CAPÍTULO 6
Sobre otras formas de pena que el alma padece en esta noche oscura.
1. La tercera forma de pasión y pena que el alma aquí padece es a causa de otros dos extremos, conviene a saber: divino y humano, que aquí se juntan.
El divino es esta contemplación purgativa, y el humano es el alma del sujeto. Y puesto que el divino incide a fin de renovarla para hacerla divina, desnudándola de las afecciones habituales y propiedades del hombre viejo con las cuales el alma está muy unida, conglutinada y conformada, de tal manera la desarma y la reordena en su sustancia espiritual, absorbiéndola en una profunda y honda tiniebla, que el alma se siente estar deshaciendo y derritiendo con la muestra y la vista de sus miserias en una muerte cruel de espíritu. Es como si hubiese sido tragada de una bestia y en su vientre tenebroso se sintiese estar digiriéndose, padeciendo estas angustias como Jonás (2, 1) en el vientre de aquella marina bestia. Porque en este sepulcro de oscura muerte la conviene estar para la espiritual resurrección que espera.
2. La manera de esta pasión y pena, aunque de verdad ella es extrema, la describe David (Sal. 17, 5-7) diciendo: "Me cercaron los gemidos de la muerte, los dolores del infierno me rodearon, en mi tribulación clamé".
Pero lo que esta doliente alma aquí más siente es el parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, la ha arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios. Esta experiencia también David, sintiéndola mucho en este caso, dice (Sal. 87, 6-8): "De la manera que los llagados están muertos en los sepulcros, dejados ya de tu mano, de los que no te acuerdas más, así me pusieron a mí en el lago más hondo e inferior en tenebrosidades y sombra de muerte, y está sobre mí confirmado tu furor, y todas tus olas descargaste sobre mí". Porque verdaderamente, cuando esta contemplación purgativa aprieta, sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el alma muy vivamente, los cuales consisten en sentirse sin Dios y castigada y arrojada e indigna de Él, y que está enojado. Todo ello se siente en este punto y aún más, hasta el extremo que le parece que ya es un penar para siempre.
3. Y el mismo desamparo siente de todas las criaturas y desprecio procedente de ellas, particularmente de los amigos. Que por eso prosigue luego David (Sal. 87, 9), diciendo: "Alejaste de mí mis amigos y conocidos, me tuvieron por abominación". Todo lo cual, como quien tan bien lo experimentó en el vientre de la bestia corporal y espiritualmente, el mismo Jonás (2, 4-7), lo testifica así: "Me arrojaste al profundo en el corazón de la mar, y la corriente me cercó; todos sus golfos y olas pasaron sobre mí y dije: arrojado estoy de la presencia de tus ojos; pero otra vez veré tu santo templo" - lo cual dice porque aquí purifica Dios al alma para ver al Señor - "me cercaron las aguas hasta el alma, el abismo me ciñó, el piélago me cubrió mi cabeza, a los extremos de los montes descendí; los cerrojos de la tierra me encerraron para siempre". Estos "cerrojos" se entienden aquí a este propósito por las imperfecciones del alma, que la impiden el gozar de esta sabrosa contemplación [La comparación de Jonás con el abandono y encarcelamiento del alma (nn. 1 y 3) y su referencia secreta a la cárcel toledana sufrida por el Santo (cf. carta 1ª), confirma que el simbolismo básico de la noche arranca genéticamente de la situación vivida por el Santo en Toledo, pero transportada espiritualmente a la secreta escala disfrazada del alma].
