Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.4.21

Caridad ejercitada con las almas del Purgatorio



En la página 165 de la Vida de la sierva de Dios sor Francisca del Santísimo Sacramento, carmelita descalza de la ciudad de Pamplona, escrita por D. Miguel Bautista de Lanuza, se lee:

"La Venerable Francisca tenía dadas a las almas del Purgatorio todas sus satisfacciones, las penalidades que padecía, y lo que trabajaba corporalmente, en que fue incansable. Rezaba a todas horas por ellas el Santo Rosario, repetía en las cuentas algunas devociones enseñadas de su propio afecto, como decir: 'Jesús, ayúdalas'. Y otras veces: 'Requiescant in pace' ('Descansen en paz'). Andaba llena de cuentas y medallas de indulgencias que procuraba ganar en las cinco Estaciones, y los días de Comunión les aplicaba estos sufragios. No daba paso que no fuese por ellas, y en siendo treinta y tres, los ofrecía en reverencia de la vida de Cristo, y cuando eran en mayor número a la de nuestra Señora, y si doce a los Santos Apóstoles, porque iba siempre con el rosario en las manos y podía llevar cabal esta cuenta. Los días de fiesta les rezaba muchos Oficios de difuntos, procuraba con los más devotos sacerdotes que celebrasen por esta intención, y que otras personas ricas les hiciesen decir Misas y aplicasen Bulas".

"Ayunaba los más días del año a pan y agua, tomaba recias disciplinas en horas enteras, y traía rigurosos cilicios. Era tan continuo el llanto en que se deshacía su corazón viéndolas padecer, que dijo en sus relaciones: 'como veo tan de ordinario las grandes penas que padecen las santas almas del Purgatorio, es tanto lo que lloro, sin ser en mi mano, que me parece he de cegar".




"La misma Prelada a quien comunicó estas cosas, añadió: 'Eran tantas las maneras de devociones que sabía hacer por las almas, que viendo yo su sencillez para lo de acá, me admiraban las invenciones de devoción que despertaba en ella su amor a estas santas prisioneras. Solíame decir que todo lo que era trabajo corporal se lo tenía aplicado, como la labor de manos, lo que hilaba y lo que trabajaba en los oficios, pero en el de la sacristía, que tuvo muchas veces, parecía que tenían sus ferias y ganancias aquellas amigas de Dios, pues les aplicaba las Misas y el ejercicio de tañer la campana, y los pasos que daba en ir y venir a la cuerda. Cuánta pesadumbre le causaba el doblar y limpiar la ropa. Finalmente se entiende que no reservaba para sí una sola respiración, y que por esto reconvenía a las muchas almas que se le aparecían, diciendo: Hermanas, por vosotras he de estar muchos años en el Purgatorio, porque todo os lo tengo dado, y no hago nada por mí. Y que ellas le respondían que por lo mismo la ayudarían todas, y que entienda que en privarse de la satisfacción de estas obras por hacer sufragios, está su mayor perfección".

"Cuando tal vez se descuidaba de proseguir en estos santos ejercicios que aplicaba por las almas, venían luego con quejas amorosas y la representaban su necesidad. Muchas veces la sucedía estar rezando y aparecérsele las almas de sus más conocidos y amigos a pedirla que les aplicase aquellas oraciones. Le tomaban de las manos el santo rosario y le besaban con gran reverencia, en señal de lo que le debían, pues tanto ellas como la Sierva de Dios le llamaban el Limosnero".

En la página 118, por no citar otras muchas de esta obra, se lee:

"Molestando a la Sierva de Dios un gran tropel de demonios, aunque sin osar llegar a tocarla por la santa cruz con que se defendía, después de haber peleado con ellos, se le apareció la Santa Madre Teresa de Jesús acompañada de sus hijos, y a su presencia desaparecieron luego, y consolándola mucho la dijo que no los temiese, aunque andaban rabiosos por lo que favorecia a las almas del Purgatorio, y que fuese adelante con esta devoción, que le sería de mucho provecho para quedar siempre victoriosa, porque no le faltaría el favor divin', ni el suyo contra estos tan fieros perseguidores".

