En el libro titulado "La Tercera Orden Seráfica", parte 2a , cap. XIV, debido a la pluma de nuestro gran místico el P. Fr. Antonio Arbiol, leemos lo que sigue:
De un Religioso se escribe que era aficionadísimo a ganar indulgencias; por otra parte no veían en él las asperezas de ayunos y mortificaciones que se observaban en otros. Le llegó la hora de la muerte, y un santo monje vio que su alma subía derecha al cielo sin detención alguna.
Había muerto en aquellos días otro Religioso penitentísimo, y padeció algunos días en el Purgatorio. Viendo esto aquel santo monje, exclamó diciendo:
- ¿Es posible, Señor, que éste con tantas penitencias aún tuvo que purificar y padecer, y aquél con menos ayunos y mortificaciones haya volado sin detenerse a tus delicias eternas?
Y le respondió el Señor que "así se hacía con los que estimaban su preciosa Sangre aplicada por medio de las indulgencias de su Santa Iglesia".
Con tales avisos, muy necio será el que no teniendo espíritu para hacer penitencia, pero mucha penitencia, no procure con ahinco aficionarse a ganar indulgencias. Ya que tan suave y eficaz remedio nos depara la Iglesia para librarnos del fuego del Purgatorio, corramos a lavar nuestras almas con la sangre del Cordero.
La inocencia la perdimos; la penitencia no llega a tanto que nos quite la salud, ni nos abrevie la vida. Tan floja y desmazalada es, que más no puede ser. El amor de Dios, ¡oh, el amor de Dios!, está muy lejos de arder como hoguera en el fondo de nuestro corazón. ¡Qué es esto, Dios mío! ¿Habremos de esperarlo todo de vuestra misericordia? ¿Dejaremos que corran los años sin hacer frutos de vida eterna? No, que esto fuera locura y sacrilego atrevimiento de querer tentar a Dios. Ningún otro recurso nos queda más que el de las indulgencias, para suplir lo que nos falta de penitencia.
Lo que nos falta de penitencia, entiéndase bien. Porque, como se dice en el libro de la Sabiduría, Dios disimula los pecados de los hombres por amor de la penitencia. Presupuesta, pues, la penitencia, el residuo de las deudas que no hemos pagado con ella las indulgencias lo han de liquidar, sin efusión de sangre, sin costosos sacrificios. Para nosotros los hijos de la ley de gracia, toda la vida es año de jubileo: todos los días y a todas horas podemos enriquecernos de indulgencias, y pagar con ellas las nuestras y las ajenas deudas, y aplicadas a las almas del Purgatorio, librar a muchas de ellas de su cautiverio.
El hereje Lutero, despechado y lleno del espíritu de Satanás, se atrevió a predicar contra las indulgencias. ¿Qué sería del mundo sin ellas? ¡Benditas mil veces sean, y eternamente benditas! ¡Oh! ¡Benditas, benditas sean!
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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