Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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27.4.21

Creo en la comunión de los Santos



El artículo noveno del Símbolo de los Apóstoles termina de este modo: "Creo en la comunión de los Santos". "Todos los miembros de la Iglesia, así los que están en el cielo como los que se hallan en la tierra y en el Purgatorio, se encuentran unidos entre sí, y con las tres Personas de la Santísima Trinidad, de un modo íntimo, eficaz y permanente". (Gaume, "Catecismo de perseverancia", tom. III, pág. 307).

De aquí se deduce que los bienaventurados que forman parte de esta gran congregación, oran por las ánimas del Purgatorio. La razón de esto es la comunión que hemos dicho existe entre los Santos, tomada de la unidad del cuerpo de la Iglesia. Como ésta forma un cuerpo cuya cabeza es Jesucristo, necesario es que esta comunicación sea no sólo de la cabeza con los miembros, sino también de estos mismos miembros entre sí, pues según el Apóstol: "No ha de haber disensión en el cuerpo, sino que todos los miembros se ocupan entre sí a ayudarse unos a otros" (1 Corintios, XII, 25).

26.4.21

La caridad de Dios



"Ama, pues, al Señor Dios tuyo, y observa en todo tiempo sus preceptos". (Deuter, XI, 1).

"Con amor perpetuo te amé; por eso te atraje teniendo misericordia". (Jerem. XXXI, 3).

"Yo amo a los que me aman". (Prov. VIII, 17).

"Quien ama el peligro, perecerá en él". (Eccle. III, 27).

"Ama a Dios toda tu vida, e invócale para tu salud". (Eccle, XIII, 18).

"Muchas aguas no pudieron apagar la caridad". (Cantar, VIII, 7).

"Perdonas todas las cosas porque tuyas son, Señor, que amas las almas". (Sap. XI, 27).

"El que ama a padre o a madre más que a Mí, no es digno de Mí. Y el que ama a hijo o a hija más que a Mí, no es digno de Mí". (Matth. X, 37).

"Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todo tu entendimiento". (Matth. XXII, 37).

"De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Unigénito Hijo". (Joan, III, 16).

"Dios es caridad, y quien permanece en caridad, en Dios permanece, y Dios en él". (Joan, IV, 16).

"Si me amáis, guardad mis mandamientos". (Joan, X, 14, 15).

"Como el Padre me amó, así también Yo os he amado". (Joan, XV, 9).

"Este es mi mandamiento, que os améis los unos á los otros como Yo os amé". (Joan, XV, 12).

"No queráis amar al mundo, ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama el mundo, la caridad del Padre no está en El". (I Joan, II, 15).

"Considerad cuál caridad nos ha dado el Padre, queriendo que tengamos el nombre de hijos de Dios y lo seamos". (III Joan. 1).

"El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es caridad". (I Joan, IV, 8).

"En la caridad no hay temor; mas la caridad perfecta echa fuera el temor, porque el temor tiene pena, y así el que teme, no es perfecto en la caridad". (I Joan, IV, 18).

"Pues ¿quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación ? ¿O angustia?¿O hambre? ¿O desnudez? ¿O peligro? ¿O persecución? ¿O espada?... Estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni Angeles, ni principados, ni virtudes, ni cosas presentes, ni venideras,
ni fortaleza, ni altura, ni profundidad, ni otra criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Jesucristo Señor nuestro". (Rom. VIII, 35, 38, 39).

"Si alguno no ama a Nuestro Señor Jesucristo, sea excomulgado, perpetuamente execrable". (I ad Cor. XVI, 22).

"El amor de Cristo nos estrecha... Y Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para Aquel que murió por ellos y resucitó". (II Cor. V, 14, 15).

"Yo a los que amo reprendo y castigo". (Apocal. ni, 19).

Estos y otros muchos textos de la Sagrada Escritura, que no reproducimos por juzgarlo innecesario, nos dan a conocer el amor inmenso que Dios nos tiene, infinitamente superior a toda dilección.