En la página 254 de este libro, se dice que una Prelada del convento de Pamplona, hablando con su obispo D. Cristóbal Lobera, en todo secreto y confianza, le dijo que la M. Francisca le había declarado cómo en el Purgatorio estaban detenidos muchos Obispos, y en particular tres que lo habían sido de aquella ciudad, cuyos nombres le declaró.

Se dolió tanto D. Cristóbal de la largueza de sus penas, que luego hizo decir Misas por ellos, y por suceder entonces la publicación de las Bulas de la Santa Cruzada, la envió catorce, a condición que de ellas aplicase tres por estos tres Prelados, y las demás por quien le pareciese. A la noche siguiente vinieron los tres a dar muchas gracias a la Madre Francisca, y a rogarla que las diese de su parte al Obispo de Pamplona. A la pretensión de las once Bulas que restaban, acudieron muchas almas a su celda, se las repartió edificada de verlas pretender sin porfía, y preferir sin envidiarse unas a otras.

Decía a las que sobrevinieron: "Ya no hay más", etc.

Pero noticioso de esto aquel Santo Prelado, la envió luego trescientas, y a decir que aplicase algunas por las de sus parientes. Se hizo así, y ellos vinieron por este sufragio a la celda de la Madre Francisca en anocheciendo, con tantas otras almas que según dicen las relaciones no de otra manera que suele acudir el pueblo cristiano a la iglesia en que hay un señalado jubileo. Y aunque de todos los estados y dignidades había pretendientes al socorro, señaladamente lo fueron los pobres que habían muerto en los hospitales, y los soldados que acabaron en la guerra. Unos y otros hicieron tan extraordinario el número que concurrió a conseguir este sufragio, que decía ella: 'Parecía de ejércitos enteros'. Y no fue lo menos la comprobación que tuvo su verdad, que juzgando la Madre y la Prelada que estaban empleadas todas, vinieron dos almas a decirla que reparase en que le faltaban dos Bulas por aplicar, y se halló que habían quedado entre las demás por descuido, con que gozaron de ellas estas dos almas, a quienes valió su propia advertencia.

Desempeñando la indicada M. Francisca del Santísimo Sacramento el oficio de portera, después de dar la limosna a los pobres se le presentó uno pidiéndosela, y diciéndole que perdonase por Dios que no había más, se le apareció un alma del Purgatorio, la cual le dijo que se la diese en su nombre, porque se hallaba con mayor necesidad de este socorro que el pobre porfiado. Lo hizo así, con que los favoreció de una vez al pobre y al alma. Bien sería que sacásemos de este ejemplo el aplicar a este fin nuestras limosnas, con que se harían en un solo acto dos grandes obras de caridad a vivos y difuntos.

Las almas del Purgatorio que se aparecían a la M. Francisca denotaban en las insignias las dignidades que tuvieron, como tiaras, mitras, coronas, cetros y las demás que suelen señalar los grados personales o hereditarios. Los Religiosos y monjas venían con el traje en que asistían viviendo al Oficio divino, y el color de todo solía ser de fuego. Otros venían con instrumentos y penalidades que manifestaban las culpas por que padecían.

Los que dejaron las Religiones, con hábitos arrastrando, y como tropezando con ellos. Los jugadores, con barajas encendidas. Los oficiales, con herramientas ardientes del ministerio a que faltaron.

Los maldicientes, pisándose las lenguas. Los libres en la vida, como salvajes. Los que fueron livianos, metidos en llamas hasta los pechos. Las mujeres profusamente amigas de galas, abrasadas de fuego.

Y las que usaron de los afeites, llenos los rostros de sucia y ardiente ceniza. Y cuando algunos difuntos traían ruido de cadenas, lo excusaban a petición de la Madre, porque decía que la espantaban mucho. Esto trae la página 257.

