11. En cuanto a lo segundo, cierto está que en el momento de la muerte quedó tambien aniquilado en el alma sin consuelo y alivio alguno, dejándole el Padre así en íntima sequedad, según la parte inferior, por lo cual angustiosamente se vio necesitado a clamar diciendo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por que me has desamparado?" (Mt. 27, 46). Éste fue el mayor desamparo sensitivamente hablando que había tenido en su vida. Y así, en este acto hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho, ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al genero humano por gracia con Dios. Y esto fue, como digo, al tiempo y punto que este Señor estuvo mas aniquilado en todo, conviene a saber: acerca de la reputación de los hombres porque, como lo veían morir, antes hacían burla de Él que le estimaban en algo; y acerca de la naturaleza, pues en ella se aniquilaba muriendo; y acerca del amparo y consuelo espiritual del Padre, pues en aquel tiempo le desamparó con el fin de que completamente pagase la deuda y uniese al hombre con Dios, quedando así aniquilado y convertido como en nada. De donde David (Sal. 72, 22) dice de Él: "Ad nihilum redactus sum, et nescivi" ("Fui reducido a la nada y sin conocimiento"). Para que entienda el buen espiritual el misterio de la puerta y del camino de Cristo para unirse con Dios, y sepa que cuanto más se aniquilare por Dios, según estas dos partes, sensitiva y espiritual, tanto más se une a Dios y tanto mayor obra hace. Y cuando viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad, quedará hecha la unión espiritual entre el alma y Dios, que es el mayor y más alto estado a que en esta vida se puede llegar. No consiste, pues, en recreaciones, gustos, y sentimientos espirituales, sino en una viva muerte de cruz sensitiva y espiritual, esto es, interior y exterior.
12. No me quiero alargar más en esto, aunque no quisiera acabar de hablar sobre ello, porque veo que es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos. Pues los vemos andar buscando en Él sus gustos y consolaciones, amándose mucho a sí, mas no sus amarguras, angustia y muerte, amándole con ello mucho a Él. De estos hablo, que se tienen por sus amigos, y no de aquellos otros que viven allá a lo lejos, apartados de Él, los grandes letrados y personas poderosas, y otros cualesquiera que viven allá con el mundo en el cuidado de sus pretensiones y mayorías (que podemos decir que no conocen a Cristo, cuyo fin, por bueno que sea, harto amargo será), no hace de ellos mención estas letras. Pero sí que lo verán en el día del juicio, porque a ellos les convenía primero hablar y buscar estas palabras de Dios, pues son personas que Dios puso con más jerarquía, son más letrados y se encuentran en más alto estado (cf. Act. 13, 46).
13. Pero hablemos ahora hacia el espiritual con entendimiento, y particularmente de aquel a quien Dios ha hecho merced de poner en el estado de contemplación porque, como he dicho, ahora voy especialmente refiriéndome a ellos, y digamos cómo se han de enderezar a Dios en fe y purgarse de las cosas contrarias, achicándose para entrar por esta senda angosta de oscura contemplación.
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