Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

7.4.21

Requisitos de los sufragios y oraciones por los difuntos



A Dios gracias, no son pocos los que se ocupan en hacer oración y otras prácticas piadosas en sufragio de los fieles difuntos. Empero, las muchas imperfecciones de que habitualmente suelen ir acompañadas estas obras, hacen que se frustren en gran parte sus saludables efectos. Contrayéndonos aquí a la oración, como uno de tantos sufragios en que podemos ejercitar nuestro compasivo celo en promover los intereses de ultratumba, veamos los requisitos que debe tener para la mayor eficacia posible.

I. Que sea hecha con fe.
Sin fe, dice el divino oráculo, es imposible agradar a Dios. Necesitamos, pues, tener fe de que hemos de alcanzar aquello que pedimos. Y a esta virtud hay que añadir la esperanza, ambas a dos igualmente teologales. Así nos lo enseña la Sagrada Escritura, en la cual se nos excita a que ejercitemos ambas virtudes, a tenor de aquello de San Juan: "Tenemos confianza en Dios, y cuanto le pidiéremos, recibiremos de El. Y el apóstol Santiago, hablando de aquel que desea alcanzar la verdadera sabiduría, dice: "Demándela a Dios, que la da a todos copiosamente, y no impropera; pero pídala con fe, sin dudar en cosa alguna". Muchas veces pedimos, y no alcanzamos nada, es verdad, pero esto consiste en que pedimos mal, en que no buscamos en ello la mayor gloria de Dios y nuestra salvación. Bien claro nos lo echa en cara el mismo apóstol Santiago con estas palabras: "Pedís y no recibís, y esto porque pedís mal, pues más que otra cosa, buscáis en ello la satisfacción de vuestras concupiscencias". De semejante peligro se libra aquel que pide por las almas del Purgatorio, pues en ello no se busca uno a sí mismo ni a cosa alguna de este mundo.




II. Atenta y piadosamente.
Sin este segundo requisito a cualquiera se le alcanza que no puede darse oración, ni otro acto alguno del culto que sea meritorio en la presencia de Dios, porque el ejercitar estas acciones maquinalmente, por costumbre o con una total distracción voluntaria, es profanar las cosas santas. Hipócritas, llamó el Salvador a estos tales en persona de los escribas y fariseos, añadiendo: "Este pueblo me honra con los labios, mas su corazón está lejos de Mí".

No obstante, quien experimenta disgusto, quien se siente más o menos desazonado por no poder sujetar la imaginación, quien de tanto en tanto levanta el corazón a Dios, hace algunas aspiraciones o practica otra cualquier diligencia para ver de orar con la debida atención, por más que nada consiga, y aunque su pensamiento continúe derramado y la turbación se prolongue, no por eso dejará de tener oración o de cumplir bien con la obra del divino servicio en que se emplee. Más diremos: acaso entonces la tendrá mejor que si avasalladas las pasiones gozara entretanto de una quietud perfecta y de una dulzura espiritual embriagadora, como quiera que cuanto más penal es la oración, tanto es más satisfactoria, y por ende mayor provecho aporta a las almas. ¿Quién no se contentara con llegar a tener la santidad de David? Y sin embargo no siempre lograba tener a raya los impulsos de su corazón para poder orar con fervor. En una parte dice que su corazón se halla conturbado, en otra que le ha abandonado el corazón. ¿Qué otra cosa puede esperarse de nuestra inconstancia, apocamiento y miseria?

Oigamos sobre esto a San Agustín: "Manda el alma al cuerpo, y al instante es obedecida, mándase el alma a sí misma, y halla resistencia. Manda el alma que la mano se mueva, y con tanta facilidad es obedecida, que apenas se puede notar la diferencia que hay entre el mandamiento de la una y la ejecución de la otra. Manda el alma a sí misma que quiera alguna cosa, y no se obedece ni ejecuta lo que manda. ¿En qué consiste esto? En la flaqueza y debilidad del alma, que por estar sobrecargada de su costumbre antigua, no acaba de levantarse hacia donde la guía y eleva la verdad. Así tiene como dos voluntades, porque ninguna de ellas es total y perfecta".

III. La perseverancia.
El tercer requisito que ha de tener la oración para que sea eficaz es la perseverancia, insistiendo uno y otro día en volver a pedir una misma cosa, a aquel Señor que bien lejos de molestarle con nuestras peticiones, nos manda por el contrario que le pidamos; y si de ordinario dilata el acceder a nuestras súplicas, siquiera sean hechas como conviene, es precisamente por lo mucho que se complace en probar nuestra fe, constancia y amor de hijos. Ejemplos de ello nos suministran las Escrituras cuantos queramos. Apuntaremos algunos.