El amor lo hizo bajar del cielo á la tierra; tomar la naturaleza humana, lo mismo que la nuestra, fuera del pecado original, y morir por nosotros en una cruz, después de habernos dejado el Santísimo Sacramento del altar. ¿Quién, sabiendo esto, no se estudiará á sí mismo para evitar todas las faltas, y subir al cielo sin tocar en el Purgatorio?

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24.4.21

Estragos de la sensualidad



Poco mas o menos se expresa así el P. Nieremberg en las "Obras espirituales", tomo 2.°, página 463:

Considera los daños gravísimos que trae consigo la pestilencia del pecado de la carne, pues derrama la hacienda, pierde la fama, quita la salud, acorta la vida, apresura la vejez, embota la memoria, oscurece el entendimiento, estraga la voluntad, destierra la quietud del alma, es seminario de enemistades, muertes, violencias, inficiona la república y la entrega a sus enemigos, y priva a los que posee de su libertad, los hace esclavos y sujetos a sus antojos y desvarios. ¿Qué hacienda hay tan gruesa, qué tesoro tan rico que la sensualidad en poco tiempo no lo consuma? Pues la fama, ¡cuan presto se amancilla y ensucia! ¿Hay vicio que así avergüence y salga al rostro como la deshonestidad? Por eso los libidinosos, cuando quieren cometer su maldad, se esconden y buscan lugares secretos y solitarios, y las tinieblas y obscuridad de la noche.

¿Qué diré de la salud que se pierde? ¿Qué de la vida que se acaba? ¿Qué de la vejez que llega antes de tiempo a los torpes y deshonestos ? Por estos y otros estragos que causa este vicio en las potencias del alma, ¿quién no ve cuan acertadamente se compara el lujurioso al perro por su desvergüenza; al puerco, porque se revuelca en el cieno de sus inmundicias; al escarabajo, que vive en los muladares, y su contento y gusto es en la suciedad y en la basura; al ratón, que roe y consume todo lo precioso; a la serpiente, que escupe ponzoña y anda pecho por tierra? Y a otros viles animales.

22.4.21

Consideraciones sacadas de las obras del reverendo Eusebio Níeremberg



Si bien puede ser que alguno haya cometido más pecados que yo, mas le sirve de descargo el haber recibido menos inspiraciones y que sus obligaciones no son tantas como las mías; bien puede ser que se halle otro más avisado y obligado de Dios, pero sírvele de descuento el haber pecado menos y respondido más. Y si acaso ha habido alguna criatura (que no me persuado) que haya ofendido más a Dios y tenido mayor conocimiento de sus obligaciones, todavía no he de confesar que es peor que yo, porque no me parece posible que se halle quien pueda conocer y tener mayores obligaciones, y cuando lo fuera, yo a lo menos no lo entiendo así.

Aunque los pecados del Anticristo sobrepujarán en el número a los míos, no excederá su conocimiento, ilustración y obligación, porque no ha de ser perdonado tantas veces como yo, ni solicitado y favorecido con tan eficaces y continuos beneficios e inspiraciones, ni preservado de las ocasiones de pecar. Lucifer, si bien recibió de Dios mayor luz, pero sólo un pecado le condenó, y no tuvo las obligaciones que yo, ni por él tomó naturaleza de Ángel el Hijo de Dios, ni derramó su sangre. Así y todo, con la confianza, Señor, que me da tu misericordia, quiero ser atrevido y aún importuno a toda la corte celestial, confesando mi vileza y mostrando mis llagas: no cesaré de clamar a todos y a cada uno de los bienaventurados, hasta serles tan molesto, que siquiera por la misma importunación, cuando otro título no pueda alegar, consiga mayor gracia y la misericordia de Jesús, para que no me desampare por el poco caudal que hago de sus gracias.

En su consecuencia pido, acepto y ofrezco en penitencia sacramental de mis pecados, todo el bien que hiciere y mal que padeciere durante mi vida.

21.4.21

Todo viene de Dios. Testimonio



En las vidas de los Padres se cuenta de un monje que, caminando por el yermo en dirección a la ciudad, se encontró con el cadáver todo destrozado de otro muy santo monje, a quien un león le había quitado la vida.