En la pág. 276 se lee:

"En siete diferentes días se le apareció Jesucristo, exhortándola a que le pidiese por las almas del Purgatorio. Uno fue estando ella muy acongojada por las penas con que se le habían representado, y el Señor la dijo: 'Francisca, ¿qué te parece lo que has visto? Mira qué caro se pagan las ofensas que se me hacen'. Ella se postró luego, y pidió por las que había visto aquel día, y la respondió Cristo: 'Más me duele a Mí que a ti el verlas padecer; mas mi justicia se ha de cumplir. Bien haces en rogar por ellas, que son mis amigas'. Otro día se le apareció quejándose de los pecadores, y añadió que venía a descansar con ella, y que le mandaba recibiese a las almas del Purgatorio, y que no se cansase de hacer por ellas, que eran sus amigas, y que le complacían mucho los que las ayudaban. Lo referido en estas dos visiones, repitió Su Majestad, añadiendo la tercera vez: 'Ayúdalas, porque las quiero mucho'".

"A la cuarta visita vino el amorosísimo Jesús acompañado de Santa Teresa, y dijo a la Madre que 'los demonios no podían sufrir el bien que hacía yo a las almas, ni que saliesen del Purgatorio por mis oraciones; mas que me alentase, que siempre me defenderían, y que no me cansase de ayudarlas y recibirlas, porque le agradaba mucho en esto'. En la quinta aparición le dijo la M. Francisca a Jesucristo que se la llevase con El, y le contestó que aún importaba que viviese, que le encomendaba las almas del Purgatorio. En esta ocasión la exhortaron a lo mismo nuestra Señora la Virgen María y su esposo San José, que también se le aparecieron. Lo mismo, pero en diferente día, le declaró Su Majestad. 'Señor, ¿hasta cuándo he de vivir?', le preguntó a Cristo la Venerable. Le respondió el Señor: 'Por ahora conviene que vivas para alivio de las almas del Purgatorio, que son mis amigas, y me duelo el verlas padecer'. En la última de estas siete visiones le volvió a decir Jesucristo que las almas del Purgatorio eran sus amigas, porque estaban en su gracia, y que le es muy acepto todo lo que se hace por ellas".

"Estando enferma la venerable Madre, la ayudaban las almas del Purgatorio a rezar, y le enmendaban las faltas que hacía en la pronunciación, ocasionada de la que tenía en los dientes, que no la dejaban declararse. Refiriendo los avisos con que la prevenía Dios cuando los demonios se le querían transfigurar en Angeles de luz para engañarla, dice: 'Y lo más ordinario eran las almas del Purgatorio las que me traían el aviso. Ellas me son tan fieles amigas, que me pagan bien lo poco que hago por su eterno descanso. Tienen tan gran cuidado de mí, que no sé cómo encarecerlo. Cuando me ven que estoy triste o que me aflige alguna pena, me vienen a consolar y animarme, y me llaman: 'Amiga y bienhechora nuestra'. Mucho es lo que yo debo a las santas almas del Purgatorio".

Entre otras muchísimas almas que se le aparecieron, la de una monja de su convento le dijo: "Encomiéndame a Dios, y avisa que hay mucho descuido en echar agua bendita sobre las sepulturas, donde ahora padezco; y exhorta a las de este convento a la obediencia, pobreza y negación de la propia voluntad".

Finalmente, y con mayor necesidad que San Juan Damasceno, diré con él: "Cuando suceda que la muerte haga presa en mí, pido al Señor que mueva los corazones de mis hermanos, para que muy de prisa, como quien se abrasa, con santas obras y oraciones me quieran valer, que yo les prometo tenerlos muy presentes cuando gozare de Dios".

En la pág. 394 de la Vida de la Venerable Madre sor Clara de Jesús María, de las Descalzas de Nuestra Señora de la Merced de la ciudad de Toro, escrita por el P. Fr. Marcos de San Antonio, dice esta Venerable:

"El día que murió el rey Carlos II yo lo vi. Estaba en el coro, acababa de comulgar, y me hallaba recogida con mi Señor. Oí que me hablaban, y desconocí la voz, porque no era de Religiosa, y pregunté: '¿Quién me llama?'. Me respondió: 'Yo soy el Rey, que te vengo a agradecer lo que me tienes en tu memoria en tus oraciones. Te pido que lo hagas y que me ayudes én mis penas, pues lo hacías cuando yo vivía'. Le di palabra de hacerlo. La víspera de la Purificación de Nuestra Señora, del año 1701, me estuve toda la noche recogida en este misterio tan amoroso para mi alma, pidiendo a mi Señor por este rey Carlos".