Clamaba la Cananea en pos del Salvador, pidiéndole gracia para una hija que tenía en el infeliz estado de desgracia; mas el divino Señor parece como que se sentía molestado de sus repetidas instancias, y no quería en manera alguna atenderla.

Viendo esto los discípulos, unieron sus plegarias a las de aquella pobre mujer, mas así y todo el Hijo de Dios se mantuvo inflexible, diciendo :

- No soy enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.

Después de una negativa tan terminante, parecía que era de todo punto inútil el insistir. Con todo la desconsolada mujer, que veía a su hija malamente atormentada del demonio, humildemente postrada a los pies de Aquel que vino a buscar y a salvar lo que había perecido, en el paroxismo de su dolor, le dijo estas dos solas palabras:

- Señor, valedme.

Y la respuesta fue:

- No está bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros.

A esto replicó la Cananea:

- Así es, Señor; mas los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores.

Hasta aquí llegó la heroica perseverancia de aquella mujer en pedir, y hasta aquí y no más pudo llegar la aparente severidad de nuestro benignísimo Jesús en negarle el favor: la misericordia de este Señor no podía continuar por más tiempo reprimida. Así que desbordándose a torrentes de su seno, exclamó:

- ¡Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como lo quieres!

Y el milagro quedó hecho.

Veamos otro caso. El mismo día de la Resurrección del Salvador, dos de sus discípulos se dirigían a Emaús. Se hizo Aquél el encontradizo con ellos, y les fue explicando las Escrituras. Mas al llegar al pueblo dio muestras de querer continuar su jornada.

Aunque hasta entonces no le habían conocido los discípulos, viendo éstos que ya anochecía, le invitaron a que se quedase con ellos. Ignoramos los detalles de este hecho, mas por lo que del sagrado Texto se desprende, el Señor rehusó el ofrecimiento e hizo ademán de proseguir su viaje. Al ver esto los discípulos, que habían quedado encantados y llenos de devoción y fervor, maravillados de la sabiduría y atractivo celestial del misterioso caminante, reiteraron con tan vivas instancias la invitación, que el Evangelista no dudó en usar de estas palabras: "Coegerunt illum" ("Lo detuvieron por fuerza"). Pagado el Hijo del Eterno de una tan franca y decidida voluntad, no insistió más y entró resueltamente en la casa, habiendo satisfecho con tan excesiva liberalidad el hospedaje que, según opinión probable, dejó convertida aquella dichosa mansión en un segundo Cenáculo, lo cual hizo consagrando el pan de la mesa, y dando en él por manjar a aquellos discípulos su propio Cuerpo.

Todavía más. Jesucristo se compara a un hombre que, pidiéndole un amigo suyo a la media noche tres panes prestados, en manera alguna quisiera levantarse a dárselos en una hora tan intempestiva. Pero tantas veces pudiera continuar llamando a la puerta, que al fin, ya que no por amigo, por importuno y molesto, se levantaría para darle cuantos panes hubiese menester. Y para que comprendamos mejor la alusión, así como para que nuestra rudeza no pueda alegar ignorancia y vengamos a ser remisos y cortos en pedir, creyendo sin duda que Dios se va a cansar de darnos, añade el Rey del cielo: "Y Yo os digo a vosotros, pedid, y se os dará..., porque todo el que pide recibe".

IV. Estado de gracia.
En rigor es éste el primer requisito necesario para que nuestras súplicas lleguen al trono del Altísimo. El pecador que no trata de deponer sus malos hábitos, no merece que Dios le oiga. De dos pecadores que oran en el templo de Jerusalén, fariseo el uno y publicano el otro, el primero, que engreído y soberbio se tiene por justo y no piensa en mejorar de vida, es reprobado, mientras que el segundo, que arrepentido se humilla, es justificado.

Con todo, tratándose de hacer bien a los fieles difuntos, es dudoso, como decimos en la conferencia anterior, si se requiere o no el estado de gracia, por lo mismo este requisito que de justicia debiera ocupar el primer lugar, nos permitimos aquí ponerlo en el postrero, toda vez que, aparte de aquella duda, tiene además una relación muy directa con el caso que contaremos más adelante, el cual si verdaderamente fuese auténtico, nos daría la medida del poco o ningún valor que tienen los sufragios hechos por aquellos que están en pecado mortal, y de lo mucho que les interesa, para asegurar su buen éxito el ponerse en gracia de Dios.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com




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