Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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6.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (114)



4. Que sea una obra más baja tambien está claro, porque las potencias del alma no pueden de suyo hacer reflexión y operación, sino sobre alguna forma, figura e imagen que previamente hayan recibido, y esta es su materia y la sustancia de su espíritu, que viene a ser el sustrato interior del que se forman luego las interpretaciones de quienes tratan de retener estas comunicaciones. La auténtica sustancia o espíritu no se une con las potencias del alma en verdadera inteligencia y amor, si no es cuando ya cesa la operación de esas mismas potencias, dado que la pretensión y fin de la tal operación no es sino venir a recibir en el alma la sustancia entendida y amada de aquellas formas, o sea, su ser íntimo. De donde la diferencia que hay entre la operación activa y el mantenerse pasivamente, así entendida como sus provechos, es la que hay entre lo que se está haciendo y lo que ya está hecho, que es como entre lo que se pretende conseguir y alcanzar -tratar de actuar activamente- y entre lo que está ya conseguido y alcanzado -la obra ya realizada pasivamente-.
De donde también se concluye que, si el alma quiere emplear activamente sus potencias en las tales aprehensiones sobrenaturales (en que, como hemos dicho, le da Dios el espíritu de ellas pasivamente), no sería menos que dejar lo hecho para volverlo a hacer, y ni gozaría lo hecho ni con sus acciones haría nada sino impedir los efectos de lo ya concluido y de la obra terminada porque, como decimos, no pueden llegar de suyo propio y por sus propios medios al espíritu que Dios daba al alma sin el ejercicio de las potencias activamente. Con lo cual ciertamente sería apagar el espíritu que de las dichas aprehensiones imaginarias Dios infunde, si el alma hiciese caudal de ellas para tratar de retenerlas. Más bien las ha de dejar hacer sus efectos disponiéndose en ellas pasiva y negativamente -es decir, sin tratar de reafirmarlas o afianzarlas-, porque entonces Dios mueve al alma a más de lo que ella pudiera ni supiera llegar. Que, por eso mismo, dijo el profeta (Hab. 2, 1): "Estaré en pie sobre mi custodia y afirmaré el paso sobre mi munición, y contemplaré lo que se me dijere", que es como si dijera: "levantado estaré sobre toda la guardia de mis potencias, y no daré paso adelante en mis operaciones, y así podre contemplar lo que se me dijere", esto es, "entenderé y gustaré lo que se me comunicare sobrenaturalmente".

5. Y lo que también se alega del Esposo (Ct. 8, 6) se entiende aquello del amor que pide a la Esposa, que tiene por oficio entre los amados de asimilar el uno al otro como parte principal de su unión. Y por eso él le dice a ella que le ponga en su corazón por señuelo (Ct. 8, 6), donde todas las saetas de amor de la aljaba vienen a dar, que son las acciones e ímpetus de amor, con el fin de que todas den en el blanco de dicho corazón estando allí por señuelo de ellas, y así todas sean para Él, y así se asemeja el alma a Él por las acciones y movimientos de amor, hasta transformarse finalmente en Él. Y dice que le ponga también como señuelo en el brazo, porque en él está el ejercicio de amor, pues en él se sustenta y regala el Amado.

6. Por tanto, de todo lo que el alma ha de procurar en todas las aprehensiones que de la divinidad le vinieren (así imaginarias como de otro cualquier género, da lo mismo visiones que locuciones, o sentimientos, o revelaciones) es no haciendo caso de la letra y corteza, esto es, de lo que significa o representa o de lo que da a entender, sólo advertir en tener el amor de Dios que interiormente le causan al alma. Y de esta manera han de hacer caso de los sentimientos no de su sabor, ni de su suavidad, ni de sus figuras, sino de los sentimientos de amor que le causan.
Y para sólo este efecto bien podrá algunas veces acordarse de aquella imagen y aprehensión que le causó el amor, para poner el espíritu en motivo y enfocado hacia ese amor porque, aunque no hace después tanto efecto cuando se acuerda como la primera vez que se le comunicó, todavía cuando se acuerda se renueva el amor, y hay levantamiento de mente en Dios, mayormente cuando es el recuerdo de algunas figuras, imágenes o sentimientos sobrenaturales que suelen sellarse e imprimirse en el alma, de manera que duran mucho tiempo, y algunas nunca se quitan del alma. Y estas que así se sellan en el alma, casi cada vez que el alma advierte en ellas le hacen divinos efectos de amor, suavidad, luz, etc., unas veces más, otras menos, porque para esto se las imprimieron. Y así, es una gran gracia a quien Dios le hace esto, porque es tener en sí una mina de bienes a los cuales recurrir.

7. Estas figuras que hacen los tales efectos están asentadas vivamente en el alma, que no son como las otras imágenes y formas que se conservan en la fantasía y así, no tiene por qué ni le es necesario al alma acudir a su imaginación para hacerse con ellas cuando se quisiere acordar, porque ve que las tiene en sí misma, como se ve la imagen en el espejo. Cuando acaeciere a alguna alma tener en sí las dichas figuras formalmente, bien podrá acordarse de ellas para el efecto de amor que dije, porque no le estorbarán para la unión de amor en fe, como no quiera embeberse en la figura en sí, sino aprovecharse del amor -o sea, de sus efectos-, dejando luego la figura, con lo cual y teniendo presente esta premisa, le ayudará.

8. Dificultosamente se puede conocer cuándo estas imágenes están impresas en el alma y cuándo en la fantasía, porque las de la fantasía también suelen ser muy frecuentes. Y es que algunas personas suelen ordinariamente traer en la imaginación y fantasía visiones imaginarias y con gran frecuencia se las representan de una determinada manera, bien porque estén dadas a fantasear, con lo cual por poco que piensan enseguida se les representa y dibuja aquella figura ordinaria en la fantasía, o bien porque se las pone el demonio, aunque también puede ocurrir que sea porque se las pone Dios, sin que se impriman en el alma formalmente.
Pero se pueden conocer de qué clase de estos tipos son por los efectos, porque las que son naturales o del demonio, por más que se acuerden de ellas, no ejercen ningún efecto bueno ni producen un buen fruto ni llevan a renovación espiritual en el alma, sino que secamente las miran. Pero las que son buenas, al menos, acordándose de ellas hacen algún efecto bueno del mismo tipo que aquel que hizo al alma la primera vez que las recibió. Finalmente las formales que se imprimen en el alma, casi siempre que las advierte o las revive le hacen algún efecto.

9. El que hubiere tenido estas comunicaciones y experiencias conocerá fácilmente las unas y las otras, porque está muy clara la enorme diferencia al que posee experiencia. Sólo digo que las que se imprimen formalmente en el alma con duración, ocurren más raras veces. Pero en cualquier caso sean de estas, o de otro tipo, bueno le es al alma no querer comprehender nada, sino a Dios por fe en esperanza.
Y respecto a lo mencionado sobre la objeción, esto es, que puede parecer soberbia desechar estas cosas si son buenas, digo que antes es prudente humildad aprovecharse de ellas en el mejor modo, como ya queda dicho y ya hemos explicado cuál es, y guiarse por tanto por lo que sea más seguro, como también explicamos.


1.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (109)



CAPÍTULO 9.
Se explica el segundo genero de daños, consistente en el peligro de caer en propia estimación y vana presunción.


1. Las aprehensiones sobrenaturales ya dichas de la memoria son también a los espirituales un gran riesgo de caer en alguna presunción o vanidad, si hacen caso de ellas para estimarlas en algo. Porque, así como está muy libre de caer en este vicio el que no tiene nada de este tipo de comunicaciones, pues no ve en sí de qué presumir, así por el contrario el que experimenta estas cosas tiene la ocasión en la mano de pensar que ya es algo, pues tiene aquellas comunicaciones sobrenaturales. Porque, aunque es verdad que lo pueden atribuir a Dios y darle gracias teniendose por indignos, con todo eso se suele quedar cierta satisfacción oculta en el espíritu y estimación sobre aquello que le ha llegado y sobre sí mismo con lo cual, incluso sin notarlo, les hace harta soberbia espiritual.

2. Esto lo pueden ver ellos bien claramente en el disgusto que les produce y el desconcierto que les provoca con quien no les alaba su espíritu ni les estima esas comunicaciones que tienen, y la pena que les da cuando piensan o les dicen que otros tienen las mismas experiencias o mejores. Todo lo cual nace de secreta estimación y soberbia, y ellos no acaban de entender que como consecuencia están metidos en esta vanagloria hasta los ojos. Y se piensan que basta cierta manera de conocimiento de su miseria, estando juntamente con esto llenos de oculta estimación y satisfacción de sí mismos, agradándose más de su espíritu y bienes espirituales que del ajeno, como el fariseo que daba gracias a Dios que no era como los otros hombres y que tenía tales y tales virtudes, en lo cual tenía satisfacción de sí y presunción (Lc. 18, 11­12). Estas personas, aunque abiertamente no lo digan como este fariseo, lo tienen habitualmente en el espíritu. Y aun algunos llegan a ser tan soberbios que son peores que el demonio, que como ellos ven en sí algunas aprehensiones y sentimientos devotos y suaves de Dios, a su parecer ya se satisfacen de manera que piensan están muy cerca de Dios, y aún que los que no tienen aquello están muy bajos, y los desestiman como el fariseo al publicano.

3. Para huir de este pestífero daño, a los ojos de Dios aborrecible, han de considerar dos cosas. La primera, que la virtud no está en las aprehensiones y sentimientos de Dios, por elevados que sean, ni en nada de lo que a este talle puedan sentir en sí sino, por el contrario, está en lo que no sienten sobre su ser, que es en mucha humildad y desprecio de sí y de todas sus cosas -muy formado, sincero y sensible en el alma-, y gustar de que los demás sientan de él su misma miseria y desprecio, no queriendo valer nada en el corazón ajeno.

4. Lo segundo, se hace necesario advertir que todas las visiones y revelaciones y sentimientos del cielo y cuanto más sobre ellos o de su tipo se quiera pensar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa, sino que ese bien y valía lo piensa de los demás (1 Cor. 13, 4­7). Pues, según esto, conviene que no les hinchan el ego estas aprehensiones sobrenaturales, sino que las procuren olvidar para quedar libres y sin ataduras.


31.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (108)



CAPÍTULO 8.
Se explican los daños que las comunicaciones de cosas sobrenaturales pueden hacer al alma si hace reflexión sobre ellas, mencionando dichos daños.


1. A cinco géneros de daños se arriesga el espiritual si hace presa y reflexión sobre estas noticias y formas que se le imprimen de las cosas que pasan por vía sobrenatural sobre él.

