San Agustín, notando que Jesucristo oró tres veces en el huerto de los Olivos hasta sudar sangre la tercera vez, observa que lo primero rogó por los pecadores, segunda vez por la perseverancia de los justos, y la tercera por las ánimas del Purgatorio. (Tit. I, De cura pro mort.).
No hay cosa, podemos decir, que sea más eficaz para el reposo de las almas atormentadas, como la oferta de la Pasión y muerte del Redentor, y especialmente el sacrificio de la Misa. Santa Verónica de Juliani obtenía luego la libertad de las pobres almas ofreciendo al Eterno Padre el precio que su divino Hijo había desembolsado para rescatarlas. Santa María Magdalena invocaba á menudo la sangre derramada por Jesús, clamando: "¡Oh piedad! ¡Oh misericordia! ¡Oh sangre preciosísima de Jesucristo! descended ¡Ay!, descended con vuestra divina virtud, y librad las pobres almas tan afligidas!". Le fue revelado que al momento obtenían la gloria.
Santa Gertrudis y Santa Matilde dicen que les apareció Jesucristo y les mandó que rezasen cinco Pater, Ave y Réquiem, adorando la llaga del sagrado costado, y las almas serían libres de sus penas. Al Beato Enrique Susón le fue revelado que la meditación y oferta de la Pasión y muerte del Salvador, libraban al punto del Purgatorio. Cesario refiere, que un Prior vio subir al cielo el alma de un lego, el cual confesó que salía tan presto del Purgatorio, porque cada vez que pasaba por delante de una imagen de Nuestro Señor crucificado hacía esta oración: "Señor mío Jesucristo, por aquella amargura que toleraste y por aquella sangre que derramaste por mí en la cruz, especialmente cuando el alma salió de vuestro bendito cuerpo, tened piedad de la mía, y de las demás que penan en el Purgatorio, y salvadnos".
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