Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

29.4.17

El enigmático segundo papa


Poca y muy escasa información hay referente a San Lino, el segundo papa dentro de la línea sucesoria al Vaticano. Pero, sin embargo, y a pesar de esa falta de información, la importancia de este personaje es tal (de hecho, es santo por la Iglesia, San Lino) que se le otorga la función de segundo papa, tras San Pedro, el apóstol de Jesucristo.

Se suele decir que la Iglesia Romana, y los papas en particular, son herederos directos del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y esto es bien cierto, y que la línea sucesoria se podría escribir directamente desde el papa actual hasta el primero, Pedro. Pero eso ya no es tan claro, no solo porque en épocas hubo dos papas (como hoy, lo cual sería bastante, digamos... difícil, porque Cristo no estableció dos papas, pero esto es secundario, después de todo), y porque algunos de ellos, en la Edad Media sobre todo, no fueron precisamente un ejemplo de virtudes cristianas, sino porque la línea sucesoria entre los primeros y convulsos años del cristianismo no es ni mucho menos fácil de seguir.




Hay que tener en cuenta que, en aquella época, la perseguida fe cristiana (no romana aún) vivía prácticamente en la clandestinidad, y quienes se arriesgaban a hacerlo público corrían la suerte de los mártires, es decir, la muerte. Esto, junto con numerosas persecuciones y rivalidades internas (como la de los arrianos, pero la lista es numerosísima: marcionismo, adopcionismo, nicolaísmo, apolinarismo, simonianismo, etc. etc.), hacía que fuera muy difícil saber quién y qué predicaba la verdad fundamentada en los Evangelios, o directamente de ellos. Además, en esos tiempos muchos -y muy importantes- tratados y escritos fueron quemados o destruidos, de manera que la línea sucesoria de Pedro desde su fallecimiento no es algo tan claro como se pudiera pensar.

Aún así, los pocos escritos se han reunido en el "Adversus haereses" de San Ireneo, pero no están exentos de controversia, ya que otros escritos posteriores ponen como "segundo papa" tras San Pedro a San Clemente I. No obstante el nombre no es lo importante, y la verdad es que, a efectos prácticos, poco importa (obviamente sí importa a efectos históricos), un papa al fin y al cabo (como lo tienen en las iglesias coptas, por ejemplo) es una persona que representa la autoridad de la confesión de su iglesia cristiana, apoyada por todos los fieles de esa misma confesión. Y es que existen incongruencias de fechas, como por ejemplo en el Catálogo Liberiano, que da una duración de su papado desde el 56 d.C. hasta el 67 d.C, debido probablemente -y por desgracia- a que los primeros códices llegados a nosotros ya son del siglo segundo (en torno al 174-189).


Lo que sí es más importante para los católicos es que no fue solo Pedro, sino también Pablo quienes, parece ser, encomendaron la tarea de guiar la iglesia a San Lino. No obstante no fue un papa tal y como lo conocemos hoy día, ya que en aquellos tiempos los papas eran los obispos de las ciudades más importantes e influyentes, y existían varios. Solo tiempo después el papado se concretó en una sola persona.

Pero si del papa Lino tenemos pocos datos, de otros papas posteriores no tenemos muchos más, precisamente. San Eutichiano es uno de ellos. Sucedió a San Félix (que, como era habitual en aquellos duros tiempos de la Iglesia, murió mártir) a principios del 275, pero su pontificado tampoco sería muy longevo: también pereció entre persecuciones sólo ocho años y algunos meses después, y fue sucedido a su vez por San Cayo. Poco tiempo después (el 29 de agosto de 284, que es la fecha que se suele usar como referencia) comenzó la sangrienta y dolorosa era llamada Era de los Mártires, una época de persecución a la Iglesia de Jesucristo que todavía se extendería bastante más, tanto que el propio San Cayo (San Caio) moriría siendo la Iglesia aún perseguida, y su sucesor, el papa San Marcelino, llegaría a temer tanto por su vida que se rebajó a sacrificar a los ídolos entregando, además, códices para ser destruidos. Más tarde, en el Concilio de obispos en Sinuesa, el papa confesaría su pecado para que se le perdonara. Pero esta historia no está del todo clara y según parece podría haber sido una calumnia de otra corriente rival interna: los Donatistas, con el fin de desprestigiar al papa. Así lo afirma el mismo San Agustín, que menciona que no hay pruebas sobre tales acusaciones.


Tras San Marcelino la Iglesia de Jesucristo tuvo que soportar graves crisis internas en Roma, hasta tal punto que, durante tres años, el sillón del papado estuvo sin ocupar. En mayo del 308 sería elegido, finalmente, San Marcelo. Parece ser que este papa tampoco vivió tiempos de calma, ya que fue desterrado por uno de los suyos que había negado a Cristo, y falleció en el destierro en el año 310. Le sucedió San Eusebio, que tuvo que sufrir una corriente eclesial que defendía una penitencia menos rigurosa, por lo que fue también desterrado y huyó a Sicilia, donde murió. Durante casi un año, el sillón del obispo de Roma siguió sin estar ocupado, siendo sucedido por San Melchiade.

Como se puede ver, entre las dificultades externas (persecuciones y prohibiciones) y graves disputas internas (con corrientes y pensamientos de todo tipo que pugnaban entre sí) la Iglesia de Jesucristo vivió una titubeante y tambaleante época durante los primeros siglos, sin estabilidad alguna y casi -y prácticamente- sin un control jerárquico robusto y firme, que pudiera zanjar cuestiones con autoridad. De hecho sobre este particular insisten bastantes cartas de los santos, aconsejando que se haga caso al obispo (como en el caso de San Ignacio de Antioquía). Sólo la llegada de los tiempos de calma venideros en los siguientes siglos daría un respiro para consolidar los cimientos que perdurarían en los siglos siguientes. Si nadie logró acabar con ella en esa época fue no solo por la sangre de los mártires, algunos de ellos personas de muchísima importancia y que le habrían resultado muy valiosas pero que, con su muerte, daban una prueba irrefutable de la realidad de lo que creían sino, sobre todo, por estar enraizada en el mismo Jesucristo, independientemente de quién fuera la voz de autoridad de cada momento.


| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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