencias y pensamientos culpables, y de cualquier género de imperfección de que Nuestro Señor pueda darse por ofendido. ¡Ah!, nuestro entendimiento no lo comprende porque está cubierto con el velo de la soberbia, vanidad y vanagloria, respeto humano y amor propio, pero es cierto que no hay cosa más horrible que el pecado. No hablemos ya del mortal, sino sólo del venial, pues bien, éste es más asqueroso, negro, feo, sucio, corrompido, hediondo y abominable, de lo que se puede decir ni pensar. Si del alma enferma pudiera trascender al cuerpo esta fealdad espantable, huirían todos de la vista de semejante monstruo. Mira como del pecado venial se tiene que curar el alma en el Purgatorio, que es el hospital donde se purgan con fuego las reliquias de las culpas; míralo bien, y detente, no peques.

Afuera, pues, el pecado, y viva la gracia. Sí, repitamos con toda energía aquel verso que dice:

O morir o padecer
Fue de Teresa sentir
Padecer y no morir
Fué de Pazzis parecer.


"Padecer y no morir", para dar nueva y mayor gloria a Nuestro Señor Jesucristo. Este es el "desiderátum", este el constante anhelo de mi pobre corazón.

Y puesto que mi Redentor no vino al mundo a llamar a los justos, sino a los pecadores, "ecce ego", "heme aquí" dispuesto a escuchar su voz. Ovejita soy del rebaño de Jesucristo; no me abandonéis, Señor, no me dejéis expuesto a que los lobos carniceros del infierno me coman.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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