Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.10.17

Solo hay que temer una cosa: perder a Dios


Alma devota, sea éste solo vuestro temor: el que puedes perder a Dios, como dice nuestra Santa Teresa de Jesús, y no sentirás miedo de que todo lo terrenal te falte, y se pierda, con tal de que no pierdas a Dios. Porque, ¿qué temes, alma? ¿Qué puedes esperar sin Dios? ¿Qué no debes temer sin Dios? Todo lo que no es de Dios, no lo mires, no lo desees, no lo busques: porque todo lo que no es Dios, más merece el olvido que el deseo. Ama, pues, alma mía, de veras, a Dios, y temerás solo el ofenderle y perderle.

Se cuenta en las crónicas del Colegio de Salamanca que el reverendo Fray Pedro de San Alberto, religioso humilde, mortificado y obediente, y muy dado a la oración, sentía tanto temor de ofender a Dios y deseo de agradarle, que viéndose tentado gravemente, fue a tal extremo el esfuerzo que puso por vencerla, que perdió el juicio, por no perder a Dios. Este valeroso soldado de la milicia celestial comprendía que era más sano y cuerdo contar con Dios y sin juicio, que toda la prudencia del mundo cuando se está sin Dios.

Finalmente, se recuperó y tan pletóricamente que pudo regresar a sus estudios y ejercicios como si nada hubiera pasado.




Y del venerable reverendo Fray Juan de Jesús María se escribe en Decore Carmeli que le motivó el dejar el mundo, y ser religioso, por el temor de perder a Dios (compellitur intrare viam timoris). Este venerable religioso fue uno de los pilares de los que se fueron a fundar a Italia, llegando a ser maestro de novicios, muchos de ellos serían luego generales de la Orden carmelitana.

Con este santo temor vivían estas almas consagradas, imitémoslos, pues, nosotros, despreciando lo terreno, amando solamente lo celestial, viviendo con recogimiento, y perseverando sin desmayar ni desfallecer en el bien, y participaremos con ellos de la gloria que poseen.

Se escribe del Venerable fray Gil, compañero de San Francisco, que solía llorar amargamente, y al preguntarle la causa solía decir: porque puedo pecar, y perder a Dios. Y tenía mucha razón. Un santo arzobispo de Zaragoza murió, diciendo: "Gracias a Dios que se acaba el tiempo de poder pecar".

Quien ama a Dios no puede dejar de temer el perderle, como temían estos dichosos siervos. Estos temores le hacían clamar tanto a Dios a nuestro venerable santo Fray Juan, que a todos era de admiración.


Hermanos: abramos los ojos, que ya va siendo tiempo, levantemos la vista de la tierra, de estos objetos pasajeros y caducos, desarraigamos nuestros corazones de los bienes que pasan, y pongamos nuestra mirada fijamente en Dios, que si solo lo amamos a Él, no temeremos perderle, y si mora en nuestra alma, Él mismo nos enseñara lo que debemos temer para no abandonarle. Nada nos asegura, aunque nos hallemos ahora en apariencia muy favorecidos de Dios, porque muchos subieron a muy alto grado para caer luego miserablemente, por creerse sin temor y fiarse de sus propias fuerzas.

Bienaventurado es, pues, el que vive siempre receloso de caer, y el que nunca se tiene por seguro, aunque sepa que le han perdonado sus culpas, porque sabe que en cualquier momento, en el instante en que menos lo espere, puede volver a pecar. Piensa muchas veces lo que ahora te digo, y repítetelo a ti mismo: que te puedes condenar, que es posible que acabes perdiendo a Dios para siempre, y que puedes caer en el infierno, que muchos que tenían muchas más virtudes que las tuyas, acabaron cayendo y están en la perdición eterna. Y teniendo esto presente, viviremos con temor de perder a Dios, como han vivido tantos santos que deseaban asegurar su salvación. Y como decía el venerable Fray Odtato de San Carlos: perseverad en las obras de caridad, que mucho se agrada a Dios con ellas.

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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