Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.4.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (199)



CAPÍTULO 20
Se muestran los otros cinco grados de amor.


1. El Sexto grado hace correr al alma ágilmente hacia Dios y dar muchos toques en Él, y sin desfallecer corre por la esperanza, ya que aquí el amor que la ha fortificado la hace volar ligero. De este grado también dice el profeta Isaías: "Los santos que esperan en Dios mudarán la fortaleza, tomarán alas como de águila y volarán y no desfallecerán" (Is. 40,31), como hacían en el grado quinto. A este grado pertenece también aquel texto del salmo (41,2): "Así como el ciervo desea las aguas, mi alma desea a ti, Dios", ya que el ciervo en la sed con gran ligereza corre a las aguas. La causa de esta ligereza en amor que tiene el alma en este grado es por estar ya muy avivada la caridad en ella, debido a que está aquí el alma poco menos que purificada del todo, como se dice también en el salmo (58,5), es a saber: "Sine iniquitate cucurri" ("sin iniquidad corrí"); y en otro salmo (118,32): "El camino de tus mandamientos corrí cuando dilataste mi corazón". Y así, de este sexto grado se pasa luego al séptimo, que es el siguiente.

2. El séptimo grado de esta escala hace atreverse al alma con vehemencia. Aquí el amor ni se aprovecha del juicio para esperar, ni usa de consejo para retirarse, ni con vergüenza se puede refrenar, porque el favor, que ya Dios aquí hace al alma, la hace atreverse con vehemencia. De donde se sigue lo que dice el Apóstol (1 Cor. 13, 7), y es: "La caridad todo lo cree, todo lo espera y todo lo puede". De este grado habló Moisés (Ex. 32, 31-32), cuando dijo a Dios que perdonase al pueblo o, de lo contrario, que le borrase a él del libro de la vida en que le había escrito. Estos alcanzan de Dios lo que con gusto le piden. De donde dice David (Sal. 36, 4): "Deléitate en Dios, y darte ha las peticiones de tu corazón". En este grado se atrevió la Esposa (Ct. 1, 1) y dijo: "Osculetur me osculo oris sui" ("me besó con el beso de su boca"). A este grado no le es lícito al alma atreverse, si no sintiere el favor interior del cetro del rey inclinado para ella (Est. 6, 11), porque podría caer en el ascenso hacia los demás grados que hasta este ha subido, en los cuales siempre se ha de conservar en humildad. De esta osadía y determinación, que Dios la da al alma en este séptimo grado para atreverse a Dios con vehemencia de amor, se pasa el octavo grado, que es hacer ella presa en el Amado y unirse con Él, según explicaremos a continuación.

3. El octavo grado de amor hace al alma agarrarse y sujetarse sin soltarse, según la Esposa dice (Ct. 3, 4) de esta forma: "Hallé al que ama mi corazón y ánima, y túvele, y no le soltaré". En este grado de unión satisface el alma su deseo, mas no de continuo, porque algunos llegan a poner el pie y luego lo vuelven a quitar. Y es que si durase esta unión constantemente sería cierta gloria en esta vida, y así por breves momentos se queda el alma en él. Al profeta Daniel (10, 11), por ser varón de deseos, se le mandó de parte de Dios que permaneciese en este grado, diciéndole: "Daniel, está sobre tu grado, porque eres varón de deseos". De este grado se sigue el nono, que es ya el de los perfectos, como veremos a continuación.

4. El nono grado de amor hace arder al alma con suavidad. Este grado es el de los perfectos, los cuales arden ya en Dios suavemente, debido a que el Espíritu Santo les causa este ardor suave y deleitoso por razón de la unión que tienen con Dios. Por esto dice san Gregorio de los Apóstoles que, cuando el Espíritu Santo vino visiblemente sobre ellos, interiormente ardieron por amor suavemente.

De los bienes y riquezas de Dios que el alma goza en este grado no se puede hablar porque, si de ello escribiesen muchos libros, aún quedaría la mayor parte por decir. Del cual, por esto y porque después añadiremos algunas palabras, aquí no profundizo más sino tan sólo baste que de éste se sigue el décimo y el último grado de esta escala de amor, el cual ya no es de esta vida.

5. El décimo y último grado de esta escala secreta de amor hace al alma asimilarse totalmente a Dios, por razón de la clara visión de Dios que a continuación posee inmediatamente el alma que, habiendo llegado en esta vida al nono grado, sale de la carne. Porque éstos -que son muy pocos-, por cuanto ya por el amor están purgadísimos, no entran en el purgatorio. De donde san Mateo (5, 8), dice: "Beati mundo corde, quoniam ipsi Deum videbunt" ("Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"). Y, como decimos, esta visión es la causa de la similitud total del alma con Dios, porque así lo dice san Juan (1 Jn. 3, 2): "Sabemos que seremos semejantes a Él", no porque el alma se haga tan capaz como Dios, porque eso es imposible, sino porque todo lo que ella es se hará semejante a Dios, por lo cual se llamará -y lo será realmente-, Dios por participación.

6. Esta es la escala secreta que aquí se muestra sobre el ascenso del alma, aunque ya en estos grados de arriba no es muy secreta para el alma, puesto que se le descubre abundantemente el amor por los grandes efectos que en ella ese amor hace. Mas en este último grado de clara visión, que es lo último de la escala donde estriba Dios -como ya mencionamos hace poco-, ya no hay cosa para el alma encubierta, por razón de la total asimilación. Es por ello que nuestro Salvador (Jn. 16, 23) dice: "En aquel día ninguna cosa me preguntaréis", etc. Pero hasta este día todavía, por mucho que el alma más alta vaya le queda algo encubierto, y tanto cuanto le falte para la asimilación total con la divina esencia.

De esta manera, por esta teología mística y amor secreto, se va el alma saliendo de todas las cosas y de sí misma y subiendo a Dios. Porque el amor es similar al fuego, que siempre sube hacia arriba, con el apetito de atiborrarse en el centro de su esfera (nota del actualizador: es decir, con las energías de la materia que está quemándose y de la que obtiene sus fuerzas).







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