4. La cuarta forma de pena causa en el alma otra excelencia de esta oscura contemplación, que es a su vez la majestad y grandeza de ella. Y es que hace sentir en el alma otro extremo que hay en ella de íntima pobreza y miseria, siendo esta una de las principales penas que se padecen en esta purgación. Porque siente en sí un profundo vacío y pobreza de tres maneras de bienes que se ordenan al gusto del alma, que son temporal, natural y espiritual, viéndose puesta en los males contrarios, conviene a saber: miserias de imperfecciones, sequedades y vacíos de las aprensiones de las potencias y desamparo del espíritu en tiniebla. Que, por cuanto aquí purga Dios al alma según la sustancia sensitiva y espiritual y según las potencias interiores y exteriores, conviene que el alma sea puesta en vacío y pobreza y desamparo de todas estas partes, dejándola seca, vacía y en tinieblas, con el fin de que la parte sensitiva sea purificada en sequedad, y las potencias en su vacío de sus propias aprensiones, y el espíritu en tiniebla oscura.
5. Todo lo dicho hace Dios por medio de esta oscura contemplación, en la cual no sólo padece el alma el vacío y suspensión de estos apoyos naturales y aprensiones, que es un padecer muy tormentoso como si a uno le suspendiesen o detuviesen el aire dejándole sin respirar, mas también está purgando el alma, aniquilando y vaciando o consumiendo en ella, así como hace el fuego al orín y moho del metal, todas las afecciones y hábitos imperfectos que ha contraído durante toda la vida. Y puesto que por estar estos hábitos muy arraigados en la sustancia del alma, sobrepadece grave deshacimiento y tormento interior, además de la dicha pobreza y vacío natural y espiritual, con lo que se hace patente aquí lo escrito en Ezequiel: "Juntaré los huesos, y los encenderé en el fuego, se consumirán las carnes y toda la composición se cocerá, y se desharán los huesos" (Ez. 24, 10). En lo cual se entiende la pena que padece en el vacío y pobreza de la sustancia del alma sensitiva y espiritual. Y sobre esto dice luego (24, 11): "Ponedla también así vacía sobre las ascuas, para que se caliente y se derrita su metal, y se deshaga en medio de ella su inmundicia y sea consumido su moho". En lo cual se da a entender la grave pasión que el alma aquí padece en la purgación del fuego de esta contemplación, pues dice el profeta que para que se purifiquen y deshagan las impurezas de las afecciones que están en medio del alma es menester en cierta manera que ella misma se aniquile y se deshaga, según estén en ella de naturalizadas estas pasiones e imperfecciones.
6. De todo ello, para que en esta fragua se purique el alma como el oro en el crisol, según el Sabio dice (Sab. 3,6), siente este gran desmenuzamiento en la misma sustancia del alma, con extremada pobreza, en cuyo proceso se siente como acabando, como se puede ver por lo que a este propósito dijo David (Sal. 68,2-4) por estas palabras, clamando a Dios: "Sálvame, Señor, porque han entrado las aguas hasta el alma mía; fijado estoy en el limo del profundo, y no hay donde me sustente; vine hasta el profundo del mar, y la tempestad me anegó; trabajé clamando, se enronquecieron mis gargantas, desfallecieron mis ojos en tanto que espero en mi Dios".
En este proceso Dios humilla mucho al alma para ensalzarla mucho también después y, si Él no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, el alma moriría muy en breves días. Sin embargo son intercalados los ratos en que se siente su íntima viveza. Lo cual algunas veces se siente tan a lo vivo, que le parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque de éstos son los que de veras descienden al infierno viviendo (Sal. 54,16), pues aquí se purgan a la manera que allí, puesto que al fin y al cabo esta purgación es la que allí se había de hacer (nota del actualizador: según las experiencias del Purgatorio, aquí podría también sustituirse el término "infierno" por "purgatorio", dado que en el primero las penas no tienen final, como sí lo tienen en el purgatorio y, obviamente, también en esta noche contemplativa. En la siguiente frase se nos aclara mejor este punto, ya que vemos cómo el Santo se refiere al purgatorio, ya que del infierno no se sale una vez que el alma condenada entre en él, tal y como nos enseña la Iglesia). Y así el alma que por aquí pasa, o no entra en aquel lugar, o se detiene allí muy poco, porque aprovecha más una hora aquí que muchas allí.