Existe una Soberbia clara, (en cuanto a ella se le puede aplicar esta palabra), que es la menos dañosa y más fácil de quitar.
Otra hay, espiritual, la cual es la ponzoña de las Religiones y la destrucción de ellas. ¡Oh!, ¡y cuántos daños hace y cuántas almas engaña y precipita a la ruina sin que apenas ellas lo conozcan!
Pero la más perjudicial, la que roe los corazones ocultísimamente, la que mata y sin embargo pasa desapercibida en su mayor parte, es la Soberbia espiritual perfecta, así la llamaremos, porque es tan fina y delicada, cuanto venenosa y dañosa... Esta es la que sólo reina en las almas que se llaman Mías... Allá está escondida en los más ocultos pliegues del entendimiento, memoria y voluntad. No se conoce, si con luz divina no se le busca, ¡tan disfrazada está!... Generalmente las almas en que tiene su nido, pasan por santas, a los ojos del mundo.
Ellas mismas no se dan cuenta que la llevan en sí, y aún cuando se ven descubiertas por una gracia muy especial, lo dudan, se turban, rechazan semejante calumnia, (a su parecer, aún cuando no lo manifiesten así), y precisamente éstas que así les duele, dan ellas mismas la señal de que existe la llaga y que sangra... Mucho tiempo tardarán estas almas en convencerse de su error y no tienen más remedio, que una profunda y sólida vida de humillación hasta volver a tomar el camino verdadero y ordinario por el cual serán conducidas a otras moradas, reales y verdaderas, a las cuales se llega únicamente por el camino de la sólida humildad.
Los peligros de la Soberbia son siempre temibles, si una gracia y Don especial del Espíritu Santo no envuelve y defiende a las almas.
En la vida extraordinaria falsa, reina como Señora desde el principio hasta el fin.
En la vida extraordinaria verdadera, puede entrar a veces y salir derrotada: puede engañar disfrazándose por algún tiempo, pero más o menos tarde será descubierta y echada.
En la vida extraordinaria interna y perfecta, en la que el Espíritu Santo tiene su asiento, si el alma es fiel, como lleva en sí como Don a su enemigo mortal, la Humildad, ahí no tiene entrada, sino que se estrella y se ve rechazada siempre.
Pero ésta es una gracia especialísima que otorga el Espíritu Santo a muy pocas almas. Por tanto, no hay que fiar ni descansar en la lucha contra ese enemigo capital que infecciona con su impuro aliento los actos del alma y de la vida entera de la criatura.
Hay que dar el alerta para la vida interior: la mayor parte de las almas yacen adormecidas entre las finas redes de la Soberbia espiritual, y espiritual perfecta. Ellas pasan la vida tranquilas en sus laureles, sin escudriñar lo que hay debajo de ellas, la Serpiente infernal que las adormece... Ellas se forman a su derredor una atmósfera de propia satisfacción, muy interna, y ningún viento es capaz de sacarlas de aquel aire suavísimo y embalsamado que respiran. Ellas se forman un hábito de prácticas exteriores de Humildad, y creen que con ellas están a salvo de la Soberbia, cuando en esto mismo asoma la cola serpentina este maldito vicio.
Ellas se forman hábitos de penitencias, de mortificaciones comunes y aún privadas que, cumpliendo (lo entienden así) con sus Reglas y aún con Dios, les dejan la paz del cumplimiento y aun de la generosidad, por lo cual interiormente se relamen y pavonean de su modo de obrar.
Muy secretamente les viene a estas almas el sentimiento de su grandeza, que valen más que otras, de que son las preferidas de Dios y, aun cuando al perecer rechazan estos pensamientos como tentaciones, les dejan un gozo especial de sabrosa duda, que las entretiene y hace felices... Pero esto, allá, muy en lo interior, sin que el aire siquiera les dé y las desvirtúe. ¡Pobres almas ilusionadas! Lo que ellas creen que son tentaciones, son aromas que brotan del incienso propio que dentro de ellas está.
Esas almas se examinan, y se encuentran santas a sus ojos, aún cuando se llamen pecadoras; no encuentran, realmente, a su ofuscada vista, nada que pueda hacerlas bajar del trono en que se tienen: las faltas y los pecados muy lejos están de ellas, y no saben que las separa una pequeña línea de caer en ellos, y no saben que precisamente el Demonio hace su cosecha de otra manera en ellas, poniéndolas en un pedestal y haciéndolas que muy secretamente se adoren a sí mismas.
¡Cuánto, cuanto hay de esto en las Religiones!
El Dolor viene a destruir la Soberbia; la Cruz, y sólo la Cruz, con su acción divina, aleja a Satanás y destruye sus maquinaciones. Él sabe dar consuelos y dulzuras engañosas, que en la miel llevan el veneno, a las almas incautas y superficiales. La solidez está en el sacrificio vivo, en la destrucción del hombre viejo, en la práctica sólida de las virtudes morales. La Cruz desenmascara a la Soberbia en todas sus fases, el Dolor impulsa grandemente a la vida espiritual: aclara los caminos extraordinarios falsos, tan llenos de mieles y de peligros satánicos.
Mucho hay en las Religiones de mundo y sensualidad: la Cruz está postergada y apenas hay quien dé un paso para clavarse en ella.
Se hunden las Religiones, porque les falta la Cruz.
Se ha hecho reinar la Comodidad y se hace necesario, al contrario, que el Dolor ocupe su asiento. Tiempo es ya de que las almas despierten y vivan de la Cruz y para gloria de Dios. La Cruz, el Dolor vienen a destruir a la Soberbia.
Estas son las armas que la vencen y llegan a matarla en las almas. A éstas son a las que el Demonio más teme, porque son mortales para los vicios.
¡Feliz el alma que se abrace a la Cruz y se clave en ella! La cubrirá para su defensa el mejor escudo contra la Soberbia y sus secuaces y será bendita con la abundancia de los Dones y gracias del Espíritu Santo.
v. Concepción Cabrera de Armida | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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