Una vez hubo llegado a la ciudad, tropezó con la solemnidad y pompa de un lujosísimo funeral, con que el cuerpo de un rico malvado era conducido a la sepultura. Lleno con esto de tristeza el monje, dijo consigo: "No pasaré de aquí hasta que Dios me diga, por qué en la muerte fueron este rico y aquel piadoso varón tan diferentemente honrados de lo que parecía justo".

En esto se le apareció un Ángel, el cual le dijo: "El rico con esta honra queda satisfecho de algún bien que tenía hecho, y fuese por sus culpas a pagarlas en el infierno. El monje con aquella muerte fue purificado, y subió sin más purgatorio al cielo. Y tú, no te metas más a juzgar las obras de Dios".

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20.4.21

Todo viene de Dios



Todo cuanto en el mundo se contiene, de Dios es. "Mía es toda la tierra" (Exod. XIX, 5) ha dicho el Excelso. "Mía es la plata y mío es el oro" (Ageo, II, 9), dijo igualmente por un Profeta. Y como haciéndose eco de estos oráculos, repite el Salmista: "Del Señor es la tierra, y su plenitud; la redondez del orbe, y todos sus habitantes". En una palabra, la Sagrada Escritura nos ofrece diversos testimonios de que Dios, Creador del universo, es Señor absoluto de cuantos bienes y riquezas hay en El. Por eso en otro de los libros del Antiguo Testamento se lee: "Tuya es, Señor, la grandeza, y el poder, y la gloria, y la victoria; y a Ti la alabanza (es debida), porque todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra, tuyas son. Tuyo es el reino,y Tú eres sobre todos los príncipes".

Como arbitro que es Dios de las obras de sus manos, distribuye los bienes temporales para su gloria; ora sean riquezas, nobleza, salud, talentos, hermosura y demás, como lo declaró la madre del profeta Samuel, con estas palabras: "El Señor es el que quita y da la vida. El que empobrece y enriquece, abate y ensalza". Esta misma contestación debiera darse a aquellos que, descontentos de su suerte, se lamentan al ver que otros abundan de los bienes que ellos no tienen: Dios lo quiere; Dios lo ha dispuesto así por sus ocultos y sapientísimos juicios.

18.4.21

Los sufragios: El ayuno



El cuarto y último de los sufragios en el orden numérico es el ayuno, del cual todos los Santos hacen los mayores encomios, tanto por los bienes que nos reporta, cuanto por los males de que nos libra. La Sagrada Escritura nos dice que este género de mortificación fue muy usado de los antiguos. Para persuadirse de ello, basta conocer el ejemplo de los ninivitas, los cuales deseosos de aplacar a Dios, no hallaron otro medio más adecuado que el decretar un ayuno general, que ordenó el Rey con estas palabras: "Hombres y jumentos, bueyes y ganados, no gusten cosa alguna, ni pazcan ni beban agua". Y sucedió lo que era de esperar del carácter y condición de Dios, esto es, que enternecidas sus entrañas con aquel generoso rasgo de penitencia, al que se unían los lamentos de tantos niños inocentes, levantó la mano al castigo.

Entre los hebreos existía la costumbre de acompañar los duelos mortuorios, y también en otros sucesos con el ayuno, que por lo común duraba siete días, como lo leemos en el libro I de los Reyes, donde se dice que los moradores de Jabes de Galaad ayunaron aquel tiempo por la muerte de Saúl y de sus hijos. Y por lo visto, en el siglo VIII de la era cristiana aún se observaba aquel ayuno de siete días, porque hablando de los fieles difuntos uno de aquellos contemporáneos, el Venerable Beda, dice: "Ut ad requiem pervenire valeant, septem diebus ieiunatur" ("Para que puedan llegar al descanso, se ayuna siete días").

17.4.21

Los sufragios: La limosna. Testimonio



En la vida de San Juan el Limosnero, que Leoncio, obispo de Chipre, nos dejó escrita, se lee que en aquella isla vivía un hombre no menos rico que avaro. Cierto día que llegaba éste a su casa en ocasión en que le traían el pan, un pobre le pidió limosna con tan reiteradas instancias, que montando en cólera aquel rico lo llenó de injurias, concluyendo por arrojarle con furia a la cara uno de aquellos panes.