2. El primero es que muchas veces se engaña teniendo lo uno por lo otro.
El segundo es que está cerca y en ocasión de caer en alguna presunción o vanidad.
El tercero es que el demonio tiene mucha mano para engañarle por medio de las dichas aprehensiones.
El cuarto es que le impide la unión en esperanza con Dios.
El quinto es que, por las mayoría de las veces, juzga de Dios baja y reducidamente.

3. Cuanto al primer género de daño está claro que, si el espiritual hace presa y reflexión sobre las dichas noticias y formas, se ha de engañar muchas veces acerca de su juicio porque, como ninguno cumplidamente puede saber las cosas que naturalmente pasan por su imaginación, ni tener entero y cierto juicio sobre ellas, mucho menos podrá tener certero juicio acerca de las sobrenaturales ya que son sobre nuestra capacidad, y las cuales raras veces se manifiestan patentemente.
Por lo tanto muchas veces pensará que son las cosas de Dios, y no será sino su fantasía; y muchas sobre lo que sí es de Dios pensará que es del demonio, y lo que es del demonio, que es de Dios. Y en gran cantidad de ocasiones se le quedarán formas y noticias muy asentadas de bienes y males ajenos o propios, y otras figuras que se le representaron, y las tendrá por muy ciertas y verdaderas, y no serán sino una muy grande falsedad. Y otras serán verdaderas, y las juzgará por falsas, aunque esto en cierta forma es más seguro que el resto, puesto que al menos por regla general suele nacer de humildad.

4. Y aunque no se engañe en la verdad de las comunicaciones, se podrá entonces engañar en la cantidad o cualidad, pensando que lo que es poco es mucho, y lo que es mucho, poco. Y acerca de la cualidad, teniendo lo que tiene en su imaginación por tal o tal cosa, y no será sino otra diferente poniendo, como dice Isaías (5, 20), las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, y lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo. Y, finalmente, si tiene tino y quizá acierte en lo uno, extraño será no errar acerca de lo otro. Y en todo ello aunque no quiera aplicar el juicio para juzgarlo, basta que lo aplique en tratar de hacer caso para que, a lo menos pasivamente, se le pegue algún daño, si no de este género de daño será en alguno de los otros cuatro que luego iremos mencionando.

5. Lo que le conviene al espiritual para no caer en este daño de engañarse en su propio dictamen es no querer aplicar su juicio para saber qué sea lo que en sí tiene y siente, o que trate de averiguar qué será tal o tal visión, noticias o sentimientos, ni tenga ganas de saberlo ni haga el menor caso, únicamente lo considere con el fin tan sólo de decírselo a su padre espiritual para que le enseñe a vaciar la memoria de aquellas aprehensiones. Pues todo cuanto ellas son en sí no le pueden ayudar al amor de Dios, no llegan siquiera a alcanzar el menor acto de fe viva y de esperanza que se hace en vacío y renunciación de todo, que es mucho mejor y más seguro.


20.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (97)



CAPÍTULO 31.
Se explican aspectos sobre las palabras sustanciales que interiormente se hacen al espíritu, mencionando la diferencia que hay de ellas a las formales, el provecho que hay en aquellas, y la resignación y disposición que el alma debe tener en ellas.


1. El tercer género de palabras interiores decíamos que eran "palabras sustanciales" las cuales, aunque también son formales, por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren empero en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial en el alma, y la solamente formal no opera así. De manera que, aunque es verdad que toda palabra sustancial es formal, no por eso toda palabra formal es sustancial, sino solamente aquella que, como decíamos en párrafos anteriores, imprime sustancialmente en el alma aquello que ella significa. Tal como si nuestro Señor dijese formalmente al alma: "Sé buena", luego sustancialmente sería buena; o si la dijese: "Ámame", luego tendría y sentiría en sí sustancia de amor de Dios. O también si, temiendo mucho, la dijese: "No temas", luego sentiría gran fortaleza y tranquilidad. Porque el dicho de Dios y su palabra, como dice el Sabio (Ecli. 8, 4), está llena de potestad, y así hace sustancialmente en el alma aquello que le dice. Porque esto es lo que quiso decir David (Sal. 67, 34) cuando dijo: "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud". Y así lo hizo con Abraham que, en cuanto le dijo: "Anda en mi presencia y sé perfecto" (Gn. 17, 1), luego fue perfecto y anduvo siempre acatando a Dios. Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que sanaba los enfermos, resucitaba a los muertos, etc., solamente con decirlo. Y en este mismo sentido hace locuciones a algunas almas, con forma sustancial. Y son de tanto valor y precio, que le son al alma vida y virtud y una gracia incomparable, porque la hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho toda su vida.

2. Acerca de estas comunicaciones, ni tiene el alma que hacer, ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer.
No tiene que hacer esforzándose en obrar lo que ellas dicen, porque estas palabras sustanciales no se las dice Dios para que ella las ponga por obra, sino para obrarlas en ella, lo cual es diferente respecto a las formales y sucesivas.
Y digo que no tiene que querer ni no querer, porque ni es menester su querer para que Dios las obre, ni bastan con no querer para que dejen de hacer el dicho efecto, sino simplemente el alma debe hallarse con resignación y humildad en ellas.
No tiene que obligarse a desecharlas, porque el efecto de ellas queda sustanciado en el alma y lleno del bien de Dios, por lo cual, como se reciben pasivamente, la acción nuestra es menos necesaria que en otras.
Ni tiene que temer algún engaño, porque ni el entendimiento ni el demonio pueden entrometerse en esto ni llegar a hacer pasivamente efecto sustancial en el alma, de manera que la imprima el efecto y hábitos de su palabra; a no ser que el alma estuviese dada al engaño por pacto voluntario y, morando en ella como señor de ella ese engaño, le imprimiese los tales efectos, no de bien, sino de malicia. Y en este caso, por cuanto aquella alma estaba ya unida en nequicia (es decir, perversidad) voluntaria, podría fácilmente el demonio imprimirle los efectos de los dichos y palabras en malicia. Porque también por experiencia vemos que aún a las almas buenas en muchas cosas les hace harta fuerza por sugestión, poniéndoles gran eficacia en resistirlas que, si fuesen malas, las podría inculcar en tal malicia. Mas estos últimos efectos perversos mencionados a las almas de los justos y buenos no se los puede imprimir, porque no hay comparación de palabras cuando provienen de Dios. Todo el resto de palabras son como si no fuesen, si se les pone frente a las palabras divinas auténticas, ni tampoco su efecto es en nada comparable de unas con las otras. Precisamente por eso dice Dios por Jeremías (23, 28­29): "¿Qué tienen que ver las pajas con el trigo? ¿Por ventura mis palabras no son como fuego y como martillo que quebranta las peñas?". Y de esta forma, estas palabras sustanciales sirven mucho para la unión del alma con Dios, y cuanto más interiores, más sustanciales son y más aprovechan. ¡Dichosa el alma a quien Dios se las hablare! "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sm. 3, 10).


19.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (96)



CAPÍTULO 30.
Se explican las comunicaciones de palabras interiores que formalmente se hacen al espíritu por vía sobrenatural, y se da advertencias sobre el daño que pueden hacer y la cautela necesaria para no ser engañados en ellas.


1. El segundo género de palabras interiores son palabras formales que algunas veces se hacen al espíritu por vía sobrenatural sin medio de algún sentido, ahora estando el espíritu recogido, ahora no. Y las llamamos "formales" porque formalmente al espíritu se las dice tercera persona, sin poner él nada en ello. Y por eso son muy diferentes que las que acabamos de tratar, porque no solamente tienen la diferencia en que se hacen sin que el espíritu ponga de su parte algo en ellas, como hace en las otras sino que además, como decimos, le llegan a veces sin estar recogidos, sino muy fuera de aquello sobre lo que se le habla o comunica, lo que no ocurre con las mencionadas en líneas arriba sobre las comunicaciones de palabras sucesivas, porque siempre son acerca de lo que estaba considerando o/y meditando.

2. Estas palabras ciertas veces son muy claras y formadas, otras no tanto, porque muchas veces son como conceptos en que se le dice algo, ahora respondiendo, ahora en otra manera hablándole al espíritu. Por lo tanto estas comunicaciones pueden ser una sola palabra, a veces dos o más, y a veces muchas palabras -como las anteriores comunicaciones- porque suelen durar un rato enseñando o tratando algo con el alma, y todas sin que ponga nada de suyo el espíritu, porque son todas como cuando habla una persona con otra. Como leemos haberle ocurrido a Daniel (9, 22), que dice hablaba el ángel en él, lo cual era formal y sucesivamente razonando en su espíritu y enseñándole, según allí también cuenta el ángel, diciendo que había venido para enseñarle.

3. Estas palabras, cuando no son más que formales, el efecto que hacen en el alma no es mucho porque, ordinariamente, sólo son para enseñar o dar luz en alguna cuestión y para hacer este efecto no es menester que hagan otro más eficaz que el fin que ellas traen. Y este, cuando son de Dios, siempre lo obran en el alma, porque ponen al alma pronta y clara en aquello que se le manda o enseña, puesto que algunas veces no quitan al alma la repugnancia y dificultad de llevar a cabo la tarea encomendada, antes se la suelen poner mayor, lo cual hace Dios para mayor enseñanza, humildad y bien del alma. Y esta repugnancia más ordinariamente se la deja cuando le manda cosas de notoriedad o cosas en que puede haber alguna excelencia para el alma, y en las cuestiones que tienen más de humildad y bajeza les pone más facilidad y prontitud que en las elevadas o notorias. Y así leemos en el Exodo (c. 3­4) que, cuando mandó Dios a Moises que fuese a Faraón y librase al pueblo, tuvo tanta repugnancia que fue menester mandárselo tres veces y mostrarle señales y, con todo eso, no se decidía hasta que Dios le dio por compañero a Aarón, para que llevase parte de la honra y del peso de la tarea.

4. Al contrario acontece cuando las palabras y comunicaciones son del demonio, que en las cosas de más valer pone facilidad y prontitud, y en las bajas y humildes, repugnancia. Y es que ciertamente aborrece Dios tanto el ver las almas inclinadas a cuestiones notorias que aún cuando Él se lo manda y las pone en ellas no quiere que tengan la prontitud que comúnmente pone Dios en estas palabras formales al alma, y estas son diferentes de las anteriores sucesivas, que no mueven tanto al espíritu como estas, ni le ponen tanta prontitud, por ser estas más formales y en que menos se entremete el propio entendimiento. Aunque todo ello no quita que algunas veces hagan más efecto algunas palabras sucesivas, por la gran comunicación que a veces hay del Divino Espíritu con el humano, mas el modo de hacer tal cosa es muy diferente. En estas palabras formales no tiene el alma que dudar si las dice ella, porque bien se ve que no, mayormente cuando ella no estaba en lo que se le dijo y, si lo estaba, siente muy clara y distintamente que aquellas comunicaciones vienen de otra parte.

