Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

1.10.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (17)



CAPÍTULO 4.
En este capítulo se trata sobre lo necesario que es para el alma pasar a través de esta noche oscura del sentido, donde se mortifica el apetito, para así poder caminar hacia la unión con Dios.

1. La razón de que le sea necesario al alma, para llegar a la divina unión de Dios, pasar esta noche oscura de mortificación de apetitos y negación de los gustos en todas las cosas, es porque todas las aficiones que tiene en las criaturas son delante de Dios puras tinieblas, de las cuales estando el alma vestida, no tiene capacidad para ser ilustrada y poseída de la pura y sencilla luz de Dios si primero no las desecha de sí, porque no pueden convivir la luz con las tinieblas. Como dice San Juan (1, 5): "Las tinieblas no pudieron recibir la luz".

2. La razón es porque dos contrarios, según nos enseña la filosofía, no pueden habitar en un sujeto. Y porque las tinieblas, que son las afecciones en las criaturas, y la luz, que es Dios, son contrarios y ninguna semejanza ni conveniencia tienen entre sí, según a los Corintios enseña san Pablo (2 Cor. 6, 14), donde dice: "¿Que conveniencia se podrá dar entre la luz y las tinieblas?"; de aquí es que en el alma no se puede asentar la luz de la divina unión si primero no se ahuyentan las afecciones en esa alma.

3. Para que probemos mejor lo dicho, es de saber que la afición y arraigo que el alma tiene a la criatura iguala a la misma alma con esa criatura, y cuanto mayor es la afición, tanto más la iguala y hace semejante, porque el amor hace semejanza entre lo que ama y es amado. Por eso dijo David (Sal. 113, 8), hablando de los que ponían su afición en los ídolos: "Sean semejantes a ellos los que ponen su corazón en ellos". Y así, el que ama una criatura, tan bajo se queda como aquella criatura y, en alguna manera, más bajo todavía, porque el amor no sólo iguala, sino que incluso sujeta al amante a lo que ama. Y de aquí se desprende que, por el mismo caso que el alma ama algo, se hace incapaz de la pura unión de Dios y su transformación; porque mucho menos es comparable la bajeza de la criatura de la alteza del Creador, que las mismas tinieblas lo son de la luz. Esto es así ya que todas las cosas de la tierra y del cielo, comparadas con Dios, nada son, como dice Jeremías (4, 23) por estas palabras: "Miré a la tierra y estaba vacía, y ella nada era; y a los cielos, y vi que no tenían luz". Diciendo que vio la tierra vacía da a entender que todas las criaturas que estaban en ella eran nada, y que la tierra era como nada también. Y diciendo que miró a los cielos y no vio luz en ellos, se refiere a que todas las lumbreras del cielo, comparadas con Dios, son puras tinieblas. De manera que todas las criaturas en esta manera nada son, y las aficiones que tenemos hacia ellas son impedimento y privación de la transformación en Dios; así como las tinieblas nada son y menos que nada, pues son privación de la luz. Por lo tanto, como no contiene la luz el que tiene tinieblas, así no podrá contener a Dios el alma que en criaturas pone su afición; de la cual hasta que se purgue -en este mundo, o en el otro a través del purgatorio-, ni aquí podrá poseer por transformación pura de amor, ni allá por clara visión. Y para aclarar más este aspecto ya hablaremos más concretamente sobre él.







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