¿Cómo puede nadie irse al Cielo, sin acordarse del Cielo? Todo lo que se adquiere en esta vida, se ha de solicitar con memoria del Cielo, padeciendo en busca del mismo Cielo. Yo no sé cómo es posible que los hombres de hoy tengan tanta dedicación a los negocios de este mundo, y ninguna a los de la eternidad. Querer que cosas grandes e inmensas felicidades cuesten poco, es inútil querer: si lo temporal nos cuesta tanto conseguir, ¿por qué quieren que lo eterno se les dé sin más?
Una eternidad de padecer por Dios no merece un instante de gozar del mismo Dios, como dice San Pablo: "No es comparable lo que aquí se padece, de lo que allí se goza". Pues entonces, ¿cómo no queremos gastar un soplo breve en el servir a Dios, para gozar eternamente de Dios? Al mundo le damos sin demora y sin reparo fatigas, horas de sueño y esfuerzos, y la vida, y la pena, cuando él nos da como pago pena y muerte. Y a Dios, que nos da eterno gozo y corona de gloria, no le queremos ofrecer ni un atisbo de fatiga. Lloremos, pues, esta tan gran ceguera nuestra.