5. De todas estas palabras formales tan poco caso ha de hacer el alma como de las otras sucesivas porque, además que ocuparía el espíritu de lo que no es legítimo y próximo medio para la unión de Dios, que es la fe, podría facilísimamente ser engañada del demonio, y es que a veces apenas se distinguirán cuáles son dichas por buen espíritu y cuáles por malo. Que como estas no hacen mucho efecto, apenas se pueden distinguir por esos mismos efectos, porque aun a veces las del demonio ponen más eficacia en los imperfectos que las otras de buen espíritu en los espirituales. No se ha de hacer lo que ellas dijeren, ni hacer caso de ellas, sean de bueno o de mal espíritu, pero sí que se han de manifestar al confesor experimentado o a persona discreta y sabia, para que dé doctrina y vea lo que conviene en ello y nos facilite su consejo, y nos mantengamos en ellas resignada y negativamente. Y si no fuere hallada la tal persona experta, más vale, no haciendo caso de las tales palabras, no dar parte a nadie, porque fácilmente encontrará con algunas personas que antes le destruyan el alma que la edifiquen. Porque las almas no las ha de tratar cualquiera, pues es cosa de suma importancia errar o acertar en tan grave negocio.

6. Y adviertase mucho en que el alma jamás dé su parecer, ni haga cosa ni la admita de lo que aquellas palabras le dicen sin antes contar con mucho acuerdo y consejo ajeno. Porque en esta materia ocurren engaños sutiles y extraños, de tanta envergadura que tengo para mí que el alma que no fuere enemiga de tener las tales comunicaciones no podrá dejar de ser engañada en muchas de ellas (sea en poco grado o en mucho).

7. Y porque de estos engaños y peligros y de la cautela para ellos está tratado a propósito en los capítulos 17, 18, 19 y 20 de este libro, a los cuales remito al lector, no me alargo más aquí. Sólo digo que la principal doctrina es no hacer caso de ello en nada.


18.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (95)



10. También en este género de palabras interiores sucesivas mete mucho el demonio la mano, mayormente en aquellos que tienen alguna inclinación o afición a ellas porque, al tiempo que ellos se comienzan a recoger, suele el demonio ofrecerles harta materia de digresiones, formándole al entendimiento los conceptos con diversas palabras por sugestión, y le va precipitando y engañando sutilísimamente con cosas verosímiles. Y esta es una de las maneras con las que se comunica con los que tienen hecho algún pacto con él, tácito o expreso, y también es cómo se comunica con algunos herejes, mayormente con algunos heresiarcas, dándoles información en su entendimiento con conceptos y razones muy sutiles, falsas y erróneas.

11. De lo dicho queda entendido que estas locuciones sucesivas pueden proceder en el entendimiento de tres causas, conviene a saber: del Espíritu Divino, que mueve y alumbra al entendimiento, y de la lumbre natural del mismo entendimiento, y del demonio, que le puede hablar por sugestión.
Y decir ahora las señales e indicios para conocer cuándo proceden de una causa y cuándo de otra, sería algo dificultoso dar de ello enteras muestras e indicios, aunque no obstante se pueden dar algunos generales, que son los siguientes:
Cuando en las palabras y conceptos juntamente el alma va amando y sintiendo amor con humildad y reverencia de Dios, es señal que anda por allí el Espíritu Santo, el cual, siempre que hace algunas gracias, las hace envueltas en esto.
Cuando procede de la viveza y lumbre solamente del entendimiento, el entendimiento es el que lo hace allí todo, sin aquella operación de virtudes, aunque la voluntad puede naturalmente amar en el conocimiento y luz de aquellas verdades, y después de pasada la meditación, queda la voluntad seca, aunque no inclinada a vanidad ni a mal si el demonio de nuevo sobre aquello no la tentase. Lo cual no acontece en las que fueron de buen espíritu, porque después la voluntad queda ordinariamente aficionada a Dios e inclinada a bien. No obstante puede ocurrir algunas veces que tras estas comunicaciones quede la voluntad seca, aunque la comunicación haya sido de buen espíritu, ordenándolo así Dios por algunas causas útiles para el alma. Otras veces incluso puede que el alma no sienta demasiado sobre las operaciones o movimientos de esas virtudes y de su intervención bondadosa, y sin embargo puede proceder de inspiraciones divinas lo que experimentó. Precisamente por eso decía que es dificultosa de conocer algunas veces la diferencia que hay de unas a otras, por los varios efectos que según la ocasión producen. Los que acabamos de describir son los más comunes, siendo a veces en más abundancia o en menos.
Aun las que son del demonio, a veces son dificultosas de entender y conocer, porque aunque es verdad que ordinariamente dejan la voluntad seca acerca del amor de Dios y el ánimo inclinado a vanidad, estimación o complacencia, todavía pone algunas veces en el ánimo una falsa humildad y afición hervorosa de voluntad fundada en amor propio, que a veces es menester que la persona sea harto espiritual para que lo entienda y se percate de ello. Y esto hace el demonio por mejor encubrirse, el cual sabe muy bien algunas veces hacer derramar lágrimas sobre los sentimientos que él pone, para ir incorporando en el alma las aficiones que él quiere y le conviene. Pero siempre les procura mover la voluntad a que estimen aquellas comunicaciones interiores, y que hagan mucho caso de ellas, para que así se den a ellas y ocupen el alma en lo que no es virtud, sino ocasión de perder la que hubiese.

12. Quedemos, pues, en esta necesaria cautela, así en las unas como en las otras, para no ser engañados ni aprisionados con ellas. Por lo tanto tengamos en cuenta el no hacer caudal de nada de ellas, sino sólo de saber enderezar la voluntad con fortaleza a Dios, obrando con perfección su ley y sus santos consejos, que es la sabiduría de los Santos, contentándonos de saber los misterios y verdades con la sencillez y verdad que nos lo propone la Iglesia. Que esto basta para inflamar mucho la voluntad, sin meternos en otras profundidades y curiosidades en que será inusual que falte el peligro. Porque a este propósito dice san Pablo (Rm. 12, 3): "No conviene saber más de lo que conviene saber". Y esto baste cuanto a esta materia que hemos tratado sobre las comunicaciones de palabras sucesivas.


17.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (94)



5. Y aparte de todo esto, las ganas que tienen de estas comunicaciones y la afición que a ellas tienen en el espíritu hace que ellos mismos se respondan y piensen que es Dios quien les responde y se lo dice. De donde vienen a dar en grandes desatinos si no tienen en esto mucho freno y el que gobierna estas almas no las impone mantenerse en la negación de estas maneras de discursos. Porque en comunicaciones de este tipo más tropiezos suelen sacar e impureza de alma que humildad y mortificación de espíritu, pensando que les ocurrió una gran cosa y que les habló Dios, y sin embargo no habrá sido poco más que nada, o nada, o menos que nada. Porque lo que no engendra humildad, y caridad, mortificación, santa simplicidad y silencio, etcetera, ¿qué puede ser? Digo, pues, que esto puede estorbar mucho para ir a la divina unión, porque aparta enormemente al alma, si hace caso de este tipo de experiencias, del abismo de la fe, en que el entendimiento ha de estar oscuro, y oscuro ha de ir por amor en fe y no a fuerza de razón.

6. Y si alguien adujere que "¿por qué se ha de privar el entendimiento de aquellas verdades, pues alumbra en ellas el Espíritu de Dios al entendimiento, y siendo así no puede ser malo?", se debe tener en cuenta que el Espíritu Santo alumbra al entendimiento recogido, y que le alumbra al modo de su recogimiento y que el entendimiento no puede hallar otro mayor recogimiento que en fe. Por ello, el Espíritu Santo no le dará iluminación en otra cosa más que en estado de fe, porque cuanto más pura y esmerada está el alma en fe, más tiene de caridad infusa de Dios; y cuanto más caridad tiene, tanto más la alumbra y comunica los dones el Espíritu Santo en ella, porque la caridad es la causa y el medio por donde se le comunican.
Y, aunque es verdad que en aquella ilustración de verdades comunica al alma el Espíritu Santo alguna luz, es sin embargo tan diferente la que proviene de la fe, sin entender claro y tal es su calidad, como lo es el oro más purificado del metal más bajo y ruin. Y en cuanto a la calidad de este tipo de ilustraciones en fe que provienen del Espíritu Santo, es tanta la diferencia con las otras como excede la mar a una gota de agua. Hay que prestar atención en que durante las comunicaciones por pensamientos y consideraciones se le comunica sabiduría de una, o dos, o tres verdades, etc., y en la otra donde se encuentra el recogimiento en fe se le comunica toda la Sabiduría de Dios generalmente, que es el Hijo de Dios, el cual que se comunica al alma en fe.

7. Y si aún alguien adujera que todo será bueno, que no impide lo uno a lo otro, le respondo que impide mucho si el alma hace caso de ello, porque ya es ocuparse en cosas patentes y de poco peso, que bastan para impedir la comunicación del abismo de la fe, en la cual sobrenatural y secretamente enseña Dios al alma y la levanta en virtudes y dones como ella no sabe.
Y el provecho que aquella comunicación sucesiva ha de hacer al alma no ha de ser poniendo el entendimiento a propósito en ese tipo de comunicaciones, porque antes iría de esta manera desviándola de sí, según aquello que dice la Sabiduría en los Cantares (6, 4) al alma, diciendo: "Aparta tus ojos de mí, porque esos me hacen volar", es a saber: volar lejos de ti y poner a la sabiduría más alta y lejos, sino que simple y sencillamente, sin poner el entendimiento en aquello que sobrenaturalmente se está comunicando, aplique la voluntad con amor a Dios, pues en amor se van aquellos bienes comunicando, y de esta manera antes se comunicará de forma más abundante que de la otra manera. Porque si en estas cosas que sobrenaturalmente y pasivamente se comunican se pone activamente la habilidad del natural entendimiento o de otras potencias tratando de apresarlas, no llegamos mediante nuestros modos y la rudeza de nuestra intención a lograrlas, y así por fuerza las acabamos modificando a nuestro modo y, por el consiguiente, las terminamos tergiversando y modificando. Por ello, de necesidad se va errando y formando las razones cosas suyas, y acaba por dejar de ser aquello sobrenatural, perdiendo su figura propia y divina, llegando a ser algo muy natural y harto erróneo y bajo.