Dos días después, cayó el rico gravemente enfermo, y en un sueño que tuvo le pareció que era presentado al tribunal divino, y que en una balanza pesaban los demonios sus malas obras. Los Angeles quisieron contrapesarlas cargando en la otra las buenas, pero no hallaron otra cosa más que aquel pan arrojado al pobre, que pesaba muy poco. A pesar de ello le dijeron aquellos bienaventurados espíritus que por haber dado aquel pan, aunque de tan mala gana, Dios le permitía volver a la vida. Resucitó, ó mejor despertó de aquel sueño, e hizo tal cambio de vida que empleó toda su hacienda en obras de misericordia, llegando hasta la heroicidad de venderse a sí mismo por esclavo, para socorrer con el precio a los pobres, con lo que alcanzó una santidad esclarecida.

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16.4.21

Los sufragios. La limosna



Siguiendo el orden que hemos establecido al principio de estos sufragios, que es el mismo adoptado por la Iglesia, el tercero de ellos es la limosna. Una de las ignorancias más perniciosas que hay en el mundo es el creer que la limosna sea simplemente de supererogación y dé consejo, o lo que es lo mismo, que no es necesaria para alcanzar la salvación. Error funesto que trae engañados a los mundanos, a los cuales impele con fiera saña hacia el abismo.

La limosna, sépase, es un precepto impuesto por la ley natural, la escrita y la evangélica. Cierto es que aquella primera ley grabó en el corazón del hombre el amor a sus semejantes, y que este sentimiento de la naturaleza nos dicta a todos que no basta amar al prójimo con una afección estéril y puramente interior, es necesario que esta dilección salga afuera y se muestre en la acción; por eso dice el Discípulo amado en una de sus Epístolas: "Hijitos míos, no amemos de palabra, ni de lengua, sino de obra y de verdad".

15.4.21

La oración



Hemos dicho que el primero y principal de los sufragios es la Santa Misa; a éste sigue inmediatamente la oración, por la cual rendimos a Dios el culto y adoración que por infinitos títulos le debemos. Valorando los autores místicos la importancia de la oración, dicen que tan necesaria como es al cuerpo la comida, lo es al alma la oración.

La consecuencia que hemos de sacar de esto es que si ningún día se nos pasa sin comer, a fortiori tampoco se nos debe pasar sin orar.

13.4.21

El número de sufragios. La santa Misa



San Agustín reduce el número de los sufragios a tres solamente, en cambio el Beato Alberto Magno los eleva hasta siete, y si hubiésemos de dar crédito a ciertas revelaciones, aún hay quien se alarga a mayor cifra. Pero el Venerable Beda, San Gregorio el Grande y San Isidoro han estado acordes en fijar el número de cuatro, y éstos son los que definitivamente ha admitido la Iglesia. Tales son: la Misa, la oración, la limosna y el ayuno, y en ellos se comprenden las indulgencias, mortificaciones y demás.

La Misa.
El Concilio de Trento, en el capítulo 2.°, de la sesión XXII, declara que este Sacrificio se ofrece con justa razón no sólo por los pecados de los fieles, mas también, según la tradición de los Apóstoles, por los que han muerto en Cristo sin estar plenamente purificados. Y en el principio de la sesión XXV del mismo Concilio, se define que hay Purgatorio y que las almas allí detenidas reciben alivio con nuestros sufragios, especialmente con el aceptable Sacrificio del Altar, lo que equivale a decir que la enseñanza de que nuestros sufragios aprovechan a las almas es tan cierta como la existencia del Purgatorio.

12.4.21

La liturgia fúnebre



No sin razón, decía el Crisóstomo, ordenaron los Apóstoles que en la celebración de los misterios principales se hiciese memoria de los difuntos; porque sabían de cuánta utilidad y provecho les era.

Veamos lo que dicen las liturgias, empezando por la de los nestorianos del Malabar: "Acordémonos de nuestros padres, de nuestros hermanos, y de los fieles que han salido de este mundo en la fe ortodoxa; roguemos al Señor que los absuelva, y que les remita sus pecados, sus prevaricaciones, y que los haga dignos de que dividan la felicidad eterna con los justos que se han conformado con la voluntad divina".

