Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

30.5.17

El engaño y las miserias de los mundanos


Discípulo: Os suplico, Sabiduría llena de misericordia, que iluminéis a estos pobres ignorantes.

No, no son ignorantes, puesto caso que a cada momento sienten y comprenden sus miserias. Lo que ellos quieren es distraerse para gozar de los placeres a sus anchas. No se disculpen sus errores, que cuando lleguen a confesar su engaño, será ya tarde. Es una desgracia muy grande, que nunca será tan lamentada como se merece.

Pues, sencillamente, fijándose en que ellos rehuyen del todo las fatigas y la cruz de mi humanidad, piensan que así podrán vivir una vida más dulce y más placentera, y luego se encuentran sumidos en nuevas angustias y tormentos. Rechazan mi yugo suave, me abandonan a mí, que soy el soberano Bien, y a la postre se encuentran con el soberano mal. Temen la niebla, y al huir de ella caen en plena tempestad. Y además de esto, por justo juicio de mi justicia, viven de continuo agobiados por el peso de mil géneros de miserias.

29.5.17

¿Es útil la Biblia con formato "completado"?


En una época en donde el papiro era un bien bastante escaso (y caro), y en donde el papel (o los soportes de escritura) no estaban tan accesibles como ahora, aprovechar la extensión de ese soporte era algo importante. Por otro lado, a veces los que escribían algunas cartas del Nuevo Testamento eran bastante parcos en palabras, o no se daban a entender fácilmente, sobre todo cuando jugamos con las traducciones.

En este sentido, uno de los remedios es añadir pequeñas "correcciones" al texto, que hagan su lectura algo mucho más clara, sobre todo a las personas con poca o nula formación religiosa.

26.5.17

Sobre el pensamiento de la muerte


Cum appropinquaret portae civitatis, ecce dejunctus efferebatur filius unicus matris suae: et haec vidua erat.
(Al acercarse Jesús a las puertas de la ciudad (de Naim), vio que llevaban a enterrar al hijo único de una mujer que era viuda).
San Lucas, VII,12.


Nada tan eficaz, hermanos míos, para quitarnos la afición a esta vida y a los placeres del mundo, y para llevarnos a pensar seriamente en aquel momento terrible que debe decidir nuestra eternidad, como la vista de un cadáver que llevan a enterrar. Por esto la Iglesia, siempre atenta y ocupada en proporcionarnos los medios más adecuados para inducirnos a trabajar por nuestra salvación, nos evoca, tres veces al año, el recuerdo de los muertos que Jesucristo resucitó (en la domínica XXIIIa después de Pentecostés, leemos en el Evangelio de la Misa la resurrección de la hija de Jairo; el jueves de la IVa semana de Cuaresma y la domínica XVa después de Pentecostés, la del hijo de la viuda de Naim, y el viernes de la IVa semana de Cuaresma, la resurrección de Lázaro.); a fin de forzarnos, en alguna manera, a preparar tan temible viaje. En un pasaje del Evangelio, nos presenta a una niña de doce años solamente, o sea de aquella edad en que apenas se ha comenzado a gozar de placer alguno.

Con todo y ser hija única, muy rica, y amada con ternura por sus padres, a pesar de todo esto, la muerte la hiere y la arrebata del mundo de los vivientes. En otro pasaje, vemos a un joven de unos veinticinco años, en la flor de su edad, el cual constituía el mayor y casi único apoyo y el solo consuelo de una madre viuda; sin embargo, ni las lágrimas ni la ternura de aquella madre desolada pueden impedir que la muerte, esa implacable muerte, haga presa en aquella naturaleza joven. En otra parte del Evangelio, hallamos a otro joven, a Lázaro. Este joven hacía las veces de padre respecto a sus dos hermanas, Marta y Magdalena, bien parece que la muerte debiera haberlo tenido en consideración; mas no, la muerte cruel siega aquella vida, y condena sus despojos a la sepultura para ser allí pasto de gusanos. Fue necesario que Jesús obrase tres milagros para devolverlos a los tres a la vida. Abramos los ojos, H. M., y contemplemos por un momento ese conmovedor espectáculo, el cual nos demostrará en forma irrebatible la fragilidad de nuestra vida, y la necesidad de despegarnos de ella, antes que la inexorable muerte nos arranque a pesar nuestro del mundo. "Joven o viejo, decía el santo rey David, pensaré con frecuencia que he de morir, y me prepararé a ello con tiempo". A fin de animaros a hacer lo mismo, voy ahora a mostraros cuán necesario nos sea el pensamiento de la muerte para desengañarnos de la vida y para aficionarnos a solo Dios.

El amor humano


Me ha llamado la atención sobremanera uno de los acontecimientos que vivió la santa carmelitana Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz, en su nombre religioso). Como seguramente muchos sabéis, Edith Stein era judía, y la mataron los nazis. Pero antes de eso fue encerrada en los campos de concentración holandeses de Amerfoort y de Westerbork. Allí observó cómo las madres abandonaban a sus hijos, y muchas de ellas estaban tan impactadas que los descuidaban, incluso a los niñitos más pequeños.

Todos tenemos -o la mayoría de nosotros- una imagen del amor maternal, del "amor de madre", muy entrañable. Sabemos -porque es así- que muchas madres darían la vida por sus hijos, por lo tanto no nos cabe en la cabeza cómo puede ocurrir que se olviden de ellos. Obviamente la razón hay que encontrarla en el hecho de que estaban tan impactadas por las terribles experiencias que estaban viviendo que psicológicamente debían estar destrozadas, pero nos hace una idea de lo frágil que es el amor carnal, el amor simplemente humano, cuando no se le dota de la fuerza de la trascendencia. Y ante el terrible drama de sus vidas para muchas no existían ni hijos, ni nada, simplemente les daba igual. Edith Stein los acogía, les daba cariño, los cuidaba, los bañaba...

25.5.17

Puente entre reinos


Letanías de nuestra señora la Virgen del Monte Carmelo:
Puente entre reinos.


Como colaboradora e intercesora de gran valor en la tarea de nuestra salvación, la Virgen María del Monte Carmelo es un auténtico "puente entre reinos", que permite a las almas pasar de la tierra de suplicios del purgatorio a las moradas celestiales. Podríamos aún ir más allá, y decir que ella nos sirve de puente entre esta tierra de peregrinaje de la iglesia militante, hacia la iglesia triunfante.

Si Cristo, su Hijo y nuestro Redentor, es "el camino que lleva al cielo", los atajos y puentes en ese camino y hacia él nos los facilita su Santísima Madre.