"Vino mi Señora, muy hermosa, a visitarme con su Hijo en los brazos. Me lo dio, y yo me abracé con El, y la dije: 'Señora, hasta que me dé vuestra Majestad y vuestro Hijo al rey Carlos y otras muchas almas, no os lo tengo de entregar'. Entonces habló mi Niño a su Madre, y la dijo: 'Manda, Señora, a mis Angeles que vayan por él y por otras muchas almas'. Mandó mi Señora a sus Angeles que me trajeran cinco mil almas del Purgatorio, y que en viéndolas yo las llevaran a su gloria, y la de Carlos la dejaran en el coro con sus hijas para que viera cómo festejaban su día. Así lo hicieron los Santos Angeles. Se fue mi Señora con su Santísimo Hijo, y el alma del Rey la dejaron en el coro con sus dos Angeles, que Dios da a todos los Reyes, y los cánticos de las monjas le servían de alivio en las penas que le faltaban. Asistió a la procesión con las Religiosas y sus dos Angeles, mas así que adoró a mi Señor sacramentado, lo cogieron de la mano y lo llevaron consigo a la gloria".

Tres meses, si es cierta la revelación, estuvo el rey Carlos en el Purgatorio.

Parecerá imposible a muchos el sacar de una vez cinco mil almas del Purgatorio, pero como dice el eximio doctor Suárez, no está en nuestra mano el juzgar las obras de Dios; porque puede lo primero, hacer que sus Santos le rueguen que los vivos les apliquen sus ejercicios satisfactorios. Lo segundo, que a los vivos les dé auxilios para que satisfagan. Lo tercero, puede compensar con acerbidad las penas que las almas habían de estar de más en el Purgatorio y acelerarles la vista de Dios. Lo cuarto, las satisfacciones que a los bienaventurados les sobran, pueden rogar a Dios se las aplique, y aun rogar a otros que lo hagan. Así podría esta Sierva de Dios pedir a María Santísima aplicara de las suyas a las almas, y con esto lo que a ella le faltara lo supliera la Señora.

Y sigue la Venerable Madre sor Clara, a la página 443:

"Jesús, María y José se me aparecieron, y les dije que al otro día (era entonces la festividad de Todos los Santos) era un día de muchas mercedes, que había de sacar muchas almas del Purgatorio. Y me dijo mi Señor: 'Y tú ¿qué las darás a ellas?'- Yo le contesté: 'Lo que quisieres darme, mi Señor'. Le dijo el Salvador: 'Pues me darás mi Cuerpo y mi Sangre, que te dará tu prelado y confesor, y con ella las purificaré, y con lo que te he dado que me ofrezcas con algunas cosillas de criaturas, que tú sabes, y muchos dolores que te tengo de dar para que ayudes a tus amigas. ¿Podrás con todo?'. Yo dije a mi Señor: 'Con vuestra ayuda y la de vuestra Madre y mía, todo lo podré sufrir'. Le dijo mi Señor: 'Yo te daré fuerzas para todo'. Y mi Madre y Señora me dijo: 'Yo también te asistiré, hija mía'. Me dijo mi Señor: 'Has de rezar el Rosario de quince dieces, dos veces por tus amigas las almas del Purgatorio'. Contesté yo: 'Todo lo rezaré, como Vuestra Majestad me lo manda".

"El día de las Animas me dieron mi Señor y mi Señora todas las que yo les había pedido por los Rosarios y dolores, y desde el Evangelio de la Misa vino mi Santo Ángel y me dijo que mirara la procesión de las benditas almas que mi Señor y mi Señora me daban. Eran muy numerosas las que subían al cielo, y duró su paso hasta que se acabaron las Misas que se celebraban en todas las iglesias por ellas. Iban muy blancas y hermosas todas, acompañadas de sus Angeles custodios".

