La Providencia, que alimenta al pequeño pájaro en las ramas, cuida de nuestro cuerpo. ¿Qué es, sin embargo, este miserable cuerpo? Una criatura frágil, un condenado a muerte al que aguardan los gusanos. En la loca carrera de la vida, creemos encaminarnos hacia los negocios o los placeres: cada paso dado nos aproxima del fin; nosotros mismos arrastramos nuestro cadáver al borde de la tumba.
Si Dios se ocupa así de cuerpos perecederos, ¿con qué solicitud no velará por las almas inmortales? Les prepara tesoros de gracias, cuya riqueza supera nuestra imaginación; les envía socorros superabundantes para su santificación y salvación.