El 5 de Noviembre de 1859 murió de apoplejía en el monasterio de Foligno, de Italia, una monja terciaria franciscana, llamada sor Teresa. Había sido muchos años maestra de novicias, y tenía a su cargo la custodia del guardarropa. Ahora, pues, doce días después de su muerte, es decir, el 17 del mismo mes de Noviembre, una Hermana que la había asistido en vida, al ir a entrar en el dicho guardarropa, sintió gemidos dentro de la estancia.
Abrió prontamente, mas no vio nada de particular, por lo que creyó que el aposento estaba desierto; pero nuevos gemidos que oyó la hicieron preguntar:
- Jesús, María, ¿quién está aquí?
No había concluido de decir esto, cuando siente una voz lamentable acompañada de un suspiro ardiente, que dice:
- ¡Oh Dios mío, y cuánto sufro!
La Hermana reconoce al punto la voz de sor Teresa y le pregunta:
- ¿Y por qué sufres?
- Por causa de la pobreza -. Responde.
- ¿Cómo, la dice, vos que fuisteis tan pobre?
- No por mí, sino por las Hermanas a las cuales di demasiada libertad; porque donde bastaba una, ¿para qué dos?
Mas he aquí que toda la estancia se llena de denso humo, y llegándose la aparecida a la puerta, dijo:
- He aquí un testimonio de la misericordia divina.
Y dando un golpe con la mano derecha en lo alto de la puerta, dejó carbonizada la impresión de la dicha mano. La pobre Hermana, medio muerta por el miedo, daba grandes gritos. Acudieron las demás, y vieron el humo, sintieron un olor de quemado muy grande, y vieron la impresión de la mano, que conocieron al punto ser hecha por Teresa por la delicadeza de la forma. Corrieron todas al coro, donde se entretuvieron durante el día y la noche en plegarias y actos de penitencia por la difunta.
Al día siguiente la nueva se esparció por la ciudad, y se ofrecieron Misas y súplicas a la Majestad de Dios.
En tanto la dicha Hermana pensaba en hacer desaparecer de la puerta la impresión de la mano, cuando de nuevo se le apareció la difunta.
- Yo sé aquello que tú piensas hacer - le dijo en tono severo -, tú quieres raspar la señal dejada por mí. Sabe que no está en tu poder, este prodigio ha sido ordenado por Dios para instrucción y enmienda de todos. Por justo juicio de Dios, yo he sido condenada a sufrir por cuarenta años el espantoso fuego del Purgatorio a causa de mi debilidad con alguna Hermana. Te agradezco, y a todos doy las gracias, por las plegarias hechas por mí, las cuales el Señor por su infinita bondad se ha dignado aplicar a mi alma.
Después con rostro sonriente, exclamó:
- ¡Oh pobreza feliz, que tal joya procuras a aquellos que de veras te aprecian!
Al fin, el 19 del mismo mes, la mencionada Hermana dormía todavía, cuando fue despertada por la difunta. En el instante mismo vio un globo de luz al pie de su cama, mientras que la celda aparecía toda iluminada como si fuera el mediodía, y oyó la voz de aquélla, que decía:
- Yo he muerto en un viernes, día de la Pasión del Señor, y he aquí que en viernes me voy a la gloria. Continuad a llevar la cruz con fortaleza, a sufrir por amor de Dios. ¡Adiós, adiós, adiós!
Y transfigurándose en una hermosa nube, voló al cielo.
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