Este fue el término del día de todos los difuntos: esta celestial procesión alegró su alma y la llenó de un júbilo especial.

En la pág. 433 se dice:

"Padecía mucho la venerable Madre sor Clara, y quejándose amorosamente a la Santísima Virgen, Esta la dijo: 'Hija, como quieres tanto a tus amigas las almas del Purgatorio, te dejamos padecer para que lo ofrezcas por ellas. A mi Hijo Santísimo y a Mí nos agradas mucho con ese amor a mis almas, y las aliviamos por tus dolores, mortificaciones y comuniones, y por todos tus ejercicios'. Toda la Semana Santa, dice ella, y Pascuas, me favoreció mucho mi Señor y la Madre suya y mía, y me dieron muchas de mis amigas las ánimas, que todos los días subieron en gran número al cielo. No dice cuántas, pero como salgan muchas no cuida de saberlo".

En la pág. 436 se lee:

"Un jueves, de los que yo quedé toda la noche en el coro a hacer mis ejercicios, vino mucha multitud de mis amigas las ánimas, todas acompañadas de sus Angeles y el mío, enviados de mi Redentor a repartir entre todas mis pobres oraciones. Mi santo Ángel, a quien tocaba el repartirlas, iba dando a todas como mi Señor se lo había mandado; a unas daba los responsos y vigilias que rezaba, a otras las veces que levantaba yo el corazón a mi Dios con el ansia de servirlo; mis fatigas, trabajos y oraciones a otras, y finalmente el trabajo corporal y las erradas (cubos o pozales) de agua y cosas de peso que por mi poquedad me costaba mucho trabajo y dolores".

"Me dijo mi Santo Ángel que el Oficio de mi Madre Santísima y la Corona, ¿á quién quería yo se le diera? Yo le dije: 'Señor y Ángel mío, nada soy y nada tengo, todo está a la disposición de mi Redentor y mi Madre Santísima y vuestra, mas si es voluntad de los tres, bien sabéis se lo doy a mi hermanica Antonia de Santa María, que era la que había estado mucho tiempo en mi compañía, en mi Religión, y aquí la tenéis (estaba junto a mí). Bien sabéis que a la hora de su muerte me pidió la encomendara a Dios, y lo ha menester, por consiguiente la aplico el Rosario y el Oficio de mi Madre Santísima'. Y a las otras ánimas mis amigas las dije que me perdonaran la poquedad de mis oraciones, que yo quisiera aliviarlas a todas, pero que en yendo a gozar de Dios mi hermana, las daría más. Y también pedí licencia a mi Señora y Madre, allí presente, para que mis devotos tuvieran parte en mis oraciones, que Su Majestad y su Santísimo Hijo para todo eran, y me dijo mi Reina que participaban de los méritos de la Sangre, Muerte y Pasión de su Hijo, y así que gozaban mis devotos del fruto de mis oraciones para el bien de sus almas y el agrado de su Santísimo Hijo, como mi Señora se lo pedía a Este".

"El día de Pascua del Espíritu Santo asistió mi hermana Antonia a la Misa, adoró al Señor en la Hostia y Cáliz, y luego la llevó su Santo Ángel y mi Padre San José a gozar de mi Señor y de su gloria".

En la Vida prodigiosa de la Venerable sor Martina de los Angeles, monja del convento de Santa Fe, de Zaragoza, del Orden de Predicadores, escrita por el P. Fr. Andrés de Maya, a la pág. 28, se dice:

"Sus disciplinas eran cruelísimas: todos los días se disciplinaba tres veces, una en satisfacción de sus culpas, otra por los que estaban en pecado mortal, y la tercera por las almas del Purgatorio, y cada disciplina duraba por espacio de cinco Misereres".