La liturgia de los nestorianos caldeos: "Perdonad los delitos y pecados de los que han muerto; os lo pedimos por vuestra gracia y vuestras eternas misericordias".

11.4.21

Caridad ejercitada con las almas del Purgatorio. Testimonio



En la iglesia de Santa Cecilia de Roma se apareció la Virgen María, acompañada de Santa Cecilia, Santa Inés y Santa Águeda, y una multitud de Angeles y Bienaventurados que le hacían la corte; y en medio de todos una viejecita toda cubierta de andrajos, que tenía sobre sus espaldas un riquísimo manto. Y acercándose con las rodillas en tierra y llorando al trono donde estaba la Reina del cielo, comenzó a conjurarla diciéndole que tuviese piedad del alma de Juan Patrizi, su bienhechor, el cual muerto pocos días antes, estaba en el Purgatorio sufriendo rigurosos tormentos. Al llanto y a la plegaria de la viejecita parece que la Virgen no se conmovió. No obstante, la viejcita tornó segunda y tercera vez a hacer la misma petición. Pero en vano.

Entonces desatándose en un llanto conmovedor dijo: "Yo era una pobre mendiga; nos hallábamos en medio del invierno, llovía copiosamente, y entorpecida por el frío pedía caridad a la puerta de vuestra basílica en Rom. Entraba entonces en la iglesia Juan Patrizi; yo le pedí limosna en nombre vuestro y él, generoso, quitándoselo de encima me dio este manto. Suplico, pues, que tanta caridad hecha a nombre de Vuestra Majestad, merezca al infeliz compasión".

A estas palabras la Virgen dirigiéndole una amorosa mirada, la dijo: "El alma por el cual me ruegas, ha sido condenada a duras penas y por largo tiempo, a causa de sus numerosas culpas, mas con el beneplácito de mi Hijo voy a usar de misericordia con ella, porque practicó la caridad hacia los pobres y la devoción á Mí". Dicho esto, manda que le traigan a su presencia a Juan Patrizi, el cual compareció con una infinidad de demonios que le tenían sujeto con cadenas, maltratándolo del modo más cruel. Mas a una señal de la Madre de Dios se dispersaron todos, Juan tomó asiento entre los bienaventurados, y todo desapareció.

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9.4.21

Caridad ejercitada con las almas del Purgatorio



En la página 165 de la Vida de la sierva de Dios sor Francisca del Santísimo Sacramento, carmelita descalza de la ciudad de Pamplona, escrita por D. Miguel Bautista de Lanuza, se lee:

"La Venerable Francisca tenía dadas a las almas del Purgatorio todas sus satisfacciones, las penalidades que padecía, y lo que trabajaba corporalmente, en que fue incansable. Rezaba a todas horas por ellas el Santo Rosario, repetía en las cuentas algunas devociones enseñadas de su propio afecto, como decir: 'Jesús, ayúdalas'. Y otras veces: 'Requiescant in pace' ('Descansen en paz'). Andaba llena de cuentas y medallas de indulgencias que procuraba ganar en las cinco Estaciones, y los días de Comunión les aplicaba estos sufragios. No daba paso que no fuese por ellas, y en siendo treinta y tres, los ofrecía en reverencia de la vida de Cristo, y cuando eran en mayor número a la de nuestra Señora, y si doce a los Santos Apóstoles, porque iba siempre con el rosario en las manos y podía llevar cabal esta cuenta. Los días de fiesta les rezaba muchos Oficios de difuntos, procuraba con los más devotos sacerdotes que celebrasen por esta intención, y que otras personas ricas les hiciesen decir Misas y aplicasen Bulas".

"Ayunaba los más días del año a pan y agua, tomaba recias disciplinas en horas enteras, y traía rigurosos cilicios. Era tan continuo el llanto en que se deshacía su corazón viéndolas padecer, que dijo en sus relaciones: 'como veo tan de ordinario las grandes penas que padecen las santas almas del Purgatorio, es tanto lo que lloro, sin ser en mi mano, que me parece he de cegar".

