15. De todo esto se desprende que muchas faltas y pecados castigará Dios en muchos el día del juicio, con los cuales habrá tenido acá muy ordinario trato y dado mucha luz y virtud porque, en lo demás que ellos sabían que debían hacer, se descuidaron, confiando solo en aquel trato y virtud que tenían con Dios. Y así, como dice Cristo en el Evangelio (Mt. 7, 22), se maravillarán ellos entonces, diciendo: "Señor, Señor, ¿por ventura las profecías que tú nos hablabas no las profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos los demonios, y en tu nombre no hicimos muchos milagros y virtudes?". Y dice el Señor que les responderá diciendo (Mt. 7, 23): "Apartaos de mí los obreros de maldad, porque nunca os conocí". De esta clase de personas era el profeta Balam y otros semejantes, a los cuales aunque hablaba Dios con ellos y les daba gracias, eran pecadores (Núm. 2224). Pero en su tiempo reprenderá también el Señor a los escogidos y amigos suyos, con quien acá se comunicó familiarmente, en las faltas y descuidos que ellos hayan tenido; de dichas faltas y descuidos no era menester les advirtiese Dios por sí mismo, pues ya por la ley y razón natural que les había dado se lo advertía.
16. Concluyendo, pues, en esta parte, se puede recapitular que cualquier cosa que el alma reciba, de cualquier manera que sea, por vía sobrenatural, clara y rasa, entera y sencillamente, ha de comunicarla luego con el maestro espiritual. Porque, aunque parece que no había para qué dar cuenta ni para qué gastar en eso tiempo, pues con desecharlo y no hacer caso de ello ni quererlo, como hemos dicho, queda el alma segura (mayormente cuando son cosas de visiones o revelaciones u otras comunicaciones sobrenaturales, que o son claras o hay poco entre en que sean o no sean) todavía es muy necesario, aunque al alma le parezca que no hay por qué, el decirlo todo. Y esto por tres causas:
La primera porque, como hemos dicho, muchas cosas comunica Dios, cuyo efecto y fuerza y luz y seguridad no la confirma del todo en el alma hasta que, como aclaramos antes, se haya tratado con quien Dios tiene puesto por juez espiritual de aquel alma, que es el que tiene poder de atarla o desatarla y aprobar y reprobar en ella, según lo hemo probado por las autoridades arriba alegadas y lo probamos cada día por experiencia, viendo en las almas humildes por quien pasan estas cosas que, despues que las han tratado con quien deben, quedan con nueva satisfacción, fuerza y luz y seguridad. Tanto, que a algunas les parece que, hasta que lo traten, ni se les asienta, ni es suyo aquello, y como si una vez consultado al respecto se lo hayan transmitido de nuevo.
17. La segunda causa es porque ordinariamente tienen esas personas necesidad de doctrina sobre las cosas que les acontecen, para encaminarse por aquella vía a la desnudez y pobreza espiritual que es la noche oscura. Porque si esta doctrina les va faltando, dado que el alma no quiera ejercitarse en las tales cosas, sin percatarse se iría endureciendo en la vía espiritual y haciendose a la del sentido, acerca del cual, en parte, pasan las tales cosas de manera distinta y con un juicio diferente.
18. La tercera causa es porque para la humildad y sujeción y mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque de todo ello no haga caso ni lo tenga en nada. Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la persona con quien las han de tratar, lo cual es falta de humildad y, por el mismo caso, es menester sujetarse a decirlo. Y hay otras personas que sienten mucha vergüenza en decirlo, para que no se dé a entender que tienen ellas aquellas experiencias que parecen de santos, y otras cosas que en decirlo sienten y, por eso, como piensan que no tienen por qué decirlo, no hacen caso. Sin embargo es precisamente por eso que conviene que se mortifiquen y lo digan, hasta que estén humildes, llanas, mansas y prontas en decirlo, y después siempre lo dirán con facilidad.
19. Pero debemos de advertir acerca de lo dicho que no, porque hemos insistido tanto en que las tales experiencias se desechen y que no pongan los confesores a las almas en el lenguaje de ellas, tienen por qué los padres espirituales molestarse en que se lo comuniquen, ni de tal manera actuar que les hagan desvíos y desprecio en esas experiencias de forma que les den ocasión a que los devotos se encojan y no se atrevan a manifestarlas, que será ocasión entonces de acabar cayendo en muchos inconvenientes si les cerrasen la puerta para decirlas. Porque, pues como hemos explicado, es medio y modo por donde Dios lleva a las tales almas, no hay para qué estar a mal ni por qué espantarse ni escandalizarse de esa forma de actuar del Señor, sino antes con mucha benignidad y sosiego, ir animando al devoto y dándole facilidades para que lo diga y, si fuere menester, poniendole precepto porque, a veces, es grande la dificultad que algunas almas sienten en tratarlo, por lo que se ha de poner en juego todo lo que sea menester.
Encamínenlas en la fe, enseñándolas buenamente a desviar los ojos de todas aquellas cosas, y dándoles doctrina en cómo han de desnudar el apetito y espíritu de ellas para ir avanzando, y dándoles también a entender cómo es más preciosa delante de Dios una obra o acto de voluntad hecho en caridad, que cuantas visiones (y revelaciones) y comunicaciones puedan tener del cielo, pues estas ni son mérito ni demérito y cómo muchas almas, no teniendo experiencias de ese tipo, están sin embargo sin comparación mucho más adelante que otras que tienen muchas experiencias sobrenaturales.
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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