8. Pero hay algunos entendimientos tan vivos y sutiles que, en estando recogidos en alguna consideración, naturalmente con gran facilidad, discurriendo en conceptos, algunas personas los van formando en las dichas palabras y razones muy vivas, y piensan, ni más ni menos, que son de Dios, y sin embargo no es sino el entendimiento que con la lumbre natural, estando algo libre de la operación de los sentidos, sin ninguna otra ayuda sobrenatural puede eso y más. Y de esto hay mucho, y así se engañan muchos pensando que es mucha oración y comunicación de Dios y, por eso, o lo escriben o hacen escribir. Y acontecerá que no será nada ni tenga sustancia de alguna virtud y que no sirva más que para envanecerse con esto, consiguiendo así el propósito contrario que esperaban.

9. Estos aprendan a no hacer caso sino en fundar la voluntad firmemente en humilde amor, y obrar de veras, y padecer imitando al Hijo de Dios en su vida y mortificaciones, que este es el camino para venir a todo bien espiritual, y no el mucho discurrir o los muchos discursos interiores.


14.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (91)



4. De donde, por cuanto no hay más artículos que revelar acerca de la sustancia de nuestra fe que los que ya están revelados a la Iglesia, no sólo no se ha de admitir lo que de nuevo se revelare al alma acerca de ella, sino que además le conviene, con el fin de tener cautela, el no ir admitiendo otras variedades envueltas entre las revelaciones que tuviere. Además, y con el fin de mantener la pureza del alma, que la conviene mantener en fe, aunque se le revelen de nuevo las ya reveladas no tiene que creerlas sin más porque se las revelasen de nuevo, sino porque ya están reveladas claramente a la Iglesia. Por todo ello, cerrando el entendimiento a cualquier novedad, sencillamente se arrime a la doctrina de la Iglesia y a su fe que, como dice san Pablo (Rm. 10, 17), entra por el oído, y no acomode el entendimiento ni dé crédito a estas cosas de fe reveladas de nuevo, aunque más conformes y verdaderas le parezcan, si no quiere ser engañado. Porque el demonio, para ir desviando e ingiriendo mentiras, primero ceba con verdades y cosas verosímiles y creíbles para asegurar y luego ir engañando, que es similar a la manera de la aguja del que cose el cuero, que primero entra la aguja afilada y tiesa y luego tras ella el hilo flojo, el cual no podría entrar si no le hiciera de guía y le abriese paso la aguja.

5. Y en todo esto hay que fijarse mucho porque, aunque fuese verdad que no hubiese peligro de dicho engaño, conviene notablemente al alma el no querer entender cosas claras acerca de la fe para conservar puro y entero el mérito de esa misma fe (sino, no sería fe propiamente dicha) y también para venir en esta noche del entendimiento -que es oscura- a la divina luz de la divina unión. E importa tanto esto de mantener los ojos cerrados a las profecías pasadas en cualquiera nueva revelación que, con haber el apóstol san Pedro visto incluso la gloria del Hijo de Dios de alguna manera en el monte Tabor, con todo, dijo en su canónica carta (2 Pe. 1, 19) estas palabras: "Aunque es verdad la visión que vimos de Cristo en el monte, más firme y cierta es la palabra de la profecía que nos es revelada, a la cual arrimando vuestra alma, hacéis bien".

6. Y si es cierto que por las causas ya dichas es conveniente cerrar los ojos a las ya mencionadas revelaciones que acontecen y tienen que ver acerca de las proposiciones de la fe, ¿cuánto más necesario será no admitir ni dar crédito a las demás revelaciones que son de cosas diferentes, en las cuales ordinariamente mete el demonio la mano tanto, que tengo por imposible que deje de ser engañado en muchas de ellas el que no procurase desecharlas, según la apariencia de verdad y asiento que el demonio mete en ellas? Porque junta tantas apariencias y conveniencias para que se crean, y las asienta tan fijamente en el sentido y la imaginación, que le parece a la persona que sin duda acontecerá así y que lo que supone entender será cierto. Y de tal manera hace asentar y aferrar en ello al alma, que si esa alma no tiene humildad a duras penas la sacarán de su error y la harán creer lo contrario. Por tanto, el alma pura, cauta, y sencilla y humilde, con tanta fuerza y cuidado ha de resistir y desechar las revelaciones y cualesquiera otras visiones, como si fueran tentaciones muy peligrosas, puesto que no hay necesidad de quererlas, sino precisamente de no quererlas para ir a la unión de amor. Que eso es lo que quiso decir Salomón (Ecli. 7, 1) cuando dijo: "¿Que necesidad tiene el hombre de querer y buscar las cosas que son sobre su capacidad natural?", que es como decir: "Ninguna necesidad tiene para ser perfecto el querer conocer cosas sobrenaturales por vía sobrenatural, lo cual supera su capacidad".

7. Y porque a las objeciones que contra esto se pudieran aducir está ya respondido en los capítulos 19 y 20 de este libro, remitiéndome a ellos sólo concluyo diciendo que de todas estas revelaciones y experiencias se guarde el alma para caminar pura y sin error en la noche de la fe a la divina unión.


10.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (87)



5. Estas comunicaciones divinas que son acerca de Dios nunca son de cosas particulares, por cuanto son acerca del Sumo Principio y, por eso, no se pueden transmitir en personal si no fuese en alguna manera alguna realidad de cosa menos que Dios, que juntamente se mostrase en ver allí; mas las comunicaciones divinas no, en ninguna manera, porque alcanzan elementos muy elevados. Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión, puesto que consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado. Y, aunque no se manifiesta tan claramente como en la gloria, es tan sublime y alto toque esta experiencia y su sabor que penetra la sustancia del alma, por lo que el demonio no se puede entrometer ni simular algo semejante, porque no existe cosa alguna que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque esas experiencias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan elevada.

6. Podría él, empero, hacer alguna apariencia similar, representando al alma algunas grandezas y henchimientos muy sensibles, procurando persuadir al alma que aquello es Dios, más de ninguna manera que podrían acceder a la sustancia del alma y renovándola y enamorándola súbitamente, como hacen las que proceden de Dios. Porque hay algunas experiencias y toques de este tipo que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, sino que además es capaz de dejarla llena de virtudes y bienes de Dios.

7. Y le son al alma tan sabrosos y tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular tortura ver que no padece mucho.

8. Y a estas altas experiencias no puede el alma llegar por alguna comparación ni imaginación suya, porque son sobre todo eso y así, sin la habilidad del alma las obra Dios en ella. De donde, a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y estos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino tambien al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acontecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio interiormente, en el mismo espíritu.

9. Otras veces surgen en alguna palabra que dicen u oyen decir, ahora de la sagrada Escritura, ahora de otra cosa. Mas no siempre son de una misma eficacia y sentimiento, porque muchas veces son experiencias enormemente discretas pero, por mucho que sean, vale más uno de estos recuerdos y toques de Dios al alma que otras muchas comunicaciones y consideraciones de las criaturas y obras de Dios. Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino hayarse humilde y resignadamente respecto a ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo el quisiese.

10. Y de este tipo de experiencias no digo que se tenga que actuar negándolas, como ocurre en las demás aprehensiones, porque ellas son parte de la unión, como hemos dicho, en que vamos encaminando al alma, por la cual la enseñamos a desnudarse y desasirse de todas las otras. Y el medio para que Dios lo haga es el de la humildad y el padecimiento por amor de Dios con resignación de toda retribución, porque estas gracias no se hacen al alma propietaria y cerrada, por cuanto son hechas con muy particular amor de Dios que tiene con la tal alma, y por tanto dicha alma también le tiene un amor a Dios totalmente incondicional. Esto es lo que quiso decir el Hijo de Dios por san Juan (14, 21), cuando dijo: "El que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a mí mismo a él". En lo cual se incluyen las experiencias y toques que vamos mencionando que manifiesta Dios al alma que se acerca a Él y que de veras le ama sin paliativos.

11. La segunda manera de experiencias o visiones de verdades interiores es muy diferente de esta que hemos explicado, porque es de cosas más bajas que Dios y en estas se encierra el conocimiento de la verdad de las cosas en sí y el de los hechos y casos que acontecen entre los hombres. Y es de tal manera este conocimiento que, cuando se le dan al alma a conocer estas verdades, de tal manera se le asientan en el interior sin que nadie la diga nada que, aunque la digan otra cosa, no puede dar a cambiar su parecer y mudar su interior a otras cuestiones, aunque se quiera hacer fuerza para hacerlo, porque está el espíritu conociendo otra cosa en el conocimiento que con su espíritu tiene presente, lo cual es como verlo mucho más claro y patente. Esto pertenece al espíritu de profecía y a la gracia que llama san Pablo (1 Cor. 12, 10) "don de discreción de espíritus". Y aunque el alma tiene aquello que entiende por tan cierto y verdadero como hemos dicho, y no puede dejar de tener aquel consentimiento interior pasivo, no por eso ha de dejar de creer y dar el consentimiento de la razón a lo que le dijere y mandare su maestro espiritual, aunque sea muy contrario a aquello que siente, para enderezar de esta manera el alma en fe a la divina unión, a la cual ha de caminar el alma más creyendo que entendiendo.


"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (87)



5. Estas comunicaciones divinas que son acerca de Dios nunca son de cosas particulares, por cuanto son acerca del Sumo Principio y, por eso, no se pueden transmitir en personal si no fuese en alguna manera alguna realidad de cosa menos que Dios, que juntamente se mostrase en ver allí; mas las comunicaciones divinas no, en ninguna manera, porque alcanzan elementos muy elevados. Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión, puesto que consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado. Y, aunque no se manifiesta tan claramente como en la gloria, es tan sublime y alto toque esta experiencia y su sabor que penetra la sustancia del alma, por lo que el demonio no se puede entrometer ni simular algo semejante, porque no existe cosa alguna que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque esas experiencias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan elevada.

6. Podría él, empero, hacer alguna apariencia similar, representando al alma algunas grandezas y henchimientos muy sensibles, procurando persuadir al alma que aquello es Dios, más de ninguna manera que podrían acceder a la sustancia del alma y renovándola y enamorándola súbitamente, como hacen las que proceden de Dios. Porque hay algunas experiencias y toques de este tipo que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, sino que además es capaz de dejarla llena de virtudes y bienes de Dios.

7. Y le son al alma tan sabrosos y tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular tortura ver que no padece mucho.

