La palabra "martirio" evoca la persecución de los cristianos, desde el siglo primero hasta nuestros días. Los primeros cristianos llamaban "mártires" (testigos) a los cristianos que proclamaban la fe en Cristo, tanto de palabra ("confesores") como con el derramamiento de su sangre ("mártires"). Pero, poco a poco se fue introduciendo una distinción importante entre "mártires" y "confesores". Recibían el nombre de mártires aquellos cristianos que luchaban por la verdad o por la virtud hasta el derramamiento de su sangre.
Siempre ha habido mártires a lo largo de la historia. El propio Jesús se sitúa dentro de esta tradición martirial, y la Iglesia, en el seguimiento de Cristo, no solo tiene mártires, sino que es una Iglesia de mártires. Porque la Iglesia no solo debe una fidelidad de doctrina, sino, sobre todo, una fidelidad de vida con Jesús, que Sufrió la persecución y el martirio.
En su predicación, Jesús recoge los principales elementos del martirio: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre... Seréis conducidos ante los gobernadores y los reyes por mi causa... No es el discípulo más que su maestro...".
El seguimiento de Cristo, como la más alta expresión de la fe cristiana, exige participar en su vida y, eventualmente, compartir su destino. Esto lo comprendieron perfectamente los mártires cristianos de los primeros siglos. Los cristianos se veían ante un terrible dilema: o Dios o el César. Por ser "testigos" (mártires) de la resurrección como los Apóstoles, daban testimonio de Jesús como único Señor y Dios, con lo cual cometían un delito de lesa majestad contra el Emperador, negando su condición divina; consiguientemente, rechazaban también a las divinidades romanas. De este modo la fe cristiana se hacía políticamente subversiva, dado que impugnaba los fundamentos mismos del aparato político-religioso del Imperio y de sus dirigentes.
Así pues, el mártir es un testigo de la fe en Cristo, Señor y Salvador de los hombres. Al profesar la fe en Cristo desabsolutiza y desdiviniza los poderes de este siglo que se presentan como instancia última, ya se trate de los emperadores romanos, o de otros poderes modernos: fascismos, nazismos, comunismo, racismos. etc.
Actualmente, cada vez es mayor el número de cristianos, especialmente en el Tercer Mundo, que han optado preferentemente por los pobres, por su liberación y por la defensa de sus derechos. Y en nombre de esta acción anuncian o denuncian las formas de dominación y deshumanización social por la que pueden ser perseguidos, secuestrados, torturados y asesinados. También ellos son mártires en el sentido riguroso de la palabra. Tales mártires no son menos mártires que aquellos que, delante de un tribunal romano, confesaban con Intrepidez y Orgullo: "Soy cristiana", y aceptaban alegremente la muerte.
En sentido lato reciben también el nombre de mártires quienes, sin estar bautizados, inmolan su existencia en procesos sociales de transformación orientados hacia una mayor participación y justicia para todos.
En estos últimos años la persecución contra los cristianos está dirigida por grupos islamistas, los cuales tratan de borrar la presencia del cristianismo principalmente en los países de Irak, Siria, Sudán y Egipto.
Señalamos, por último, que el mártir es un sacramento eficaz productor de verdad para la iglesia. La Iglesia tiene unos mártires que constituyen su gloria. Siempre que un cristiano, en el seguimiento de Cristo, se compromete hasta el punto de ser martirizado, produce credibilidad para la Iglesia.
Manuel Romano Liñan | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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