Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

6.10.17

El mundo tratará de alejarte siempre de Dios


Procuremos con diligencia recuperar lo mucho que hemos perdido de Cielo en la vida pasada, y despertemos, a vista del premio que nos darán en aquellas eternas mansiones. Animémonos, pues, hermanos, a vista de tantos santos que siguieron a Dios tan de veras, y empecemos con fervor nuestra jornada, viviendo con temor de Dios, que es causa de grandes bienes, como dice Santa Teresa de Jesús, y llegaremos ricos de merecimientos al Cielo.

Olvidemos lo poco que hemos trabajado, como si fuera nada en el servicio de tan gran Dios, y si bien lo miramos, nos daremos cuenta de lo mucho que nos falta por caminar para llegar a alcanzar la bienaventuranza eterna, lo cual nos debe alentar a trabajar con más y más fervor cada día, sin tregua al cansancio, y sin descanso ni temor a la apatía. Armémonos con las armas de la oración y la lectura piadosa, para perseverar mientras dura este agotador peregrinar nuestro sobre este mundo pasajero.

5.10.17

El infierno, y la condenación, son para siempre, convéncete


Et Ibunt hi ín supplicium æternum.
E irán éstos al suplicio eterno. (Mt., 25, 46.)


Si el infierno tuviese fin no sería infierno. La pena que dura poco, no es gran pena. Si a un enfermo se le corta un tumor o se le quema una llaga, no dejará de sentir vivísimo dolor; pero como este dolor se acaba en breve, no se le puede tener por tormento muy grave. Mas seria grandísima tribulación que al cortar o quemar continuara sin treguas semanas o meses. Cuando el dolor dura mucho, aunque sea muy leve, se hace insoportable. Y no ya los dolores, sino aun los placeres y diversiones duraderos en demasía, una comedia, un concierto continuados sin interrupción por muchas horas, nos ocasionarían insufrible tedio. ¿Y si durasen un mes, un año?

¿Qué sucederá, pues, en el infierno, donde no es música, ni comedia lo que siempre se oye, ni leve dolor lo que se padece, ni ligera herida o breve quemadura de candente hierro lo que atormenta, sino el conjunto de todos los males, de todos los dolores, no en tiempo limitado, sino por toda la eternidad? (Ap., 20, 10).

4.10.17

El Corazón de Jesús, mi fiel consejero


¿Cómo ser manso de corazón?
Un corazón manso ante Dios.

Tener un corazón manso ante Dios, es vivir bajo su mirada paternal, reconociendo en todas las cosas y acontecimientos de la vida esa mano cariñosa, llena de solicitud. con la que el Padre, en su Providencia, cuida de nosotros. (Mt 6,25-33).

Como una madre prepara con cuidado y esmero la ropa, la comida, la habitación de sus hijos, con más ternura, ¡mucha más!, Dios, mi Padre, prepara con solicitud amorosa cada hora del día, cada acontecimiento que pone delante de mí.

En mi quehacer diario, Él quiere que lo haga, y tengo para poderlo hacer bien todo cuanto necesito de tiempo, de inteligencia, de cualidades, aptitudes, porque Él me los ha ciado.

En la "cruz de cada día", la que tengo, la que me puede venir, me invita a que la lleve sobre mis hombros, aún cuando entonces no entienda su porqué. Y si el dolor me arranca una queja, me dice: "¡Ánimo, hijo mío, soy yo, tu Padre, quien te la envía!".

Lo que me dificulta en mi trabajo y lo que me contraria en mis proyectos, Él lo pone expresamente en mi camino para situarme en la verdad de mis limitaciones, para que no me apegue al éxito que pueda deslumbrarme, para que comprenda que no es el triunfo lo que me llevará al Cielo, sino la buena voluntad y el trabajo.

Así, ante estos pensamientos. ¡cómo se mantiene la paz por encima de todo! ¡Cómo el trabajo que se empieza, se interrumpe, se vuelve a tornar y se sabe acabar con paz!

Así, se pueden vencer esos enemigos que a todas horas nos asedian en nuestra vida diaria: la pereza, la impaciencia, la preocupación, la pérdida de la paz.

