La palabra "martirio" evoca la persecución de los cristianos, desde el siglo primero hasta nuestros días. Los primeros cristianos llamaban "mártires" (testigos) a los cristianos que proclamaban la fe en Cristo, tanto de palabra ("confesores") como con el derramamiento de su sangre ("mártires"). Pero, poco a poco se fue introduciendo una distinción importante entre "mártires" y "confesores". Recibían el nombre de mártires aquellos cristianos que luchaban por la verdad o por la virtud hasta el derramamiento de su sangre.
Siempre ha habido mártires a lo largo de la historia. El propio Jesús se sitúa dentro de esta tradición martirial, y la Iglesia, en el seguimiento de Cristo, no solo tiene mártires, sino que es una Iglesia de mártires. Porque la Iglesia no solo debe una fidelidad de doctrina, sino, sobre todo, una fidelidad de vida con Jesús, que Sufrió la persecución y el martirio.