Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

23.10.17

La canción de Ana de Jesús


Ya sabemos -y si no, deberías tenerlo ya claro- que no son proporcionales los trabajos y penas de esta vida temporal, comparados con la gloria venidera que se nos mostrará, porque a lo que es momentáneo, y ligero, corresponderá un eterno gozo y gloria tal, que ni los ojos vieron, ni los oídos escucharon, ni cayó en pensamiento de hombre la suma bienaventuranza que preparó para los que le temen y le aman.

¡Oh, mansión beatísima de la Ciudad Soberana! -dice Tomás de Kempis-. ¡Oh día clarísimo de gloriosa eternidad, en la cual no hay noche, y nunca oscurece, y siempre resplandece, cuyos días son siempre alegres y jamás se mudan! Quiera Dios que aquel día eterno fuese ya a nosotros resplandeciente, y que todas las cosas temporales de esta vida presente tuviesen fin.

19.10.17

La Sagrada Comunión, ese gran tesoro


Accípite et comedite; hoc est Corpus meum.
Tomad y comed; éste es mi Cuerpo. (Mateo, 26, 26).


Consideremos la grandeza de este Santísimo Sacramento de la Eucaristía, el amor inmenso que Jesucristo nos manifestó con tan precioso don y el vivo deseo que tiene de que le recibamos sacramentado.

Veamos, en primer lugar, la gran merced que nos hizo el Señor al darse a nosotros como alimento en la santa Comunión. Dice San Agustín que con ser Jesucristo Dios omnipotente, nada mejor pudo darnos, pues ¿qué mayor tesoro puede recibir o desear un alma que el sacrosanto Cuerpo de Cristo? Exclamaba el profeta Isaías (12, 4): Publicad las amorosas invenciones de Dios.

18.10.17

Para alcanzar el Cielo


¿Cómo puede nadie irse al Cielo, sin acordarse del Cielo? Todo lo que se adquiere en esta vida, se ha de solicitar con memoria del Cielo, padeciendo en busca del mismo Cielo. Yo no sé cómo es posible que los hombres de hoy tengan tanta dedicación a los negocios de este mundo, y ninguna a los de la eternidad. Querer que cosas grandes e inmensas felicidades cuesten poco, es inútil querer: si lo temporal nos cuesta tanto conseguir, ¿por qué quieren que lo eterno se les dé sin más?

Una eternidad de padecer por Dios no merece un instante de gozar del mismo Dios, como dice San Pablo: "No es comparable lo que aquí se padece, de lo que allí se goza". Pues entonces, ¿cómo no queremos gastar un soplo breve en el servir a Dios, para gozar eternamente de Dios? Al mundo le damos sin demora y sin reparo fatigas, horas de sueño y esfuerzos, y la vida, y la pena, cuando él nos da como pago pena y muerte. Y a Dios, que nos da eterno gozo y corona de gloria, no le queremos ofrecer ni un atisbo de fatiga. Lloremos, pues, esta tan gran ceguera nuestra.

17.10.17

Los remordimientos de los que se pierden


Vermis eorum non morítur.
El gusano de aquéllos no muere. (Marcos 9, 47)..


Este gusano que no muere nunca significa, según Santo Tomás, el remordimiento de conciencia de los réprobos, que eternamente ha de atormentarlos en el infierno. Muchos serán los remordimientos con que la conciencia roerá el corazón de los condenados. Pero tres de ellos llevarán consigo más vehemente dolor: el considerar la nada de las cosas por las que el réprobo se ha condenado, lo poco que tenía que hacer para salvarse, y el gran bien que ha perdido.

Cuando Esaú hubo tomado aquel plato de lentejas por el cual vendió su derecho de primogenitura, se apenó tanto por haber consentido en tal pérdida, que, como dice la Escritura (Gn., 27, 34), se lamentó con grandes alaridos.

15.10.17

La religiosa carmelita que cambió el palacio por un convento


La religiosa madre María de San José, fundadora del Carmelo en Lisboa, era de padres nobles, emparentados nada menos que con los duques de Medinaceli. Los ejemplos y virtudes que vio en Santa Teresa de Jesús -que era doña Luisa, en cuya casa se crió la religiosa, bienhechora de la santa- la conmovieron de tal modo que se decidió a dejar el mundo, y con mucha prudencia se adhirió a los ejercicios que había de abrazar en la vida religiosa, teniendo especial cuidado en que nadie en palacio descubriera sus intenciones, temiendo que se empeñasen en hacerla cambiar de parecer.

A veces espiaba a Santa Teresa, conmovida por su vida, viéndola en ocasiones arrebatada, otras atormentándose con rigurosa mortificación, e incluso disciplinándose a sí misma con semejante crueldad, que infundía terror a cuantos la oían. Todo ello renovaba los impulsos de María de San José a despedirse lo más deprisa posible de la vida regalada en palacio, y mientras estaba en su aposento, entre lágrimas componía versos amorosos hacia el Señor.