8. Y a estas altas experiencias no puede el alma llegar por alguna comparación ni imaginación suya, porque son sobre todo eso y así, sin la habilidad del alma las obra Dios en ella. De donde, a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y estos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino tambien al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acontecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio interiormente, en el mismo espíritu.

9. Otras veces surgen en alguna palabra que dicen u oyen decir, ahora de la sagrada Escritura, ahora de otra cosa. Mas no siempre son de una misma eficacia y sentimiento, porque muchas veces son experiencias enormemente discretas pero, por mucho que sean, vale más uno de estos recuerdos y toques de Dios al alma que otras muchas comunicaciones y consideraciones de las criaturas y obras de Dios. Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino hayarse humilde y resignadamente respecto a ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo el quisiese.

10. Y de este tipo de experiencias no digo que se tenga que actuar negándolas, como ocurre en las demás aprehensiones, porque ellas son parte de la unión, como hemos dicho, en que vamos encaminando al alma, por la cual la enseñamos a desnudarse y desasirse de todas las otras. Y el medio para que Dios lo haga es el de la humildad y el padecimiento por amor de Dios con resignación de toda retribución, porque estas gracias no se hacen al alma propietaria y cerrada, por cuanto son hechas con muy particular amor de Dios que tiene con la tal alma, y por tanto dicha alma también le tiene un amor a Dios totalmente incondicional. Esto es lo que quiso decir el Hijo de Dios por san Juan (14, 21), cuando dijo: "El que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a mí mismo a él". En lo cual se incluyen las experiencias y toques que vamos mencionando que manifiesta Dios al alma que se acerca a Él y que de veras le ama sin paliativos.

11. La segunda manera de experiencias o visiones de verdades interiores es muy diferente de esta que hemos explicado, porque es de cosas más bajas que Dios y en estas se encierra el conocimiento de la verdad de las cosas en sí y el de los hechos y casos que acontecen entre los hombres. Y es de tal manera este conocimiento que, cuando se le dan al alma a conocer estas verdades, de tal manera se le asientan en el interior sin que nadie la diga nada que, aunque la digan otra cosa, no puede dar a cambiar su parecer y mudar su interior a otras cuestiones, aunque se quiera hacer fuerza para hacerlo, porque está el espíritu conociendo otra cosa en el conocimiento que con su espíritu tiene presente, lo cual es como verlo mucho más claro y patente. Esto pertenece al espíritu de profecía y a la gracia que llama san Pablo (1 Cor. 12, 10) "don de discreción de espíritus". Y aunque el alma tiene aquello que entiende por tan cierto y verdadero como hemos dicho, y no puede dejar de tener aquel consentimiento interior pasivo, no por eso ha de dejar de creer y dar el consentimiento de la razón a lo que le dijere y mandare su maestro espiritual, aunque sea muy contrario a aquello que siente, para enderezar de esta manera el alma en fe a la divina unión, a la cual ha de caminar el alma más creyendo que entendiendo.


"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (87)



5. Estas comunicaciones divinas que son acerca de Dios nunca son de cosas particulares, por cuanto son acerca del Sumo Principio y, por eso, no se pueden transmitir en personal si no fuese en alguna manera alguna realidad de cosa menos que Dios, que juntamente se mostrase en ver allí; mas las comunicaciones divinas no, en ninguna manera, porque alcanzan elementos muy elevados. Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión, puesto que consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado. Y, aunque no se manifiesta tan claramente como en la gloria, es tan sublime y alto toque esta experiencia y su sabor que penetra la sustancia del alma, por lo que el demonio no se puede entrometer ni simular algo semejante, porque no existe cosa alguna que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque esas experiencias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan elevada.

6. Podría él, empero, hacer alguna apariencia similar, representando al alma algunas grandezas y henchimientos muy sensibles, procurando persuadir al alma que aquello es Dios, más de ninguna manera que podrían acceder a la sustancia del alma y renovándola y enamorándola súbitamente, como hacen las que proceden de Dios. Porque hay algunas experiencias y toques de este tipo que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, sino que además es capaz de dejarla llena de virtudes y bienes de Dios.

7. Y le son al alma tan sabrosos y tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular tortura ver que no padece mucho.

8. Y a estas altas experiencias no puede el alma llegar por alguna comparación ni imaginación suya, porque son sobre todo eso y así, sin la habilidad del alma las obra Dios en ella. De donde, a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y estos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino tambien al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acontecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio interiormente, en el mismo espíritu.

9. Otras veces surgen en alguna palabra que dicen u oyen decir, ahora de la sagrada Escritura, ahora de otra cosa. Mas no siempre son de una misma eficacia y sentimiento, porque muchas veces son experiencias enormemente discretas pero, por mucho que sean, vale más uno de estos recuerdos y toques de Dios al alma que otras muchas comunicaciones y consideraciones de las criaturas y obras de Dios. Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino hayarse humilde y resignadamente respecto a ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo el quisiese.

10. Y de este tipo de experiencias no digo que se tenga que actuar negándolas, como ocurre en las demás aprehensiones, porque ellas son parte de la unión, como hemos dicho, en que vamos encaminando al alma, por la cual la enseñamos a desnudarse y desasirse de todas las otras. Y el medio para que Dios lo haga es el de la humildad y el padecimiento por amor de Dios con resignación de toda retribución, porque estas gracias no se hacen al alma propietaria y cerrada, por cuanto son hechas con muy particular amor de Dios que tiene con la tal alma, y por tanto dicha alma también le tiene un amor a Dios totalmente incondicional. Esto es lo que quiso decir el Hijo de Dios por san Juan (14, 21), cuando dijo: "El que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a mí mismo a él". En lo cual se incluyen las experiencias y toques que vamos mencionando que manifiesta Dios al alma que se acerca a Él y que de veras le ama sin paliativos.

11. La segunda manera de experiencias o visiones de verdades interiores es muy diferente de esta que hemos explicado, porque es de cosas más bajas que Dios y en estas se encierra el conocimiento de la verdad de las cosas en sí y el de los hechos y casos que acontecen entre los hombres. Y es de tal manera este conocimiento que, cuando se le dan al alma a conocer estas verdades, de tal manera se le asientan en el interior sin que nadie la diga nada que, aunque la digan otra cosa, no puede dar a cambiar su parecer y mudar su interior a otras cuestiones, aunque se quiera hacer fuerza para hacerlo, porque está el espíritu conociendo otra cosa en el conocimiento que con su espíritu tiene presente, lo cual es como verlo mucho más claro y patente. Esto pertenece al espíritu de profecía y a la gracia que llama san Pablo (1 Cor. 12, 10) "don de discreción de espíritus". Y aunque el alma tiene aquello que entiende por tan cierto y verdadero como hemos dicho, y no puede dejar de tener aquel consentimiento interior pasivo, no por eso ha de dejar de creer y dar el consentimiento de la razón a lo que le dijere y mandare su maestro espiritual, aunque sea muy contrario a aquello que siente, para enderezar de esta manera el alma en fe a la divina unión, a la cual ha de caminar el alma más creyendo que entendiendo.


"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (87)



5. Estas comunicaciones divinas que son acerca de Dios nunca son de cosas particulares, por cuanto son acerca del Sumo Principio y, por eso, no se pueden transmitir en personal si no fuese en alguna manera alguna realidad de cosa menos que Dios, que juntamente se mostrase en ver allí; mas las comunicaciones divinas no, en ninguna manera, porque alcanzan elementos muy elevados. Y estas altas noticias no las puede tener sino el alma que llega a unión de Dios, porque ellas mismas son la misma unión, puesto que consiste el tenerlas en cierto toque que se hace del alma en la Divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado. Y, aunque no se manifiesta tan claramente como en la gloria, es tan sublime y alto toque esta experiencia y su sabor que penetra la sustancia del alma, por lo que el demonio no se puede entrometer ni simular algo semejante, porque no existe cosa alguna que se compare, ni infundir sabor ni deleite semejante. Porque esas experiencias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan elevada.

6. Podría él, empero, hacer alguna apariencia similar, representando al alma algunas grandezas y henchimientos muy sensibles, procurando persuadir al alma que aquello es Dios, más de ninguna manera que podrían acceder a la sustancia del alma y renovándola y enamorándola súbitamente, como hacen las que proceden de Dios. Porque hay algunas experiencias y toques de este tipo que hace Dios en la sustancia del alma que de tal manera la enriquecen, que no sólo basta una de ellas para quitar al alma de una vez todas las imperfecciones que ella no había podido quitar en toda la vida, sino que además es capaz de dejarla llena de virtudes y bienes de Dios.

7. Y le son al alma tan sabrosos y tan íntimo deleite estos toques, que con uno de ellos se daría por bien pagada de todos los trabajos que en su vida hubiese padecido, aunque fuesen innumerables, y queda tan animada y con tanto brío para padecer muchas cosas por Dios, que le es particular tortura ver que no padece mucho.

8. Y a estas altas experiencias no puede el alma llegar por alguna comparación ni imaginación suya, porque son sobre todo eso y así, sin la habilidad del alma las obra Dios en ella. De donde, a veces, cuando ella menos piensa y menos lo pretende suele Dios dar al alma estos divinos toques, en que le causa ciertos recuerdos de Dios. Y estos a veces se causan súbitamente en ella sólo en acordarse de algunas cosas, y a veces harto mínimas. Y son tan sensibles, que algunas veces no sólo al alma, sino tambien al cuerpo hacen estremecer. Pero otras veces acontecen en el espíritu muy sosegado sin estremecimiento alguno, con súbito sentimiento del deleite y refrigerio interiormente, en el mismo espíritu.

9. Otras veces surgen en alguna palabra que dicen u oyen decir, ahora de la sagrada Escritura, ahora de otra cosa. Mas no siempre son de una misma eficacia y sentimiento, porque muchas veces son experiencias enormemente discretas pero, por mucho que sean, vale más uno de estos recuerdos y toques de Dios al alma que otras muchas comunicaciones y consideraciones de las criaturas y obras de Dios. Y por cuanto estas noticias se dan al alma de repente y sin albedrío de ella, no tiene el alma que hacer en ellas en quererlas o no quererlas, sino hayarse humilde y resignadamente respecto a ellas, que Dios hará su obra cómo y cuándo el quisiese.

