CAPÍTULO 31.
Se explican aspectos sobre las palabras sustanciales que interiormente se hacen al espíritu, mencionando la diferencia que hay de ellas a las formales, el provecho que hay en aquellas, y la resignación y disposición que el alma debe tener en ellas.
1. El tercer género de palabras interiores decíamos que eran "palabras sustanciales" las cuales, aunque también son formales, por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren empero en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial en el alma, y la solamente formal no opera así. De manera que, aunque es verdad que toda palabra sustancial es formal, no por eso toda palabra formal es sustancial, sino solamente aquella que, como decíamos en párrafos anteriores, imprime sustancialmente en el alma aquello que ella significa. Tal como si nuestro Señor dijese formalmente al alma: "Sé buena", luego sustancialmente sería buena; o si la dijese: "Ámame", luego tendría y sentiría en sí sustancia de amor de Dios. O también si, temiendo mucho, la dijese: "No temas", luego sentiría gran fortaleza y tranquilidad. Porque el dicho de Dios y su palabra, como dice el Sabio (Ecli. 8, 4), está llena de potestad, y así hace sustancialmente en el alma aquello que le dice. Porque esto es lo que quiso decir David (Sal. 67, 34) cuando dijo: "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud". Y así lo hizo con Abraham que, en cuanto le dijo: "Anda en mi presencia y sé perfecto" (Gn. 17, 1), luego fue perfecto y anduvo siempre acatando a Dios. Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que sanaba los enfermos, resucitaba a los muertos, etc., solamente con decirlo. Y en este mismo sentido hace locuciones a algunas almas, con forma sustancial. Y son de tanto valor y precio, que le son al alma vida y virtud y una gracia incomparable, porque la hace más bien una palabra de estas que cuanto el alma ha hecho toda su vida.
2. Acerca de estas comunicaciones, ni tiene el alma que hacer, ni qué querer, ni qué no querer, ni qué desechar, ni qué temer.
No tiene que hacer esforzándose en obrar lo que ellas dicen, porque estas palabras sustanciales no se las dice Dios para que ella las ponga por obra, sino para obrarlas en ella, lo cual es diferente respecto a las formales y sucesivas.
Y digo que no tiene que querer ni no querer, porque ni es menester su querer para que Dios las obre, ni bastan con no querer para que dejen de hacer el dicho efecto, sino simplemente el alma debe hallarse con resignación y humildad en ellas.
No tiene que obligarse a desecharlas, porque el efecto de ellas queda sustanciado en el alma y lleno del bien de Dios, por lo cual, como se reciben pasivamente, la acción nuestra es menos necesaria que en otras.
Ni tiene que temer algún engaño, porque ni el entendimiento ni el demonio pueden entrometerse en esto ni llegar a hacer pasivamente efecto sustancial en el alma, de manera que la imprima el efecto y hábitos de su palabra; a no ser que el alma estuviese dada al engaño por pacto voluntario y, morando en ella como señor de ella ese engaño, le imprimiese los tales efectos, no de bien, sino de malicia. Y en este caso, por cuanto aquella alma estaba ya unida en nequicia (es decir, perversidad) voluntaria, podría fácilmente el demonio imprimirle los efectos de los dichos y palabras en malicia. Porque también por experiencia vemos que aún a las almas buenas en muchas cosas les hace harta fuerza por sugestión, poniéndoles gran eficacia en resistirlas que, si fuesen malas, las podría inculcar en tal malicia. Mas estos últimos efectos perversos mencionados a las almas de los justos y buenos no se los puede imprimir, porque no hay comparación de palabras cuando provienen de Dios. Todo el resto de palabras son como si no fuesen, si se les pone frente a las palabras divinas auténticas, ni tampoco su efecto es en nada comparable de unas con las otras. Precisamente por eso dice Dios por Jeremías (23, 2829): "¿Qué tienen que ver las pajas con el trigo? ¿Por ventura mis palabras no son como fuego y como martillo que quebranta las peñas?". Y de esta forma, estas palabras sustanciales sirven mucho para la unión del alma con Dios, y cuanto más interiores, más sustanciales son y más aprovechan. ¡Dichosa el alma a quien Dios se las hablare! "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sm. 3, 10).
| Preparación: Oratorio Carmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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