Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

20.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (67)



5. De esta manera, pues, la va Dios instruyendo y haciendola espiritual, comenzándole a comunicar lo espiritual desde las cosas exteriores, palpables y acomodadas al sentido, según la pequeñez y poca capacidad del alma, para que mediante la corteza de aquellas cosas sensibles, que de suyo son buenas, vaya el espíritu haciendo actos particulares y recibiendo tantos bocados de comunicación espiritual que venga a hacer hábito en lo espiritual y llegue a la sustancia de espíritu, que es ajena de todo sentido al cual, como hemos dicho, no puede llegar el alma sino muy poco a poco, a su modo, por el mismo sentido al que siempre ha estado asida.
Y así, a la medida que va llegando más al espíritu acerca del trato con Dios, se va desnudando más y vaciando de las vías del sentido, que son las del discurrir y meditación imaginaria. De donde, cuando llegare perfectamente al trato con Dios de espíritu, necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de Dios podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así como cuanto más una cosa se va arrimando más a un extremo, más se va alejando y enajenando del otro, y cuando perfectamente se arrimare, perfectamente se habrá tambien apartado del otro extremo. Por lo cual comúnmente se dice este adagio espiritual: "Gustato spiritu, desipit omnis caro", que quiere decir: "Una vez recibido el gusto y sabor del espíritu, toda carne es insípida". Esto es: no aprovechan ni entran en gusto todas las vías de la carne, en lo cual se entiende respecto a todo trato de sentido acerca de lo espiritual. Y está claro, porque si es espíritu, ya no cae en sentido, y si es que puede asimilarlo el sentido, ya no es puro espíritu. Porque cuanto más de ello puede saber el sentido y aprehensión natural, tanto menos tiene de espíritu y de sobrenatural, como hemos dado a entender líneas arriba.

6. Por tanto, el espíritu ya perfecto no hace caso del sentido, ni recibe por él, ni principalmente se sirve ni ha menester servirse de él para con Dios, como hacía antes cuando no había crecido en espíritu. Y esto es lo que quiere decir aquella autoridad de san Pablo a los Corintios (1 Cor. 13, 11), diciendo: "Cuando era yo pequeñuelo, sabía como pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo; pero cuando fui hecho varón, abandoné las cosas que eran de pequeñuelo".
Ya hemos dado a entender cómo las cosas del sentido y el conocimiento que el espíritu puede sacar por ellas son ejercicio de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese siempre asir a ellas y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría de ser un niño pequeñuelo, y siempre hablaría de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios como pequeñuelo, y pensaría de Dios como pequeñuelo. Porque agarrándose a la corteza del sentido, que es en este caso lo pequeñuelo, nunca vendría a la sustancia del espíritu, que es el varón perfecto. Y así, no ha de querer el alma admitir las dichas revelaciones para ir creciendo, aunque Dios se las ofrezca, así como el niño ha menester dejar el pecho con el fin de que su paladar se dé a manjar más sustancial y fuerte.

7. Pues luego diréis: ¿será menester que el alma, cuando es pequeñuelo, las quiera tomar, y las deje cuando es mayor, así como el niño es menester que quiera tomar el pecho para sustentarse, hasta que sea mayor para poderlo dejar?
Respondo que, acerca de la meditación y discurso natural en que comienza el alma a buscar a Dios, es verdad que no ha de dejar el pecho del sentido para irse alimentando del mismo hasta que llegue a sazón y tiempo que pueda dejarle, que es cuando Dios pone al alma en trato más espiritual, que es la contemplación, de lo cual dimos ya doctrina en el capítulo 13 de este libro. Pero cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones sobrenaturales que pueden caer en el sentido sin el albedrío del hombre, digo que en cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado perfecto, ahora en menos perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de querer admitir, por dos cosas:
- La una porque Dios, como hemos dicho, hace en el alma su efecto sin que ella sea parte para impedirlo, aunque impida y pueda impedir la visión, lo cual acontece muchas veces. Y, por consiguiente, aquel efecto que había de causar en el alma mucho más se le comunica en sustancia, aunque no sea en aquella manera. Porque, como tambien dijimos, el alma no puede impedir los bienes que Dios le quiere comunicar, ni es parte para ello, si no es con alguna imperfección y propiedad. Y en renunciar a estas cosas con humildad y recelo ninguna imperfección ni propiedad hay.
- La segunda es por librarse del peligro y trabajo que hay en discernir las malas de las buenas, y conocer si es ángel de luz o de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en lo cual no hay provecho ninguno, sino gastar tiempo y enredar el alma con aquello y ponerse en ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir hacia adelante. Si esto ocurre acaba el alma por desviarse de lo importante, y no se pone el alma en lo que hace al caso, con lo cual es mejor desprenderse de menudencias de aprehensiones e inteligencias y opiniones particulares, según queda dicho de las visiones corporales y de las que se dirá más adelante.

8. Y téngase esto en cuenta: que si Nuestro Señor no hubiese de llevar el alma al modo de la misma alma, como aquí decimos, nunca le comunicaría la abundancia de su espíritu por esos arcaduces tan angostos de formas y figuras y particulares inteligencias, por medio de las cuales da el sustento al alma por migajas, en pequeñas gotas. Que por eso dijo David (Sal. 147, 17): "Envía su sabiduría a las almas como a bocados". Lo cual es harto de doler que, teniendo el alma capacidad infinita, la anden dando a comer por bocados del sentido, debido a su poco espíritu e inhabilidad sensual. Y por eso tambien a san Pablo le daba pena esta poca disposición y pequeñez para recibir el espíritu cuando, escribiendo a los de Corinto (1 Cor. 3, 1­2), dijo: "Yo, hermanos, como viniese a vosotros, no os pude hablar como a espirituales, sino como a carnales; porque no pudisteis recibirlo, ni tampoco ahora podéis". Esto es: Como a pequeñuelos en Cristo os di a beber leche y no a comer manjar sólido.

9. Falta, pues, ahora saber que el alma no ha de poner los ojos en aquella corteza de figuras y objetos que se le ponen frente a ella sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como son locuciones y palabras al oído y visiones de santos a los ojos, y resplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen proceder del espíritu, lo cual es más ordinario a los espirituales. Ni tampoco ha de poner atención en cualesquiera visiones del sentido interior, como son las imaginarias, antes debe renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel buen espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún gusto sensible. Y así, se toma de estas cosas sólo lo que Dios pretende y quiere, que es el espíritu de devoción, puesto que no las da para otro fin principal, con lo cual se deja lo que Él dejaría de dar si se pudiesen recibir estas experiencias directamente en el espíritu sin ningún disfraz de ellas ni corteza (como hemos dicho, cual es el ejercicio y aprehensión del sentido material).







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