10. Y de este tipo de experiencias no digo que se tenga que actuar negándolas, como ocurre en las demás aprehensiones, porque ellas son parte de la unión, como hemos dicho, en que vamos encaminando al alma, por la cual la enseñamos a desnudarse y desasirse de todas las otras. Y el medio para que Dios lo haga es el de la humildad y el padecimiento por amor de Dios con resignación de toda retribución, porque estas gracias no se hacen al alma propietaria y cerrada, por cuanto son hechas con muy particular amor de Dios que tiene con la tal alma, y por tanto dicha alma también le tiene un amor a Dios totalmente incondicional. Esto es lo que quiso decir el Hijo de Dios por san Juan (14, 21), cuando dijo: "El que me ama, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a mí mismo a él". En lo cual se incluyen las experiencias y toques que vamos mencionando que manifiesta Dios al alma que se acerca a Él y que de veras le ama sin paliativos.

11. La segunda manera de experiencias o visiones de verdades interiores es muy diferente de esta que hemos explicado, porque es de cosas más bajas que Dios y en estas se encierra el conocimiento de la verdad de las cosas en sí y el de los hechos y casos que acontecen entre los hombres. Y es de tal manera este conocimiento que, cuando se le dan al alma a conocer estas verdades, de tal manera se le asientan en el interior sin que nadie la diga nada que, aunque la digan otra cosa, no puede dar a cambiar su parecer y mudar su interior a otras cuestiones, aunque se quiera hacer fuerza para hacerlo, porque está el espíritu conociendo otra cosa en el conocimiento que con su espíritu tiene presente, lo cual es como verlo mucho más claro y patente. Esto pertenece al espíritu de profecía y a la gracia que llama san Pablo (1 Cor. 12, 10) "don de discreción de espíritus". Y aunque el alma tiene aquello que entiende por tan cierto y verdadero como hemos dicho, y no puede dejar de tener aquel consentimiento interior pasivo, no por eso ha de dejar de creer y dar el consentimiento de la razón a lo que le dijere y mandare su maestro espiritual, aunque sea muy contrario a aquello que siente, para enderezar de esta manera el alma en fe a la divina unión, a la cual ha de caminar el alma más creyendo que entendiendo.


7.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (84)




6. El efecto que hacen en el alma estas visiones es quietud, iluminación y alegría a manera de gloria, suavidad, limpieza y amor, humildad e inclinación o elevación del espíritu en Dios, unas veces más, otras menos, unas más en un aspecto, otras en el otro, según el espíritu en que se reciben y Dios decida.

7. Puede también el demonio causar estas visiones en el alma mediante alguna luz natural, en que por sugestión espiritual aclara al espíritu las cosas, ahora sean presentes, ahora ausentes. Sobre este asunto recordemos el Evangelio de san Mateo (4, 8) donde dice que el demonio a Cristo le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de esos reinos; algunos doctores aseguran que el maligno lo hizo por sugestión espiritual, porque con los ojos corporales no era posible abarcar a ver tanto, ya que es imposible que se pudiera ver todos los reinos del mundo y su gloria en una única y sola visión corporal.
Pero de estas visiones que causa el demonio a las que son de parte de Dios hay mucha diferencia. Porque los efectos que estas hacen en el alma no son como los que hacen las buenas, antes hacen sequedad de espíritu acerca del trato con Dios e inclinación a estimarse, y a admitir y tener en algo las dichas visiones, y en ninguna manera causan inclinación a la humildad y amor de Dios. Ni las formas de estas se quedan impresas en el alma con aquella claridad suave que las otras, ni duran, antes se arrastran luego del alma, salvo si el alma las estima mucho que, entonces, la propia estimación hace que se acuerde de ellas de forma material e imaginativa, mas es muy secamente y sin hacer aquel efecto de amor y humildad que las buenas causan cuando se acuerda uno de ellas.

8. Estas visiones, por cuanto son de criaturas, con quien Dios ninguna proporción ni conveniencia esencial tiene, no pueden servir al entendimiento de medio cercano para la unión de Dios. Y así, conviene al alma mostrarse rotundamente negativa en ellas, como en las demás que hemos dicho, para ir hacia adelante por el medio más próximo, que es la fe. Por lo tanto de aquellas formas de las tales visiones que se quedan en el alma impresas no ha de hacer archivo ni acopio el alma, ni ha de querer arrimarse a ellas, porque sería estarse con aquellas formas, imágenes y personajes, que respecto de su interior reciben, aprisionada, y no iría por negación de todas las cosas a Dios. Y dado caso que aquellas formas siempre se representan en su interior, no la impedirán mucho si el alma no quisiere hacer caso de ellas. Porque aunque es verdad que la memoria de ellas incita al alma a algún amor de Dios y contemplación, mucho más incita y levanta la pura fe y desnudez en la oscuridad de todo eso, sin saber el alma cómo ni de dónde le viene.
Y así, acontecerá que ande el alma inflamada con ansias de amor de Dios muy puro, sin saber de dónde le vienen ni qué fundamento tuvieron esas ansias. Y fue que así como la fe se arraigó e infundió más en el alma mediante aquel vacío y tiniebla y desnudez de todas las cosas, pobreza espiritual (que todo lo podemos llamar una misma cosa), también juntamente con ella se arraiga e infunde más en el alma la caridad de Dios. De donde, cuanto más el alma se quiere oscurecer y aniquilar acerca de todas las cosas exteriores e interiores que puede recibir, tanto más se infunde de fe y por consiguiente, de amor y esperanza en esa fe, por cuanto estas tres virtudes teologales andan en uno. (Nota del corrector: fe, esperanza y caridad).

9. Pero este amor algunas veces no lo comprende la persona ni lo siente, porque no tiene este amor su asiento en el sentido con ternura, sino en el alma con fortaleza y más ánimo y osadía que antes, aunque algunas veces redunde en el sentido y se muestre tierno y apacible. Por lo tanto para llegar a ese amor, alegría y gozo que le hacen y causan las tales visiones al alma, le conviene que tenga fortaleza y mortificación y amor para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo ello, y fundar aquel amor y gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es Dios, el cual es incomprehensible y sobre todo conocimiento. Por eso nos conviene ir a Él por negación de todo, porque si no, dado caso que el alma se vuelve tan sagaz, humilde y fuerte, que el demonio no la pueda engañar en ellas ni hacerla caer en alguna presunción como lo suele hacer, no dejarán de todos modos ir al alma hacia adelante por cuanto pone obstáculo a la desnudez espiritual y pobreza de espíritu, y vacío en fe, que es lo que se requiere para la unión del alma con Dios.

10. Y, porque acerca de estas visiones sirve tambien la misma doctrina que en los capítulos 19 y 20 dimos para las visiones y aprehensiones sobrenaturales del sentido, no dedicaremos aquí más tiempo en abundar sobre ellas.


4.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (81)



15. De todo esto se desprende que muchas faltas y pecados castigará Dios en muchos el día del juicio, con los cuales habrá tenido acá muy ordinario trato y dado mucha luz y virtud porque, en lo demás que ellos sabían que debían hacer, se descuidaron, confiando solo en aquel trato y virtud que tenían con Dios. Y así, como dice Cristo en el Evangelio (Mt. 7, 22), se maravillarán ellos entonces, diciendo: "Señor, Señor, ¿por ventura las profecías que tú nos hablabas no las profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos los demonios, y en tu nombre no hicimos muchos milagros y virtudes?". Y dice el Señor que les responderá diciendo (Mt. 7, 23): "Apartaos de mí los obreros de maldad, porque nunca os conocí". De esta clase de personas era el profeta Balam y otros semejantes, a los cuales aunque hablaba Dios con ellos y les daba gracias, eran pecadores (Núm. 22­24). Pero en su tiempo reprenderá también el Señor a los escogidos y amigos suyos, con quien acá se comunicó familiarmente, en las faltas y descuidos que ellos hayan tenido; de dichas faltas y descuidos no era menester les advirtiese Dios por sí mismo, pues ya por la ley y razón natural que les había dado se lo advertía.

16. Concluyendo, pues, en esta parte, se puede recapitular que cualquier cosa que el alma reciba, de cualquier manera que sea, por vía sobrenatural, clara y rasa, entera y sencillamente, ha de comunicarla luego con el maestro espiritual. Porque, aunque parece que no había para qué dar cuenta ni para qué gastar en eso tiempo, pues con desecharlo y no hacer caso de ello ni quererlo, como hemos dicho, queda el alma segura (mayormente cuando son cosas de visiones o revelaciones u otras comunicaciones sobrenaturales, que o son claras o hay poco entre en que sean o no sean) todavía es muy necesario, aunque al alma le parezca que no hay por qué, el decirlo todo. Y esto por tres causas:
La primera porque, como hemos dicho, muchas cosas comunica Dios, cuyo efecto y fuerza y luz y seguridad no la confirma del todo en el alma hasta que, como aclaramos antes, se haya tratado con quien Dios tiene puesto por juez espiritual de aquel alma, que es el que tiene poder de atarla o desatarla y aprobar y reprobar en ella, según lo hemo probado por las autoridades arriba alegadas y lo probamos cada día por experiencia, viendo en las almas humildes por quien pasan estas cosas que, despues que las han tratado con quien deben, quedan con nueva satisfacción, fuerza y luz y seguridad. Tanto, que a algunas les parece que, hasta que lo traten, ni se les asienta, ni es suyo aquello, y como si una vez consultado al respecto se lo hayan transmitido de nuevo.

17. La segunda causa es porque ordinariamente tienen esas personas necesidad de doctrina sobre las cosas que les acontecen, para encaminarse por aquella vía a la desnudez y pobreza espiritual que es la noche oscura. Porque si esta doctrina les va faltando, dado que el alma no quiera ejercitarse en las tales cosas, sin percatarse se iría endureciendo en la vía espiritual y haciendose a la del sentido, acerca del cual, en parte, pasan las tales cosas de manera distinta y con un juicio diferente.

18. La tercera causa es porque para la humildad y sujeción y mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque de todo ello no haga caso ni lo tenga en nada. Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la persona con quien las han de tratar, lo cual es falta de humildad y, por el mismo caso, es menester sujetarse a decirlo. Y hay otras personas que sienten mucha vergüenza en decirlo, para que no se dé a entender que tienen ellas aquellas experiencias que parecen de santos, y otras cosas que en decirlo sienten y, por eso, como piensan que no tienen por qué decirlo, no hacen caso. Sin embargo es precisamente por eso que conviene que se mortifiquen y lo digan, hasta que estén humildes, llanas, mansas y prontas en decirlo, y después siempre lo dirán con facilidad.

