Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

23.10.17

La canción de Ana de Jesús


Ya sabemos -y si no, deberías tenerlo ya claro- que no son proporcionales los trabajos y penas de esta vida temporal, comparados con la gloria venidera que se nos mostrará, porque a lo que es momentáneo, y ligero, corresponderá un eterno gozo y gloria tal, que ni los ojos vieron, ni los oídos escucharon, ni cayó en pensamiento de hombre la suma bienaventuranza que preparó para los que le temen y le aman.

¡Oh, mansión beatísima de la Ciudad Soberana! -dice Tomás de Kempis-. ¡Oh día clarísimo de gloriosa eternidad, en la cual no hay noche, y nunca oscurece, y siempre resplandece, cuyos días son siempre alegres y jamás se mudan! Quiera Dios que aquel día eterno fuese ya a nosotros resplandeciente, y que todas las cosas temporales de esta vida presente tuviesen fin.




Bien conozco cuanto sean felices aquellos ciudadanos del Cielo de los bienes eternos, y nosotros, hijos desterrados de Eva, cuánto los probamos amargos y tediosos, y engañosos estos bienes presentes. Nuestros días son breves sobre este mundo, y malos, llenos de dolores y de angustias, a donde el hombre es inclinado a pecar constantemente, y rodeado de innumerables pasiones y temores, por muchos cuidados y trabajos ocupado; de muchas curiosidades manchado, en muchas vanidades sumergido, en muchos errores metido, de muchas fatigas consumado, por las tentaciones agravado y punzado, y por las necesidades constantemente atormentado.

¿Cuándo, pues, será el fin de tantos males y de tantas fatigas? ¿Cuándo nos veremos librados de la miserable esclavitud de los vicios, y de las cadenas de tantos pecados? ¿Cuándo, Señor, sólo y únicamente me ocuparé y me acordaré solo de Ti? ¿Cuándo me alegraré únicamente en Ti? ¿Cuándo será aquella paz firme y perdurable, y segura dentro, fuera, y paz de todas las partes firme y sempiterna? ¡Oh, buen Jesús!, ¿cuándo estaré yo en tu dulcísima y divinísima presencia, gozando de tu faz, y de tu amor? ¿Cuándo contemplaré yo la gloria de tu Reino, y de la felicidad de la que ya gozan tus santos? ¿Cuándo serás tú, Jesús mío, todo en mí? ¿Cuándo estaré en el reino que tú has preparado a tus amigos? Yo vivo pobre, y desterrado en la tierra de los enemigos, donde hay guerra continua y penosísimos trabajos.

Consuela, pues, Señor, la peregrinación mía en esta miserable vida, mitiga mi dolor, porque todos mis deseos en ti respiran, y todo lo que el mundo me ofrece es para mí pena, pesar y desconsuelo. Yo deseo unirme a las cosas del Cielo, y las cosas presentes y las mal mortificadas pasiones mías me lo impiden; y de este modo yo, infeliz hombre, estoy batallando, y soy a mí mismo molesto, porque el espíritu desea las cosas celestes, y la carne me empuja y desea y busca constantemente las de la tierra y ensuciarse y embarrarse con las ponzoñas de este mundo.

"¿Quién me librará de la muerte de este cuerpo?", decía el Apóstol, y a su ejemplo exclamaba la religiosa Ana de Jesús: "Quid mihi eft in Caelo, ad te quid volui super terram?". La misma Infanta de España, la Princesa de Flandes y de Borgoña Doña Isabel Clara Eugenia de Austria, reconociendo los grandes tesoros que Dios depositó en esta virgen, hizo que se escribiera su vida antes que el tiempo la nublase, cosa que hizo el reverendísimo sacerdote Fray Angel Manrique, General de la Orden de San Bernardo. Esta religiosa, con la contemplación del Santísimo Sacramento se hizo ciudadana del Cielo, y de allí, como de fuente pura, emanaron todas sus virtudes admirables. Fue compañera de Santa Teresa, y muy parecida en sus heroicas virtudes, y acordándose de lo mucho que a la Santa agradaban aquellas palabras: "Et Regni eius non erit finis" ("y su reino no tendrá fin") que se dicen en el Credo, se dice que recibía tanto consuelo que se quedaba en éxtasis.

Ana de Jesús tuvo el don de profecía, una fe firme, y esperanza y caridad encendida, además de visitaciones divinas en la oración, y obró Dios por su medio muchos milagros en su vida. Esta virgen religiosa, pasando San Juan de la Cruz de Veas (después que salió de la cárcel de Toledo, donde estuvo preso debido a los que deseaban deshacer la Reforma del Carmelo en sus principios) cantó en alabanza de las penas aquella canción que dice:

Quien no sabe de penas
en este triste valle de dolores
no sabe de buenas
ni ha gustado de amores,
pues penas es el traje de amadores.

Con esta estrofa se quedaba extasiado San Juan de la Cruz cerca de una hora, estando presente su comunidad. El mismo santo estimaba en mucho a esta religiosa, y para mortificarla le retiró la Comunión por un tiempo. Pasó de esta vida a la eterna a los 76 años, en Bruselas, un 4 de marzo del año 1621. La suelen pintar con el corazón en la mano lleno de llamas de fuego, ofreciéndolo al Santísimo Sacramento, y echando rayos respandecientes como el sol, y de la boca de la venerable religiosa salen estas palabras: "Accipe cor meum, et confige illud iaculo amoris tui, ut dicat tibi anima mea charitate tua vulnerata sum".

Los que tienen viva fe, son comúnmente tan encendidos en el amor del Santísimo Sacramento que no se hayan en realidad nunca fuera de su presencia. Por esto decía Santa Teresa de Jesús "que lo que hace la Excelencia Divina en los bienaventurados en el Cielo, esto hace con las almas puras el Santísimo Sacramento en la tierra". Es decir: así como los bienaventurados no pueden perder de vista a Dios (al igual que los ángeles), así los que hacia Él caminan no pueden dejar de anhelar estar en la presencia del Santísimo Sacramento. Y como aquellos no pueden pecar, por la claridad de la vista del Sumo Bien, así estos viven con gran pureza, por la vista del Santísimo Sacramento. Y como a los primeros la Excelencia Divina es su mayor deleite, a los segundos lo es el Santísimo Sacramento, y se vuelve así también su Paraíso de deleites.

Oración:
Señor, y Dios mío, conozco en mí muerta esta fe, por los efectos de mis operaciones tan tibias, mi sinrazón y mi desgana. Os pido, pues, que vivifiquéis en mí vuestro amor, siendo en adelante mi vida una llama viva de fervorosa caridad, de buenas obras, y de encendido amor hacia Ti. Recuérdame siempre la misericordia tan grande que con nosotros has tenido, dándonos la salvación y ofreciéndonos el placentero gozo de poder estar siempre en la presencia de tu divinidad y majestad, a fin de que logre ser uno mismo con los santos del Cielo. Amén.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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