Cum appropinquaret portae civitatis, ecce dejunctus efferebatur filius unicus matris suae: et haec vidua erat.
(Al acercarse Jesús a las puertas de la ciudad (de Naim), vio que llevaban a enterrar al hijo único de una mujer que era viuda).
San Lucas, VII,12.
Nada tan eficaz, hermanos míos, para quitarnos la afición a esta vida y a los placeres del mundo, y para llevarnos a pensar seriamente en aquel momento terrible que debe decidir nuestra eternidad, como la vista de un cadáver que llevan a enterrar. Por esto la Iglesia, siempre atenta y ocupada en proporcionarnos los medios más adecuados para inducirnos a trabajar por nuestra salvación, nos evoca, tres veces al año, el recuerdo de los muertos que Jesucristo resucitó (en la domínica XXIIIa después de Pentecostés, leemos en el Evangelio de la Misa la resurrección de la hija de Jairo; el jueves de la IVa semana de Cuaresma y la domínica XVa después de Pentecostés, la del hijo de la viuda de Naim, y el viernes de la IVa semana de Cuaresma, la resurrección de Lázaro.); a fin de forzarnos, en alguna manera, a preparar tan temible viaje. En un pasaje del Evangelio, nos presenta a una niña de doce años solamente, o sea de aquella edad en que apenas se ha comenzado a gozar de placer alguno.
Con todo y ser hija única, muy rica, y amada con ternura por sus padres, a pesar de todo esto, la muerte la hiere y la arrebata del mundo de los vivientes. En otro pasaje, vemos a un joven de unos veinticinco años, en la flor de su edad, el cual constituía el mayor y casi único apoyo y el solo consuelo de una madre viuda; sin embargo, ni las lágrimas ni la ternura de aquella madre desolada pueden impedir que la muerte, esa implacable muerte, haga presa en aquella naturaleza joven. En otra parte del Evangelio, hallamos a otro joven, a Lázaro. Este joven hacía las veces de padre respecto a sus dos hermanas, Marta y Magdalena, bien parece que la muerte debiera haberlo tenido en consideración; mas no, la muerte cruel siega aquella vida, y condena sus despojos a la sepultura para ser allí pasto de gusanos. Fue necesario que Jesús obrase tres milagros para devolverlos a los tres a la vida. Abramos los ojos, H. M., y contemplemos por un momento ese conmovedor espectáculo, el cual nos demostrará en forma irrebatible la fragilidad de nuestra vida, y la necesidad de despegarnos de ella, antes que la inexorable muerte nos arranque a pesar nuestro del mundo. "Joven o viejo, decía el santo rey David, pensaré con frecuencia que he de morir, y me prepararé a ello con tiempo". A fin de animaros a hacer lo mismo, voy ahora a mostraros cuán necesario nos sea el pensamiento de la muerte para desengañarnos de la vida y para aficionarnos a solo Dios.