19. Pero debemos de advertir acerca de lo dicho que no, porque hemos insistido tanto en que las tales experiencias se desechen y que no pongan los confesores a las almas en el lenguaje de ellas, tienen por qué los padres espirituales molestarse en que se lo comuniquen, ni de tal manera actuar que les hagan desvíos y desprecio en esas experiencias de forma que les den ocasión a que los devotos se encojan y no se atrevan a manifestarlas, que será ocasión entonces de acabar cayendo en muchos inconvenientes si les cerrasen la puerta para decirlas. Porque, pues como hemos explicado, es medio y modo por donde Dios lleva a las tales almas, no hay para qué estar a mal ni por qué espantarse ni escandalizarse de esa forma de actuar del Señor, sino antes con mucha benignidad y sosiego, ir animando al devoto y dándole facilidades para que lo diga y, si fuere menester, poniendole precepto porque, a veces, es grande la dificultad que algunas almas sienten en tratarlo, por lo que se ha de poner en juego todo lo que sea menester.
Encamínenlas en la fe, enseñándolas buenamente a desviar los ojos de todas aquellas cosas, y dándoles doctrina en cómo han de desnudar el apetito y espíritu de ellas para ir avanzando, y dándoles también a entender cómo es más preciosa delante de Dios una obra o acto de voluntad hecho en caridad, que cuantas visiones (y revelaciones) y comunicaciones puedan tener del cielo, pues estas ni son mérito ni demérito y cómo muchas almas, no teniendo experiencias de ese tipo, están sin embargo sin comparación mucho más adelante que otras que tienen muchas experiencias sobrenaturales.


21.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (68)



CAPÍTULO 18.
Se muestra el daño que algunos maestros espirituales pueden hacer a las almas por no llevarlas con buen estilo respecto a las mencionadas visiones. Además se advierte también cómo, aunque sean de Dios, se pueden en ellas engañar.


1. No podemos en esta materia de visiones ser tan breves como querríamos, por lo mucho que acerca de ellas hay que decir. Aunque en sustancia queda dicho lo que hace al caso para dar a entender al espiritual cómo se ha de comportar respecto de las mencionadas visiones, y al maestro que le gobierna el modo que ha de tener con el discípulo, no será demasiado abundar un poco más en esta doctrina y dar más luz del daño que se puede infringir, así a las almas espirituales como a los maestros que las gobiernan, si son muy crédulos a ellas, aunque estas experiencias sean de parte de Dios.

2. Y la razón que me ha movido a alargarme ahora en esto un de forma breve es la poca discreción que he observado sobre el particular en algunos maestros espirituales, a lo que yo entiendo, los cuales, asegurándose acerca de las dichas aprehensiones sobrenaturales, por entender que son buenas y de parte de Dios vinieron unos y otros a errar mucho y a hallarse muy limitados, cumpliendose en ellos la sentencia de Nuestro Salvador (Mt. 15, 14), que dice: "Si un ciego guiare a otro ciego, ambos caen en el hoyo". Y no dice que "caerán", sino que "caen", porque no es menester esperar que haya caída de error para que caigan, porque sólo el atreverse a gobernarse el uno por el otro ya es un error en sí, por ello ya sólo en eso caen cuanto a lo menos y de principio. Hay además algunos que llevan tal modo y estilo con las almas que tienen estas experiencias, que las hacen errar, o las enredan con ellas, o no las llevan por camino de humildad, sino que las dan mano a que pongan los ojos de alguna manera en lo que experimentan, que es causa de quedar sin verdadero espíritu de fe y con lo cual no las edifican en la fe, poniéndose a hacer mucho lenguaje de aquellas cosas. En lo cual las dan a sentir que hacen ellos alguna presa o caso de aquello y, por el consiguiente también se lo hacen ellas, quedándose sus almas puestas en aquellas aprehensiones, en lugar de quedarse como deberían, que es edificadas en fe y vacías, y desnudas y desasidas de aquellas cosas, para poder volar en altura dentro de la oscura fe. Y todo esto nace del término y lenguaje que el alma ve en su maestro acerca de esto, que sin saber cómo, facilísimamente se le pega un lleno y estimación de sus experiencias sin éstas ser en su mano ni por sus logros, y quitando los ojos del abismo de fe.

3. Y debe de ser la causa de esta facilidad de quedar el alma tan ocupada con ello que, como son cosas de sentido a que el mortal naturalmente es inclinado, y como también está ya saboreado y dispuesto con la aprehensión de aquellas cosas distintas y sensibles, basta ver en su confesor o en otra persona alguna estima y precio de ellas para que no solamente el alma haga esa misma estima con lo que siente, sino que también se le engolosine más el apetito en ellas sin notarlo, y se cebe más de ellas, y quede más inclinada a ellas, y haga en ellas alguna presa. Y de aquí surgen muchas imperfecciones, por lo menos porque el alma ya no queda tan humilde, pensando que aquello es algo y que tiene algo bueno, y que Dios hace caso de ella, y anda contenta y algo satisfecha de sí, lo cual es contra humildad. Y luego el demonio le va aumentando esto secretamente sin entenderlo ni percatarse ella, y le comienza a poner un concepto acerca de los otros, en si tienen o no tienen las tales experiencias, o son o no son, lo cual es contra la santa simplicidad y soledad espiritual.

4. Mas, de estos daños, y de cómo no crecen en fe estas almas si no se apartan de ellos, y cómo tambien, aunque no sean los daños tan palpables y reconocibles como estos, hay otros en el mismo término que son más sutiles y más odiosos a los divinos ojos por no ir en desnudez de todo, lo dejamos de momento hasta que lleguemos a tratar en el vicio de gula espiritual y de los otros seis donde, Dios mediante, se tratarán muchas cosas de este tipo, tan sutiles y delicadas mancillas que se pegan al espíritu por no saber guiarle en desnudez y abandono.


20.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (67)



5. De esta manera, pues, la va Dios instruyendo y haciendola espiritual, comenzándole a comunicar lo espiritual desde las cosas exteriores, palpables y acomodadas al sentido, según la pequeñez y poca capacidad del alma, para que mediante la corteza de aquellas cosas sensibles, que de suyo son buenas, vaya el espíritu haciendo actos particulares y recibiendo tantos bocados de comunicación espiritual que venga a hacer hábito en lo espiritual y llegue a la sustancia de espíritu, que es ajena de todo sentido al cual, como hemos dicho, no puede llegar el alma sino muy poco a poco, a su modo, por el mismo sentido al que siempre ha estado asida.
Y así, a la medida que va llegando más al espíritu acerca del trato con Dios, se va desnudando más y vaciando de las vías del sentido, que son las del discurrir y meditación imaginaria. De donde, cuando llegare perfectamente al trato con Dios de espíritu, necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de Dios podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así como cuanto más una cosa se va arrimando más a un extremo, más se va alejando y enajenando del otro, y cuando perfectamente se arrimare, perfectamente se habrá tambien apartado del otro extremo. Por lo cual comúnmente se dice este adagio espiritual: "Gustato spiritu, desipit omnis caro", que quiere decir: "Una vez recibido el gusto y sabor del espíritu, toda carne es insípida". Esto es: no aprovechan ni entran en gusto todas las vías de la carne, en lo cual se entiende respecto a todo trato de sentido acerca de lo espiritual. Y está claro, porque si es espíritu, ya no cae en sentido, y si es que puede asimilarlo el sentido, ya no es puro espíritu. Porque cuanto más de ello puede saber el sentido y aprehensión natural, tanto menos tiene de espíritu y de sobrenatural, como hemos dado a entender líneas arriba.

6. Por tanto, el espíritu ya perfecto no hace caso del sentido, ni recibe por él, ni principalmente se sirve ni ha menester servirse de él para con Dios, como hacía antes cuando no había crecido en espíritu. Y esto es lo que quiere decir aquella autoridad de san Pablo a los Corintios (1 Cor. 13, 11), diciendo: "Cuando era yo pequeñuelo, sabía como pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo; pero cuando fui hecho varón, abandoné las cosas que eran de pequeñuelo".
Ya hemos dado a entender cómo las cosas del sentido y el conocimiento que el espíritu puede sacar por ellas son ejercicio de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese siempre asir a ellas y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría de ser un niño pequeñuelo, y siempre hablaría de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios como pequeñuelo, y pensaría de Dios como pequeñuelo. Porque agarrándose a la corteza del sentido, que es en este caso lo pequeñuelo, nunca vendría a la sustancia del espíritu, que es el varón perfecto. Y así, no ha de querer el alma admitir las dichas revelaciones para ir creciendo, aunque Dios se las ofrezca, así como el niño ha menester dejar el pecho con el fin de que su paladar se dé a manjar más sustancial y fuerte.

7. Pues luego diréis: ¿será menester que el alma, cuando es pequeñuelo, las quiera tomar, y las deje cuando es mayor, así como el niño es menester que quiera tomar el pecho para sustentarse, hasta que sea mayor para poderlo dejar?
Respondo que, acerca de la meditación y discurso natural en que comienza el alma a buscar a Dios, es verdad que no ha de dejar el pecho del sentido para irse alimentando del mismo hasta que llegue a sazón y tiempo que pueda dejarle, que es cuando Dios pone al alma en trato más espiritual, que es la contemplación, de lo cual dimos ya doctrina en el capítulo 13 de este libro. Pero cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones sobrenaturales que pueden caer en el sentido sin el albedrío del hombre, digo que en cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado perfecto, ahora en menos perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de querer admitir, por dos cosas:
- La una porque Dios, como hemos dicho, hace en el alma su efecto sin que ella sea parte para impedirlo, aunque impida y pueda impedir la visión, lo cual acontece muchas veces. Y, por consiguiente, aquel efecto que había de causar en el alma mucho más se le comunica en sustancia, aunque no sea en aquella manera. Porque, como tambien dijimos, el alma no puede impedir los bienes que Dios le quiere comunicar, ni es parte para ello, si no es con alguna imperfección y propiedad. Y en renunciar a estas cosas con humildad y recelo ninguna imperfección ni propiedad hay.
- La segunda es por librarse del peligro y trabajo que hay en discernir las malas de las buenas, y conocer si es ángel de luz o de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en lo cual no hay provecho ninguno, sino gastar tiempo y enredar el alma con aquello y ponerse en ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir hacia adelante. Si esto ocurre acaba el alma por desviarse de lo importante, y no se pone el alma en lo que hace al caso, con lo cual es mejor desprenderse de menudencias de aprehensiones e inteligencias y opiniones particulares, según queda dicho de las visiones corporales y de las que se dirá más adelante.

