Como san Juan de la Cruz, san Luis María insiste sobre todo en la pureza de la fe, y en su esencial y a menudo dolorosa oscuridad (ver El Secreto de María, 51-52). Es la fe contemplativa la que, renunciando a las cosas sensibles o extraordinarias, penetra en las misteriosas profundidades de Cristo. Así, en su oración, san Luis María se dirige a la Madre del Señor, diciendo:
ni gustos ni contentos, incluso espirituales.
Para ti el ver claro y sin tinieblas;
... Para mí, en este mundo
sólo quiero gozarme en tu alegría:
creer a secas, sin ver ni gustar nada".
La cruz es el momento culminante de la fe de María, como escribí en la encíclica Madre del Redentor: "Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento. Es esta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad".
San Juan Pablo II