Alma devota, sea éste solo vuestro temor: el que puedes perder a Dios, como dice nuestra Santa Teresa de Jesús, y no sentirás miedo de que todo lo terrenal te falte, y se pierda, con tal de que no pierdas a Dios. Porque, ¿qué temes, alma? ¿Qué puedes esperar sin Dios? ¿Qué no debes temer sin Dios? Todo lo que no es de Dios, no lo mires, no lo desees, no lo busques: porque todo lo que no es Dios, más merece el olvido que el deseo. Ama, pues, alma mía, de veras, a Dios, y temerás solo el ofenderle y perderle.
Se cuenta en las crónicas del Colegio de Salamanca que el reverendo Fray Pedro de San Alberto, religioso humilde, mortificado y obediente, y muy dado a la oración, sentía tanto temor de ofender a Dios y deseo de agradarle, que viéndose tentado gravemente, fue a tal extremo el esfuerzo que puso por vencerla, que perdió el juicio, por no perder a Dios. Este valeroso soldado de la milicia celestial comprendía que era más sano y cuerdo contar con Dios y sin juicio, que toda la prudencia del mundo cuando se está sin Dios.
Finalmente, se recuperó y tan pletóricamente que pudo regresar a sus estudios y ejercicios como si nada hubiera pasado.