Las reliquias de Santa Bernardita nos llaman hoy a hacer memoria de su vida agraciada con la bienaventuranza destinada en el Reino de Dios a los pobres y con la gloria reservada a los humildes. Pero, sobre todo, nos hacen presente el encargo de orar por la conversión de los pecadores, que la Virgen Inmaculada le confió para que nos lo transmitiera a todos sus hijos.
Es un mensaje que está presente desde el origen en el centro de toda la historia de la salvación, como expresión de la voluntad de Dios de volver a traer de nuevo a sus dos criaturas preferidas más queridas, al hombre y a la mujer, al verdadero conocimiento de Dios y a la comunión de amor con él. El mensaje fue primero promesa de victoria de la descendencia de Eva en la lucha con el mal, a cuyas consecuencias le ha sometido la seducción por el demonio. Y la promesa alcanzó su plena realización "cuando llegó la plenitud del tiempo" y "envió Dios a su Hijo, nacido de mujer", "para que recibiéramos la adopción filial", con el envío "a nuestros corazones del Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!" El Hijo enviado por Dios es el nuevo Adán, nacido de María, la nueva Eva, la Virgen Inmaculada. Y el mensaje que la Inmaculada transmite a Bernardita es el mismo que anunció Jesús por encargo del Padre: la llegada del Reino de Dios y la necesidad de la conversión para entrar en él y participar de sus bienes. Así lo narra el Evangelio de Marcos: "Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 14-15).