"Los viernes añadía treinta y tres azotes en memoria de los años que vivió Cristo en la tierra, y los sábados cinco, por las angustias de la Virgen Santísima. Vio cierto día su celda llena de pecadores y de almas del Purgatorio, y les preguntó qué querían, respondieron las almas: 'Que ruegues a Dios por nosotras, porque estamos detenidas en las penas del Purgatorio por no haber en el mundo quien se acuerde de nosotras'. Pidió a Dios con muchas veras por unos y por otros, y la dijo Jesucristo ofreciera por ellos la Comunión de aquella semana, y concluida, vio a los pecadores arrepentidos y a las almas que vestidas de resplandor se subían al cielo en compañía de sus Angeles de guarda, y de paso la hicieron una música, mostrándose con ella agradecidos al descanso que iban a gozar por medio de sus oraciones".

También consta de sus mismos escritos salieron muchas almas del Purgatorio por sus ruegos, pues dice las veía coronadas de luces, y que acompañadas de sus Angeles se subían al cielo.

A más de estos sucesos hay otros innumerables, pues como ella misma refiere, casi siempre que rezaba el Rosario, pendientes de los clavos de la cruz veía muchas almas, unas que ya libres de sus penas entraban gloriosas en el cielo, y otras que la pedían ofreciera por ellas el tormento que padecía para que se aliviaran los que estaban en el Purgatorio. Lo hacía así sor Martina, y siempre veía logrado el despacho de sus súplicas.

No se contentaba su fervoroso deseo de aliviar en sus tormentos las almas del Purgatorio sólo con socorrerlas con oraciones, a más se extendía su ardentísima caridad, pues muchas veces se obligó a satisfacer por lo que debían para que ellas descansaran en el cielo. Y no quedó sólo en deseos esta voluntad prontísima de la Venerable Madre, porque algunas veces la admitía Dios la palabra, y la daba enfermedades, dolores y trabajos que los llevaba con invicta paciencia, por imitar a su Divino Esposo en padecer por ajenas culpas. En una ocasión se le aparecieron unas almas muy afligidas de sus tormentos. La pidieron las aliviara las penas que padecían, y compadecida de verlas tan lastimadas, con animosa caridad se ofreció a pasar por los tormentos que ellas debían padecer. Admitió Dios su ofrecimiento y la dio intensísimos dolores que la duraron muchos días. Los sufrió con mucho gusto, a trueque de que aquellas almas lograran el alivio.

En las Insinuaciones de la Vida de Santa Gertrudis la Magna, pág. 139, hablando esta Santa con Jesucristo en la noche del día de Resurrección, le dice:

"En esta hora por reverencia de día tan glorioso, tened a bien sacar del Purgatorio las almas de vuestros mayores amigos, que estando en la tierra vivieron vida del espíritu, vistiéndolos, pues son miembros vuestros, de la librea gloriosa de que Vos estáis vestido. Para alcanzar con más presteza esta merced, yo os ofrezco todos los trabajos y dolores que he padecido en mis continuas enfermedades, y las aflicciones y desconsuelos de espíritu que he sufrido con humildad y paciencia, incorporados con vuestra acerba y dolorosa Pasión". Aplacado el Señor con este sacrificio, la enseñó un número de almas santas casi imposible de contar, que habían sido libertadas y absueltas de las penas del Purgatorio por sus ruegos, y la dijo: "Yo consagro éstas a tu amor, en lugar de dote; en ellas imprimiré una señal gloriosa para que conste que fueron libradas de las penas del Purgatorio por tus súplicas, lo cual eternamente resultará a gloria tuya delante de los cortesanos del cielo".

Otro día, oyendo Misa Santa Gertrudis por los parientes difuntos, vio que salía una gran multitud de ánimas de un lugar bajo, obscuro y tenebroso, y que subían a lo alto en diferente forma y figura. Admirada la Santa de ver una multitud tan inmensa de ánimas, preguntó al Señor, diciendo: "Señor, ¿son todas éstas de nuestros parientes?". El respondió: "Yo soy cercanísimo a vosotros en parentesco; Yo soy vuestro Padre, vuestra Madre, vuestro Hermano y vuestro Esposo. De lo cual se sigue que mis escogidos y particulares amigos son vuestros parientes y deudos muy cercanos, y así por este título he querido que no sean excluidos de la memoria que hacéis en común de todos vuestros parientes, antes participen de los sufragios que hacéis, y sean mezclados con ellos como parientes y deudos entre sí".

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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