Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

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24.7.17

Buscad el reino de los Cielos...


"...y todo lo demás se os dará por añadidura", dice el Señor. San Ambrosio nos enseña que, conociendo el Señor nuestras necesidades, lo que tenemos que pedir en la oración es, sobre todo, nuestra santificación. Encargándonos nosotros de permanecer siempre y en todo momento (y en mitad de cada acontecimiento) fieles al Señor, de lo material se encargará Dios.

Esto, que parece sencillo, cuesta bastante aprender y mucho más aún poner en práctica. Precisamente me acordaba de ello al oír cómo una chica decía que, si un chico que le gustaba no le correspondía, se haría monja. Me llamó la atención tal hecho y le comenté que eso, ademas de ser una ofensa al Señor, dejaba en evidencia lo poco que le importaba. Que si de verdad amaba al Señor de tal forma y modo como para dedicarse a Él enteramente, tendría que elegirlo antes que a nadie, y no dejarlo como para un segundo plato, como para un "por si acaso".

17.6.17

Carne putrefacta


Mira a un cementerio: eso es lo que eres, carne putrefacta.

Tus goces: carne putrefacta.
Tus deleites: carne putrefacta.
Tus ambiciones: carne putrefacta.
Tus placeres: carne putrefacta.
Tus caprichos: carne putrefacta.
Tu destino: carne putrefacta.
Tus logros: carne putrefacta.
Tus metas: carne putrefacta.

14.6.17

La tierra futura


Siempre que hablamos del alma, o más bien del espíritu, y su relación con el cuerpo, comienzan a surgir dudas de lo más variopintas hasta en los cristianos más fervientes. A la par, suele ser un tema recurrente que una y otra vez mencionan los ateos y no creyentes, poniendo a muchos cristianos en una posición francamente comprometida, sin saber muy bien qué responder o cómo salir de ella.

Unido a esto hay que decir que, aunque hubo muchísimos debates y se afrontó la cuestión por parte de teólogos de todo tipo, de santos, y de estamentos dispares de la Iglesia, no hay una respuesta que lo aclare de manera contundente o que, al menos, sea suficientemente esclarecedora sin necesidad de recurrir al socorrido argumento de la fe: "hay que creer", "da igual cómo ocurra, hay que tener fe".