La Santa Madre del Salvador se halló presente en la crucifixión de su Hijo, y se mantuvo al pie de la cruz durante las tres horas de aquella amarga agonía.
Oración:
Todo fue consumado, ¡Reina de los mártires! Vuestros ojos vieron clavar en la cruz al suspirado por los siglos, al esperado por las naciones... Vuestros oídos oyeron los golpes del martillo caer sobre su santa carne, el crujido de los huesos que se le dislocaban... Vuestro rostro fue salpicado con la nocente sangre de la víctima sagrada.
Henos aquí, en el alma postrados ante ese santo madero, junto al cual os sostuvo de pie vuestra heroica fortaleza. Henos aquí, recibiendo con Vos el divino riego de esa sangre redentora, y rogándoos rendidamente se la presentéis a la justicia eterna como precio de nuestras almas.
Vos suministrásteis tan preciosa sangre a nuestro Redentor, ¡oh, María! Vos tenéis derecho a pedir por ella que no se malogre en estos servidores vuestros -aunque tan indignos de serlo- la inefable virtud de aquel sacrificio augusto. Hacedlo, ¡Madre dolorosísima!, hacedlo según vuestra inmensa caridad, y no solamente en favor de los presentes, sino también por todos los cristianos en todo tiempo y generaciones.
Señora, alcanzad consuelo para los afligidos, de aquel que os vió tan afligida al pie de su cruz.
Señora, rogad por los moribundos al que estuvo moribundo a vuestra vista, causando incomparables angustias a vuestro maternal corazón.
Señora, pedid perdón para los pecadores, al que murió por ellos para obtenerles el perdón
Señora, proteged a los desamparados, cerca del que os dejó tan desamparada en la tierra.
Señora, alcanzad misericordia para las ánimas del purgatorio, de aquel que con su sacrificio nos abrió las puertas celestiales.
Señora, sed la abogada de todos los hombres, pues por todos fue inmolado el Cordero de Dios que borra los pecados del mundo.
Amén.
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