8.4.21

Requisitos de los sufragios y oraciones por los difuntos. Testimonio



El "Colector de los ejemplos", título "De Confessione", ejemplo XXVIII, escribe cómo un hijo, compadeciéndose de las penas en que creía estar su padre, hiciese mucha oración por espacio de treinta y dos años por su alma, después de este tiempo se le apareció, y le dijo que se hallaba sufriendo gravísimos tormentos. Le preguntó el hijo si le habían aprovechado las oraciones y sufragios que había hecho por él, y le respondió que no. Replicó el hijo:

- ¿Según esto estáis condenado?

- No lo estoy - dijo el padre -, por la misericordia de Dios padezco en el Purgatorio.

- ¿Pues cómo? ¿No os han aliviado las oraciones que por tan largo tiempo he ofrecido al Señor por vos? - Interrumpió el hijo.

- Porque las has hecho - dijo el alma -, en pecado mortal.

Tornó el hijo a replicar:

- ¿Cómo puede ser eso, habiendo yo confesado y comulgado todos los años?

- Verdad es - terminó diciendo el padre -, que cumpliste siempre con el precepto pascual, pero todas tus confesiones fueron inválidas por falta de dolor verdadero y propósito de la enmienda. Trata de confesarte bien, y entonces me aprovecharán tus sufragios.

Lo hizo así el hijo, y enmendó su vida en otra muy santa y penitente, con lo cual a pocos días libertó el alma de su padre de aquel cautiverio, y se le apareció bañada de resplandores celestiales.

7.4.21

Requisitos de los sufragios y oraciones por los difuntos



A Dios gracias, no son pocos los que se ocupan en hacer oración y otras prácticas piadosas en sufragio de los fieles difuntos. Empero, las muchas imperfecciones de que habitualmente suelen ir acompañadas estas obras, hacen que se frustren en gran parte sus saludables efectos. Contrayéndonos aquí a la oración, como uno de tantos sufragios en que podemos ejercitar nuestro compasivo celo en promover los intereses de ultratumba, veamos los requisitos que debe tener para la mayor eficacia posible.

I. Que sea hecha con fe.
Sin fe, dice el divino oráculo, es imposible agradar a Dios. Necesitamos, pues, tener fe de que hemos de alcanzar aquello que pedimos. Y a esta virtud hay que añadir la esperanza, ambas a dos igualmente teologales. Así nos lo enseña la Sagrada Escritura, en la cual se nos excita a que ejercitemos ambas virtudes, a tenor de aquello de San Juan: "Tenemos confianza en Dios, y cuanto le pidiéremos, recibiremos de El. Y el apóstol Santiago, hablando de aquel que desea alcanzar la verdadera sabiduría, dice: "Demándela a Dios, que la da a todos copiosamente, y no impropera; pero pídala con fe, sin dudar en cosa alguna". Muchas veces pedimos, y no alcanzamos nada, es verdad, pero esto consiste en que pedimos mal, en que no buscamos en ello la mayor gloria de Dios y nuestra salvación. Bien claro nos lo echa en cara el mismo apóstol Santiago con estas palabras: "Pedís y no recibís, y esto porque pedís mal, pues más que otra cosa, buscáis en ello la satisfacción de vuestras concupiscencias". De semejante peligro se libra aquel que pide por las almas del Purgatorio, pues en ello no se busca uno a sí mismo ni a cosa alguna de este mundo.

6.4.21

Efectos de las indulgencias sobre los difuntos. Testimonio



San Agustín, notando que Jesucristo oró tres veces en el huerto de los Olivos hasta sudar sangre la tercera vez, observa que lo primero rogó por los pecadores, segunda vez por la perseverancia de los justos, y la tercera por las ánimas del Purgatorio. (Tit. I, De cura pro mort.).

No hay cosa, podemos decir, que sea más eficaz para el reposo de las almas atormentadas, como la oferta de la Pasión y muerte del Redentor, y especialmente el sacrificio de la Misa. Santa Verónica de Juliani obtenía luego la libertad de las pobres almas ofreciendo al Eterno Padre el precio que su divino Hijo había desembolsado para rescatarlas. Santa María Magdalena invocaba á menudo la sangre derramada por Jesús, clamando: "¡Oh piedad! ¡Oh misericordia! ¡Oh sangre preciosísima de Jesucristo! descended ¡Ay!, descended con vuestra divina virtud, y librad las pobres almas tan afligidas!". Le fue revelado que al momento obtenían la gloria.