A veces los recuerdos del pasado vienen a atormentarme con dudas, escrúpulos, remordimientos por mis fallos y pecados, por haberme alejado tantas veces de la casa del Padre (Lc 15, 11 ss.); pero, ¿por qué, a pesar de todo, perder la paz? ¿No me ha dicho Dios, mi Padre, por boca del sacerdote, depositario de su poder: "yo te absuelvo"? ¿No he hecho lo que me pedía: confesión sincera, sumisión completa; y no estoy pronto, aún dentro de mis limitaciones, a hacer todo lo que me pida Aquél a quien he confiado mi vida?

3.10.17

Rosario de alabanzas a la Virgen en desagravio de blasfemias



Rosario de alabanzas a la Virgen Santísima en desagravio de blasfemias.

¡Oh María, Madre mía Inmaculada! Deseando desagraviaros de las ofensas que recibe vuestro Purísimo Corazón, y de las ofensas que recibe vuestro Divino Hijo, a quien tanto ofenden las injurias dirigidas contra Vos, os ofrezco estas alabanzas con el fin de consolaros por tantos hijos ingratos que no os aman, y en desagravio de las blasfemias, ultrajes y sacrilegios cometidos contra vuestro Inmaculado Corazón. Dignaos Dulcísima Madre Mía, recibir este pobre obsequio, haced que os ame cada día más y mirad con ojos de misericordia a esos desgraciados para que no tarden en arrojarse en vuestros maternales brazos. Amén.

- Dígnate que te alabe Virgen Sagrada María.
- Dame virtud contra tus enemigos.

Alabanzas:
- Bendita sea la excelsa Madre de Dios María Santísima.
- Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
- Bendita sea su gloriosa Asunción a los Cielos.
- Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
- Bendito sea su Corazón Inmaculado.
- Bendita sea su Pureza Virginal.
- Bendita sea su Divina Maternidad.
- Bendita sea su mediación Universal.
- Benditos sean sus dolores y lágrimas.
- Benditas sean las gracias con que el Señor la coronó como Reina de Cielos y Tierra.

(5 veces:)
· Gloria a María Hija del Padre.
· Gloria a María Madre del Hijo.
· Gloria a María Esposa del Espíritu Santo.

Madre Mía, te amo por los que no te aman, te alabo por los que te blasfeman, me entrego a Ti por los que no quieren reconocerte por Madre.
Madre mía, te amo en unión de todos los que te han amado, y de todos los que más te han amado.

(Recitar una Salve).

Oración:
Santa María, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa del Espíritu Santo, Templo de la Santísima Trinidad. Santa Reina de nuestros corazones, nuestra Madre y nuestra Vida. Te pertenecemos a ti completamente, y todo lo que poseemos es tuyo. Virgen Bendita sobre todos. Que tu alma esté con nosotros para glorificar al Señor, que el amor hacia ti habite en nosotros para regocijarnos en Dios.

Virgen la más fiel, fíjate tú misma como sello sobre nuestros corazones para que en ti y a través de ti podamos ser contados entre los que tú guías, amas, y proteges como tus hijos, hasta que, por medio de tu fiel Esposo, el Espíritu Santo, y a través de ti, su fiel esposa, Cristo Jesús sea formado en nosotros para la Gloria de Dios Padre. Amén.

2.10.17

Solo hay que temer una cosa: perder a Dios


Alma devota, sea éste solo vuestro temor: el que puedes perder a Dios, como dice nuestra Santa Teresa de Jesús, y no sentirás miedo de que todo lo terrenal te falte, y se pierda, con tal de que no pierdas a Dios. Porque, ¿qué temes, alma? ¿Qué puedes esperar sin Dios? ¿Qué no debes temer sin Dios? Todo lo que no es de Dios, no lo mires, no lo desees, no lo busques: porque todo lo que no es Dios, más merece el olvido que el deseo. Ama, pues, alma mía, de veras, a Dios, y temerás solo el ofenderle y perderle.

Se cuenta en las crónicas del Colegio de Salamanca que el reverendo Fray Pedro de San Alberto, religioso humilde, mortificado y obediente, y muy dado a la oración, sentía tanto temor de ofender a Dios y deseo de agradarle, que viéndose tentado gravemente, fue a tal extremo el esfuerzo que puso por vencerla, que perdió el juicio, por no perder a Dios. Este valeroso soldado de la milicia celestial comprendía que era más sano y cuerdo contar con Dios y sin juicio, que toda la prudencia del mundo cuando se está sin Dios.

Finalmente, se recuperó y tan pletóricamente que pudo regresar a sus estudios y ejercicios como si nada hubiera pasado.