Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

7.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (54)



5. Y, además de eso, como ve el alma que le suceden tales cosas y extraordinarias, muchas veces se le ingiere secretamente cierta opinión de sí de que ya es algo delante de Dios, lo cual es contrario a la humildad. Y también el demonio sabe incitar en el alma satisfacción sobre sí misma de manera oculta, y a veces harto manifiesta. Y, por eso, él pone muchas veces estos objetos en los sentidos, demostrando a la vista figuras de santos y resplandores hermosísimos, y palabras a los oídos harto disimuladas, y olores muy suaves, y dulzuras en la boca, y en el tacto deleite para que, engolosinándolos por allí, los induzca en muchos males.
Por tanto, siempre se han de desechar tales representaciones y sentimientos porque, dado caso que algunas sean de Dios, no por eso se hace a Dios agravio ni se deja de recibir el efecto y fruto que quiere Dios por ellas hacer al alma, aunque el alma las deseche y no las quiera.

6. La razón de esto es porque la visión corporal o sentimiento en alguno de los otros sentidos, así como también en otra cualquiera comunicación de las más interiores, si es de Dios, en ese mismo punto que parece o se siente hace su efecto en el espíritu, sin dar lugar a que el alma tenga tiempo de deliberación en quererlo o no quererlo. Porque, así como Dios da aquellas cosas sobrenaturalmente sin diligencia bastante y sin habilidad de ella, (así, sin la diligencia y si nuestra habilidad del alma), hace Dios el efecto que quiere con las tales cosas en el alma, porque es algo que se hace y obra pasivamente en el espíritu. Y así, no consiste en querer o no querer para que sea o deje de ser; es como si a uno echasen fuego estando desnudo, poco aprovecharía no querer quemarse, porque el fuego por fuerza había de hacer su efecto. Son así las visiones y representaciones buenas que, aunque el alma no quiera, hacen su efecto en ella primera y principalmente que en el cuerpo.
Tambien las que son de parte del demonio, sin que el alma las quiera, causan en ella alboroto o sequedad, o vanidad o presunción en el espíritu. Aunque estas no son de tanta eficacia en el alma como las de Dios en el bien, porque las del demonio sólo pueden poner primeros movimientos en la voluntad y no moverla a más si ella no quiere, y alguna inquietud que no dura mucho siempre y cuando el poco ánimo y recato del alma no dé causa de que dure. Mas las que son de Dios penetran el alma, y mueven la voluntad a amar, y dejan su efecto, al cual no puede el alma resistir aunque quiera, lo mismo que la vidriera no puede impedir el paso del rayo de sol cuando da en ella.

7. Por tanto, el alma nunca se ha de atrever a quererlas admitir aunque, como digo, sean de Dios, porque si las quiere admitir o apropiárselas hay seis inconvenientes:
- El primero, que se le va disminuyendo la fe, porque mucho derogan a la fe las cosas que se experimentan con los sentidos. Y es que la fe, como ya explicamos, es sobre todo sentido. Y así se aparta uno del medio de la unión de Dios, puesto que no cerramos los ojos del alma a todas esas cosas de sentido.
- Lo segundo, que son impedimento para el espíritu si no se niegan, porque se detiene en ellas el alma y no vuela el espíritu a lo invisible. De donde una de las causas por donde dijo el Señor (Jn. 16, 7) a sus discípulos que les convenía que Él se fuese para que viniese el Espíritu Santo, era esta. Así como tampoco dejó a María Magdalena (Jn. 20, 17) que llegase a sus pies después de resucitado, para que así se fundase en fe y no en la materia.
- Lo tercero es que va el alma teniendo propiedad en las tales cosas y no camina a la verdadera resignación y desnudez de espíritu.
- Lo cuarto, que va perdiendo el efecto de ellas y el fruto que causan en lo interior, porque pone los ojos en lo sensual de ellas, que es lo menos principal. Y así no recibe tan copiosamente el espíritu que causan, el cual se imprime y conserva más y mejor negando todo lo sensible, que en las experiencias que son muy diferentes del puro espíritu.
- Lo quinto, que va perdiendo las gracias de Dios, porque las va tomando con deseo de apropiarse de ellas y no se aprovecha bien de sus efectos. Y tomándolas con propiedad y no aprovechándose de ellas, es querer reservárselas, sin embargo no se las da Dios para que el alma las quiera tomar, por lo que nunca se ha de determinar el alma a creer que son de Dios, simplemente es mejor dejar que pasen y que ellas solas provoquen sus efectos.
- Lo sexto es que en quererlas admitir abre puerta al demonio para que le engañe en otras semejantes, las cuales sabe él muy bien disimular y disfrazar, de manera que se parezcan a las buenas. Y es que éste ser maligno puede, como dice el Apóstol (2 Cor. 11, 14) transfigurarse en ángel de luz. De lo cual trataremos más adelante, con el favor divino, en el libro tercero, en el capítulo sobre la guía espiritual.

8. Por tanto, siempre conviene al alma desecharlas a ojos cerrados, sean de quienes fuesen. Porque si no lo hiciese, tanto lugar daría a las del demonio, y al demonio tanta mano, que no sólo a vueltas de las unas recibiría las otras, mas de tal manera irían multiplicándose las del demonio y cesando las de Dios, y al final todo se vendría a quedar en demonio y nada de Dios, como ha acaecido a muchas almas incautas y de poco saber, las cuales de tal manera se aseguraron en recibir estas cosas, que muchas de ellas luego tuvieron que esforzarse mucho para poder volver a Dios en la pureza de la fe, e incluso muchas no pudieron ya volver, habiendo ya el demonio echado en ellas muchas raíces. Por eso es bueno cerrarse en ellas y negarlas todas, porque en las malas se quitan los errores del demonio, y en las buenas el impedimento de la fe, y de esa manera coge el espíritu el fruto de ellas y nos evitamos a la vez los errores. Y así como cuando el alma las aprisiona las va Dios quitando, porque en ellas tienen propiedad no aprovechándose ordenadamente de ellas, entonces va el demonio ingiriendo y aumentando las suyas, porque halla lugar y causa para ellas. Sin embargo, cuando el alma está resignada y contraria a ellas, el demonio va cesando puesto que ve que no hace daño, y Dios, por el contrario, va aumentando y aventajando las gracias en aquella alma humilde y desapropiada, haciéndola avanzar sobre lo mucho, como al siervo que fue fiel en lo poco (Mt. 25, 21).







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