Santa Gertrudis y Santa Matilde dicen que les apareció Jesucristo y les mandó que rezasen cinco Pater, Ave y Réquiem, adorando la llaga del sagrado costado, y las almas serían libres de sus penas. Al Beato Enrique Susón le fue revelado que la meditación y oferta de la Pasión y muerte del Salvador, libraban al punto del Purgatorio. Cesario refiere, que un Prior vio subir al cielo el alma de un lego, el cual confesó que salía tan presto del Purgatorio, porque cada vez que pasaba por delante de una imagen de Nuestro Señor crucificado hacía esta oración: "Señor mío Jesucristo, por aquella amargura que toleraste y por aquella sangre que derramaste por mí en la cruz, especialmente cuando el alma salió de vuestro bendito cuerpo, tened piedad de la mía, y de las demás que penan en el Purgatorio, y salvadnos".

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4.4.21

Efectos de las indulgencias sobre los difuntos



Hace hace poco tiempo fue generalmente objeto de empeñada controversia el tema de si las indulgencias por los difuntos tienen o no un efecto indubitable. Suárez, con otros muchos que le siguen, dice terminantemente que sí, porque el conceder indulgencias es un verdadero acto de las llaves. La llave, dice, siempre abre presupuestas las debidas condiciones, luego las indulgencias por los difuntos son eficaces e infalibles con tal que vayan acompañadas de los requisitos necesarios. Si así no fuera, prosigue diciendo Suárez, ni estas concesiones serían hechas por la potestad de las llaves, ni por Autoridad apostólica, contra lo definido por León X en la Decretal que dio anatematizando la doctrina de Lutero, y sí sólo se harían por modo de deprecación e impetración, ni más ni menos que pudiera hacerlo cualquier simple fiel. Ni se puede decir, añade, que para que estas indulgencias tengan verdadero y seguro efecto falte la infalibilidad de la divina promesa, pues ésta se contiene suficientemente en aquellas palabras:"Quodcumque solveris super terram, erit solutum et in caelis".

Los que impugnan a Suárez lo hacen precisamente retorciendo el propio argumento que él emplea, asegurando que después de todo la duda subsiste, porque en realidad falta la divina promesa, mediante la cual se juzgue Dios obligado a aceptar las indulgencias por los difuntos.

3.4.21

Las indulgencias. Testimonio



En el libro titulado "La Tercera Orden Seráfica", parte 2a , cap. XIV, debido a la pluma de nuestro gran místico el P. Fr. Antonio Arbiol, leemos lo que sigue:

De un Religioso se escribe que era aficionadísimo a ganar indulgencias; por otra parte no veían en él las asperezas de ayunos y mortificaciones que se observaban en otros. Le llegó la hora de la muerte, y un santo monje vio que su alma subía derecha al cielo sin detención alguna.

2.4.21

Las indulgencias



Indulgencia es la remisión de la pena temporal debida por el pecado, después que éste ha sido perdonado en cuanto a la culpa y a la pena eterna por la absolución sacramental. Las indulgencias constituyen un tesoro espiritual, formado de las satisfacciones de nuestro Señor Jesucristo y las de sus Santos, y de este tesoro podemos nosotros tomar a manos llenas, por decirlo así, de las arcas que la Iglesia tiene siempre abiertas para sus hijos.

Los Santos después de haber satisfecho plenamente a la divina justicia, siguieron acrecentando más y más sus méritos y satisfacciones con penitencias voluntarias, enfermedades, persecuciones y otras penalidades, de tal manera que llegaron al fin de su vida con un gran caudal de satisfacciones, de las cuales no teniendo ellos necesidad, fueron a parar al erario común de la Iglesia. Las satisfacciones de Jesucristo son infinitas, y a muchísimos de los Santos les sobraron, como hemos dicho, con gran exceso, sobre todo a la Reina del cielo, que no habiendo jamás manchado su purísima alma, no tuvo nada que satisfacer.