8. Y téngase esto en cuenta: que si Nuestro Señor no hubiese de llevar el alma al modo de la misma alma, como aquí decimos, nunca le comunicaría la abundancia de su espíritu por esos arcaduces tan angostos de formas y figuras y particulares inteligencias, por medio de las cuales da el sustento al alma por migajas, en pequeñas gotas. Que por eso dijo David (Sal. 147, 17): "Envía su sabiduría a las almas como a bocados". Lo cual es harto de doler que, teniendo el alma capacidad infinita, la anden dando a comer por bocados del sentido, debido a su poco espíritu e inhabilidad sensual. Y por eso tambien a san Pablo le daba pena esta poca disposición y pequeñez para recibir el espíritu cuando, escribiendo a los de Corinto (1 Cor. 3, 1­2), dijo: "Yo, hermanos, como viniese a vosotros, no os pude hablar como a espirituales, sino como a carnales; porque no pudisteis recibirlo, ni tampoco ahora podéis". Esto es: Como a pequeñuelos en Cristo os di a beber leche y no a comer manjar sólido.

9. Falta, pues, ahora saber que el alma no ha de poner los ojos en aquella corteza de figuras y objetos que se le ponen frente a ella sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como son locuciones y palabras al oído y visiones de santos a los ojos, y resplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen proceder del espíritu, lo cual es más ordinario a los espirituales. Ni tampoco ha de poner atención en cualesquiera visiones del sentido interior, como son las imaginarias, antes debe renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún gusto sensible. Y así, se toma de estas cosas sólo lo que Dios pretende y quiere, que es el espíritu de devoción, puesto que no las da para otro fin principal, con lo cual se deja lo que Él dejaría de dar si se pudiesen recibir estas experiencias directamente en el espíritu sin ningún disfraz de ellas ni corteza (como hemos dicho, cual es el ejercicio y aprehensión del sentido material).


7.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (54)



5. Y, además de eso, como ve el alma que le suceden tales cosas y extraordinarias, muchas veces se le ingiere secretamente cierta opinión de sí de que ya es algo delante de Dios, lo cual es contrario a la humildad. Y también el demonio sabe incitar en el alma satisfacción sobre sí misma de manera oculta, y a veces harto manifiesta. Y, por eso, él pone muchas veces estos objetos en los sentidos, demostrando a la vista figuras de santos y resplandores hermosísimos, y palabras a los oídos harto disimuladas, y olores muy suaves, y dulzuras en la boca, y en el tacto deleite para que, engolosinándolos por allí, los induzca en muchos males.
Por tanto, siempre se han de desechar tales representaciones y sentimientos porque, dado caso que algunas sean de Dios, no por eso se hace a Dios agravio ni se deja de recibir el efecto y fruto que quiere Dios por ellas hacer al alma, aunque el alma las deseche y no las quiera.

6. La razón de esto es porque la visión corporal o sentimiento en alguno de los otros sentidos, así como también en otra cualquiera comunicación de las más interiores, si es de Dios, en ese mismo punto que parece o se siente hace su efecto en el espíritu, sin dar lugar a que el alma tenga tiempo de deliberación en quererlo o no quererlo. Porque, así como Dios da aquellas cosas sobrenaturalmente sin diligencia bastante y sin habilidad de ella, (así, sin la diligencia y si nuestra habilidad del alma), hace Dios el efecto que quiere con las tales cosas en el alma, porque es algo que se hace y obra pasivamente en el espíritu. Y así, no consiste en querer o no querer para que sea o deje de ser; es como si a uno echasen fuego estando desnudo, poco aprovecharía no querer quemarse, porque el fuego por fuerza había de hacer su efecto. Son así las visiones y representaciones buenas que, aunque el alma no quiera, hacen su efecto en ella primera y principalmente que en el cuerpo.
Tambien las que son de parte del demonio, sin que el alma las quiera, causan en ella alboroto o sequedad, o vanidad o presunción en el espíritu. Aunque estas no son de tanta eficacia en el alma como las de Dios en el bien, porque las del demonio sólo pueden poner primeros movimientos en la voluntad y no moverla a más si ella no quiere, y alguna inquietud que no dura mucho siempre y cuando el poco ánimo y recato del alma no dé causa de que dure. Mas las que son de Dios penetran el alma, y mueven la voluntad a amar, y dejan su efecto, al cual no puede el alma resistir aunque quiera, lo mismo que la vidriera no puede impedir el paso del rayo de sol cuando da en ella.

7. Por tanto, el alma nunca se ha de atrever a quererlas admitir aunque, como digo, sean de Dios, porque si las quiere admitir o apropiárselas hay seis inconvenientes:
- El primero, que se le va disminuyendo la fe, porque mucho derogan a la fe las cosas que se experimentan con los sentidos. Y es que la fe, como ya explicamos, es sobre todo sentido. Y así se aparta uno del medio de la unión de Dios, puesto que no cerramos los ojos del alma a todas esas cosas de sentido.
- Lo segundo, que son impedimento para el espíritu si no se niegan, porque se detiene en ellas el alma y no vuela el espíritu a lo invisible. De donde una de las causas por donde dijo el Señor (Jn. 16, 7) a sus discípulos que les convenía que Él se fuese para que viniese el Espíritu Santo, era esta. Así como tampoco dejó a María Magdalena (Jn. 20, 17) que llegase a sus pies después de resucitado, para que así se fundase en fe y no en la materia.
- Lo tercero es que va el alma teniendo propiedad en las tales cosas y no camina a la verdadera resignación y desnudez de espíritu.
- Lo cuarto, que va perdiendo el efecto de ellas y el fruto que causan en lo interior, porque pone los ojos en lo sensual de ellas, que es lo menos principal. Y así no recibe tan copiosamente el espíritu que causan, el cual se imprime y conserva más y mejor negando todo lo sensible, que en las experiencias que son muy diferentes del puro espíritu.
- Lo quinto, que va perdiendo las gracias de Dios, porque las va tomando con deseo de apropiarse de ellas y no se aprovecha bien de sus efectos. Y tomándolas con propiedad y no aprovechándose de ellas, es querer reservárselas, sin embargo no se las da Dios para que el alma las quiera tomar, por lo que nunca se ha de determinar el alma a creer que son de Dios, simplemente es mejor dejar que pasen y que ellas solas provoquen sus efectos.
- Lo sexto es que en quererlas admitir abre puerta al demonio para que le engañe en otras semejantes, las cuales sabe él muy bien disimular y disfrazar, de manera que se parezcan a las buenas. Y es que éste ser maligno puede, como dice el Apóstol (2 Cor. 11, 14) transfigurarse en ángel de luz. De lo cual trataremos más adelante, con el favor divino, en el libro tercero, en el capítulo sobre la guía espiritual.

8. Por tanto, siempre conviene al alma desecharlas a ojos cerrados, sean de quienes fuesen. Porque si no lo hiciese, tanto lugar daría a las del demonio, y al demonio tanta mano, que no sólo a vueltas de las unas recibiría las otras, mas de tal manera irían multiplicándose las del demonio y cesando las de Dios, y al final todo se vendría a quedar en demonio y nada de Dios, como ha acaecido a muchas almas incautas y de poco saber, las cuales de tal manera se aseguraron en recibir estas cosas, que muchas de ellas luego tuvieron que esforzarse mucho para poder volver a Dios en la pureza de la fe, e incluso muchas no pudieron ya volver, habiendo ya el demonio echado en ellas muchas raíces. Por eso es bueno cerrarse en ellas y negarlas todas, porque en las malas se quitan los errores del demonio, y en las buenas el impedimento de la fe, y de esa manera coge el espíritu el fruto de ellas y nos evitamos a la vez los errores. Y así como cuando el alma las aprisiona las va Dios quitando, porque en ellas tienen propiedad no aprovechándose ordenadamente de ellas, entonces va el demonio ingiriendo y aumentando las suyas, porque halla lugar y causa para ellas. Sin embargo, cuando el alma está resignada y contraria a ellas, el demonio va cesando puesto que ve que no hace daño, y Dios, por el contrario, va aumentando y aventajando las gracias en aquella alma humilde y desapropiada, haciéndola avanzar sobre lo mucho, como al siervo que fue fiel en lo poco (Mt. 25, 21).


1.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (48)



11. En cuanto a lo segundo, cierto está que en el momento de la muerte quedó tambien aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad, según la parte inferior, por lo cual angustiosamente se vio necesitado a clamar diciendo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por que me has desamparado?" (Mt. 27, 46). Éste fue el mayor desamparo sensitivamente hablando que había tenido en su vida. Y así, en este acto hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al genero humano por gracia con Dios. Y esto fue, como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo mas aniquilado en todo, conviene a saber: acerca de la reputación de los hombres porque, como lo veían morir, antes hacían burla de Él que le estimaban en algo; y acerca de la naturaleza, pues en ella se aniquilaba muriendo; y acerca del amparo y consuelo espiritual del Padre, pues en aquel tiempo le desamparó con el fin de que completamente pagase la deuda y uniese al hombre con Dios, quedando así aniquilado y convertido como en nada. De donde David (Sal. 72, 22) dice de Él: "Ad nihilum redactus sum, et nescivi" ("Fui reducido a la nada y sin conocimiento"). Para que entienda el buen espiritual el misterio de la puerta y del camino de Cristo para unirse con Dios, y sepa que cuanto más se aniquilare por Dios, según estas dos partes, sensitiva y espiritual, tanto más se une a Dios y tanto mayor obra hace. Y cuando viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad, quedará hecha la unión espiritual entre el alma y Dios, que es el mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar. No consiste, pues, en recreaciones, gustos, y sentimientos espirituales, sino en una viva muerte de cruz sensitiva y espiritual, esto es, interior y exterior.

12. No me quiero alargar más en esto, aunque no quisiera acabar de hablar sobre ello, porque veo que es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos. Pues los vemos andar buscando en Él sus gustos y consolaciones, amándose mucho a sí, mas no sus amarguras, angustia y muerte, amándole con ello mucho a Él. De estos hablo, que se tienen por sus amigos, y no de aquellos otros que viven allá a lo lejos, apartados de Él, los grandes letrados y personas poderosas, y otros cualesquiera que viven allá con el mundo en el cuidado de sus pretensiones y mayorías (que podemos decir que no conocen a Cristo, cuyo fin, por bueno que sea, harto amargo será), no hace de ellos mención estas letras. Pero sí que lo verán en el día del juicio, porque a ellos les convenía primero hablar y buscar estas palabras de Dios, pues son personas que Dios puso con más jerarquía, son más letrados y se encuentran en más alto estado (cf. Act. 13, 46).

13. Pero hablemos ahora hacia el espiritual con entendimiento, y particularmente de aquel a quien Dios ha hecho merced de poner en el estado de contemplación porque, como he dicho, ahora voy especialmente refiriéndome a ellos, y digamos cómo se han de enderezar a Dios en fe y purgarse de las cosas contrarias, achicándose para entrar por esta senda angosta de oscura contemplación.